No quieran buscar una segunda intención
Los responsables de aquel comercio no daban crédito a lo que veían sus ojos. Su tienda iba de capa caída. Es verdad que mantenían a duras penas una clientela de toda la vida y con eso aún justificaban su existencia. No se lo explicaban, porque de verdad que eran amables, cariñosos, besaban a cada viejecita, fiaban hasta fin de mes, regalaban globos a los niños los jueves y hasta montaban sus tertulias en la trastienda. Tertulias, eso sí, cada vez más escasas, pero entendían que profundas y casi imprescindibles.
Y el caso es que cerquita, casi a lado, un establecimiento aparentemente como el suyo, y dedicado al mismo tipo de productos, subía como la espuma: hasta jóvenes entraban, e incluso alguno de sus clientes de toda la vida había cambiado de hábitos de consumo.