Aquel catecismo holandés
En mis tiempos de relgioso joven, hablamos de los años setenta, el llamado vulgarmente “Catecismo holandés” era algo así como la excelencia de la nueva modernidad conciliar. Podíamos ignorar a santo Tomás, sonreír ante Trento, ironizar sobre los padres de la Iglesia y despreciar el Vaticano I. Pero… había realidades intocables, infalibles y dignas si no de adoración, casi.
De los primeros libros que uno se compraba y leía con fruición, fundamental era el catecismo holandés. Uno, con la formación de los catecismos nacionales de siempre, que hoy sigue siendo mi base, de repente se topaba con lo que te presentaban como la síntesis de la nueva y definitiva teología según el Vaticano II, y quedabas más atónito que Moisés ante la zarza. Es verdad que ya desde entonces ese catecismo tuvo que incorporar con carácter de urgencia algunas correcciones básicas, pero ya se sabía que Doctrina de la Fe no llegaba a la suela del zapato a los obispos holandeses.