Gordos
Me lo contaron atribuyendo la frase al marqués de Santo Floro. Hay dos cosas por las que no se debe preguntar nunca: el peso y los hijos. Decía el marqués, y si no era él la cosa sigue siendo acertada, que engordar o adelgazar puede ser por régimen, enfermedad, llevarse bien o suponer un trauma para el sujeto. Por eso, mejor callarse. La otra cosa, lo de los hijos. Cuántas veces no hemos abordado a una pareja con este tema: ¿y vosotros para cuándo? cuando tal vez llevan tiempo llorando porque quieren los hijos y no vienen.
Esto es un blog católico, y podría parecer que la cosa de los kilos estaría mucho más cómoda en un blog de salud, nutrición o estética. Sin embargo, creo que algo puede tener que ver.
Servidor anda pasado en kilos. Lo reconozco y sea lo que Dios quiera. Mejor estaría con menos, pero qué se le va a hacer. Dicho esto, me resulta especialmente molesto encontrarme con alguien con quien quizá llevo sin verme meses o años y que la primera observación sea sobre mis kilos, que hayan aumentado, lo más normal, o que haya conseguido bajar peso, cosa en la que uno se embarca de cuando en cuando.
No me molesta que me llamen gordo, como tampoco hace la menos mella en mí ser tachado de calvo. Lo que me resulta incomprensible es que justo lo primero que me lancen a la cara sea la cosa de los kilos. Suelo decir en estos casos que servidor, además de engordar o adelgazar, tiene problemas, ilusiones, sueños, decepciones, proyectos, hermanos, sobrinos, mejor o peor salud, tres parroquias que atender, una fe que cultivar, aficiones, frustraciones, días buenos, otros no tanto, dudas, temores, esperanzas. Pues nada. Que si los kilos.
¿Y esto qué tiene que ver con las cosas de la fe? Pues mucho, a mi modesto entender. Vivimos de pura estética, de lo externo, de la foto, de lo que queda bonito. Somos algo así como una religión de papel cuché, donde todos andamos buscando un exterior de escaparate con una acción pastoral de álbum de labores de la sección femenina. Soy el primero que voy trabajando el álbum con los mimbres a mi disposición: niños, adultos, celebraciones, templos, cuentas. Todo en situación de revista. Cuando nos preguntan por la parroquia respondemos siempre de forma parecida: estos son los libros, los horarios de misas, actividades, templos arreglados, cuentas saneadas. Pero esto no dejan de ser los kilos.
El interior de la parroquia es o debería ser más. Preguntarnos si hay sed de Dios, deseo de santidad, conocer las miserias humanas materiales y morales. Es llorar por los alejados, los desencantados, los que se escandalizaron de nuestras pobres vidas. Y esto sí que nos cuesta más trabajo.
Cada día me pregunto más por los que no vienen. Cada día me pregunto por mi vida y el testimonio que no doy. Reconozco los que vienen y que no están mal atendidos, pero los que no quieren saber nada de Cristo y de la Iglesia me duelen en el alma. Doy gracias por los colaboradores, pero tengo una espina por los que se fueron y están lejos.
No tengo mal el álbum. No me van a pedir más. Pero esto es quedarme en lo más visible externamente. Lo otro, lo de dentro, sobre todo las carencias, ahí quedan. Cada día más. Afortunadamente, todavía podemos presentar un álbum medio decente.
20 comentarios
1) Es tonta
2) Es sincera.
Lo segundo no tiene mucho valor hoy en día y se confunde con lo primero.
En esta sociedad se comprende mejor a una mentirosa que intente ligar por internet que a una católica que sólo intente dar su opinión, lo mismo que se entiende mejor al que falsifique un título que a alguien que diga sinceramente que nunca pisó una universidad.
También se aprecia más al mentiroso que hable bajito que al veraz que grita la verdad. La exuberancia no se lleva: ni años, ni kilos, ni palabras fuertes. Se nos olvida que el Príncipe de la Mentira es una serpiente que sissssea, no un indignado que grita.
Para ser indignado necesitas un carnet y acudir a una manifestación, pero aquel que sufre una injusticia individual y sube el tono, ese es un apestado social. Los hay con patente de corso para el insulto, como Willy Toledo y otros, pero si no tienes esa patente hay que ser muy fino y sonriente-es decir tener cara de misericordioso-aunque la cara natural de una persona pasa por todas las fases de sus sentimientos.
Chesterton era grande, gordo, desmañado y, además, sonreía poco (o al menos no sonreía al fotógrafo) cosa que contrasta grandemente con su estilo de escritura que era ejemplo de moderación. Pero hoy, a pesar de la importancia que le damos a la psicología, lo que se lleva son clichés: ponga cara de cristiano modernista, más o menos la sonrisa de James Martin SJ y petrifíquela, o la variante de ateo humanista que es bastante parecida.
Tendrá que volver de nuevo Moisés al Sinaí para que JHWH le entregue el Decálogo Modernista con los 10 Defectos Capitales.
Dios te salve María....
Le rezo su Avemaría, hoy, especialmente, por sus alejados.
Como todos en todos lados, los sacerdotes no suelen contar con todos esos requisitos (tiempo, interés, dedicación, amor...). Es lógico, por otra parte. Si tuviera que dedicar todo el tiempo que exige conocer a alguien, apenas cada sacerdote tendría una docena de feligreses. Y ello es imposible. Lo peor para alguien que viene de fuera (yo fui un converso con más de quince años de alejamiento de la Iglesia, la parte central de mi juventud) es encontrar en la Iglesia la misma realidad que fuera de ella: envidias, rencores, hipocresías, narcisismos, estupidez... Pero esto también es lógico: todos somos pecadores, creyentes y no creyentes. La mejor diferencia con los alejados es que algunos (sólo algunos) luchan contra sus pecados.
Tras estos veinticinco años transcurridos desde mi conversión, ya soy muy humilde en las expectativas que tengo sobre lo que voy a encontrar a nivel humano en su seno. Y no es que me considere mejor que nadie (soy tan pecador como cualquier otro), sino que ya asumo mi soledad sin hacer responsable a los demás de ella. Doy por hecho que, como se suele decir, siempre me tomarán el número cambiado. He visto que esto es un fenómeno mucho más generalizado que mi particular experiencia personal. Y esto también es lógico. Lo fácil es juzgar por las apariencias. Usted lo decía en su post. ¿Qué imagen damos a los demás? En primer lugar, la que les entra por los ojos. Y en efecto, sí, pasamos por ser gordos o por caer gordo (que es peor), por tener "cara vinagre" o atractivo, etc., etc. Tuve que irme de la parroquia más grande de mi localidad (la última vez que volví a ella) porque el párroco se había especializado de forma casi monotemática en la teología de los cara-vinagre, categoría a la que debía pertenecer a su juicio por mi apariencia adusta (hoy creo que a este cura lo han ascendido; cosas que tiene identificarse plenamente con los que mandan, supongo). Penetrar en el alma de una persona sólo obedece a un ejercicio de amor, o también de odio. La indiferencia o la mediocridad de la mayoría de las relaciones humanas siempre prefiere las capas más externas de la cebolla.
Antes me irritaba mucho cuando me hablaban de que la fe se vive en comunidad, de que las comunidades parroquiales existen para fomentar esta experiencia. Hace tiempo que ya no me irrito cuando oigo o leo esto. Realmente apenas cabe hablar de tales experiencias en la Iglesia actual (no sé en otras épocas, y desde luego sí la hubo entre los primeros cristianos). Pero como decía antes, nos conformamos con tan poco que ya llamamos comunidad o experiencia comunitaria a cualquier cosa. Tuve una época, los primeros años de mi conversión, en los que me impliqué en la vida parroquial. Quise vivir en comunidad; en verdad quise estar con otros en la fe, y más entonces que salía de un agujero negro y hondísimo que me había ocupado mis treinta primeros años de vida. Aunque hubo momentos en que aquello parecía real, lo cierto es que apenas fueron como chispazos en una negrura espesa. Sólo hay comunidad cuando existe una posibilidad real, efectiva, tangible de compartir tus inquietudes con los demás; inquietudes de fe, por supuesto, pero a través de ellas, como articulación, experiencias afectivas de toda índole (heridas, ilusiones, etc.).
Lo dicho en la Iglesia, como en cualquier otro lugar, no se dan los requisitos para conocer a nadie. Falta tiempo, dedicación, interés y, sobre todo, falta mucho amor.
Mi Ave María, como siempre.
En cuanto a lo de los kilos, ya sé que no tiene que ver con el fondo de lo que quería transmitir en su post, pero si quiere perder peso sin esfuerzo, elimine de la dieta las harinas -todas- y el azúcar.
Nada más, haga la prueba, cuesta un poco, porque hay azúcar en muchos producto, y el pan nos gusta a todos, pero puede, en cambio, comer lo que quiera de todo lo demás.
No engordan las calorías, engorda la insulina que genera el páncreas cuando se dispara el azúcar en sangre.
En torno a esta visión nutricional andan las cada vez más usadas dietas cetógenicas, paleo, Atkinson renovada, dieta de la zona, etc, etc.
Le aseguro que funciona, y no tiene que hacer nada raro, solo quitar las harinas y el azúcar por completo.
Qué relevancia tiene que gran parte de la Iglesia esté regida por pierdeaceites.
A quién le importa que hayamos llegado a una vileza única en la historia, en la que una sociedad está subvencionada por un gobierno (jamás ocurrió esto ni en Asiria ni en Babilonia,ni en Grecia ni en Roma) donde el Poder asesina a bebés, a ancianos, facilita la ruptura matrimonial, promociona el mariconeo, exculpan a quien ofende a la raíz de lo que nos constituyó como nación (lo siento rojillos, me refiero al catolicismo) y lo que te rondaré morena.
Estas son cosas intrancensdientes.
¡LO IMPORTANTE ES QUE SAQUEN A FRANCO!
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