Receta infalible para no equivocarse en jamás de los jamases
Tiempos del Concilio Vaticano I. Era sorprendente lo de aquel obispo. Sordo no como una tapia, sino como dos. Asistía a todas las sesiones conciliares sin enterarse prácticamente de nada, pero a la hora de votar cualquier cosa, jamás erraba en su opción. Hombre de talante conservador, ni una sola vez tenía dudas, y eso que, como decía, era sordo de solemnidad. Llegado el momento del voto jamás dudaba: esto sí, esto no, esto me abstengo.
Un día, saliendo de una de aquellas interminables sesiones, alguien le preguntó cómo era posible que, sordo como estaba, a la hora de votar no se equivocara jamás. Sonrió pícaramente el obispo para revelar su secreto. Es sencillo, explicó: me fijo en lo que vota Dupanloup, y ya sé que debo votar exactamente lo contrario.