Escándalo en la Aguilera

Y de los gordos. Doscientas religiosas, muchas de ellas con títulos universitarios, y que en lugar de ejercer su profesión anterior para bien de la humanidad y de los pobres, que sería lo lógico, se dedican a la contemplación y alabanza del misterio de Cristo y a dar testimonio del gozo de abandonarse en las manos de Dios.

A los ojos del mundo, y a los ojos también de tanto católico desnortado, un completo escándalo. Años de estudios, de carreras brillantes, hermanas muy preparadas en mil campos y resulta que echan a la papelera de la aparente nada todas sus posibilidades para contemplar el misterio de Dios y darlo a conocer. ¿No serían mucho más útiles en misiones, en hospitales, en centros de acogida, en catequesis en cualquier parroquia?

La gran sed que tiene la humanidad es de Dios. Corremos y hacemos cosas quizá huyendo de lo único que nos hace grandes. Tantas vidas que uno encuentra perdidas en mil batallas que a nada conducen. Demasiadas sonrisas que muchas veces esconden una profunda frustración.

En este mundo tan perdido se necesitan sonrisas limpias, almas entregadas, gente capaz de dar testimonio con su vida de que solo Dios basta, mujeres consagradas como las hermanas de Iesu Communio que han descuberto, por pura llamada y gratuidad de Dios, que lo más grande que han recibido para ofrecer a sus hermanos no son los títulos universitarios, las experiencia profesional o las humanas habilidades, sino la fe en Cristo.

Escándalo que este pasado sábado las hermanas Katiuska y Benedicta hayan emitido sus votos perpetuos de pobreza castidad y obediencia para ofrecerse a Dios y tratar de calmar con su oración y el testimonio de sus vidas la sed de Dios que padece el mundo. En apenas quince días, cinco profesiones perpetuas. Qué gozo tan grande.

Este es el gran escándalo de La Aguilera y el escándalo de tantas y tantas comunidades religiosas contemplativas, que solo en España, en 784 monasterios femeninos y 35 masculinos, en un mundo loco por el dinero y los placeres de la vida, que exalta el yo y el me conviene, dan fe con su vida, su testimonio y su alegría, de que la vida es otra cosa, y que solo el que la vive en plena comunión con Dios alcanza la felicidad plena.

El sábado estuve una vez más en La Aguilera para vivir gozoso la consagración perpetua de mi sobrina Alicia, la hoy hermana Benedicta María. En el locutorio les di las gracias por lo que aportan a la parroquia en la que hoy sirvo: su testimonio que nos sotiene, y su constante oración especialmente intensa en la apertura y sostenimiento de la capilla de adoración eprpetua. Pero sobre todo les pedí una cosa: “no hagaís nada… solo contemplar a Dios y contarlo…”