23.01.23

Un cuento alsaciano

Un atardecer, en el Cielo, despachados los asuntos del día, Dios se propuso descansar haciendo su paseo habitual.

Acompañado por el Arcángel San Miguel, deambuló por el Supra-supra de los Cosmos, hasta que un poco cansado se sentó en un blanco poyete, que a modo de balcón dominaba el Universo.

Apoyando la mano en la mejilla de su Divino Rostro admiraba complacido las maravillas que Él había creado, sus inmensidades, sus esplendores…, hasta que interrumpió su contemplación, señalando, allá lejísimo, un insignificante de entre los insignificantes, punto diminuto, y volviéndose hacia el Arcángel, sentado respetuosamente a sus pies, y que le miraba embelesado, le preguntó:

Oye, San Miguel ¿qué es ese punto tan pequeño?

Asombro del Ángel, que con un levísimo acento de reproche le respondió:

Señor, ¡es la Tierra que habéis creado!

¡Ah!… Y esa especie de pequeños seres que se arrastran por ella, ¿qué son?

Pasmo de San Miguel:

¡Pero Señor, son los hombres!

¿Y para qué sirven?

Estupefacción del Arcángel: 

Para adoraros, y trabajar para venir al Cielo…

Movimiento afirmativo y complacido. Pausa y nueva pregunta del Señor:

Veo que han construido unas bellas torres góticas, cúpulas… ¿para qué?

San Miguel al ver tanta “ignorancia”, ya sólo creía que Dios se estaba divirtiendo con él. Y muy reverentemente atufado, respondió con todo respeto:

¡Señor, son templos para adoraros…, confraternizar, ayudarse…!

Pero… veo que muchos no entran en ellos…

Embarazo del Arcángel:

Es que hay muchos que… al no haber desarrollado el mínimum dicen…

… se impacientó el Señor:

¡Vamos! ¿qué dicen?

Apuradísimo el Arcángel le soltó:

Pues muchas idioteces: que Vos no existís…; que la razón no vale…; que hay que explotarse unos a otros…; mentir, matar…; que no hay que obedecer Vuestras órdenes… y que creen en la Nada todocreadora…

Mientras oía Dios esta sarta de disparates sus labios se iban dilatando con un principio de burlona sonrisa, hasta que al oír la sandez de lo de la Nada todocreadora, no pudo más y una carcajada homérica salió de su augusta boca que rodando, rodando, recorrió los Cielos, los Cosmos… ¡y que hicieron eco a la “sabiduría” de ciertos hijos (en este caso hijastros) del Señor!

Y así, atravesó la Galaxia, recorrió el Universo, siguió por el Extra-Cosmos, el Trans-Universo, la Ultra-dimensión, las Regiones que ni siquiera podemos imaginar…

Y de esta manera, ante el bueno y abochornado Arcángel, siguió la risa por los siglos de los siglos y eternidad de eternidades.

Nota: es esta una versión libre del cuento, adaptada por el P. Miguel de Bernabé.

3.01.23

Matrimonios de plata

Hoy día que se intenta, a toda costa, sustituir la palabra “matrimonio” por la de “pareja”, y que las estadísticas dicen que cada cinco minutos se produce un divorcio en España, tengo que decir que vivo rodeado de matrimonios que, como lo más natural, celebran sus Bodas de plata y de oro.

De hecho, escribo este post porque mañana uno de estos matrimonios amigos, Vicente y Lidia, celebran sus bodas de plata. Y en breve será otro, el de Carlos José e Inma, los que le sigan.

Alguno pensará que soy un tipo con suerte o una rara avis en proceso de extinción y, seguramente, no les falte razón, pero yo prefiero decir que lo que soy es un tipo con amigos que son cristianos auténticos.

«¿Cristianos auténticos?; querrás decir… practicantes», pensará más de uno.
Pues no. No digo practicantes. Lo que digo es «auténticos».

Y justifico lo de añadir este adjetivo al de cristianos (debería ser innecesario) porque lo contrapongo a otra categoría que desgraciadamente abunda hoy entre los bautizados: el de semicristiano.

Algunos achacarán como causa de las rupturas matrimoniales aspectos como la secularización de la sociedad, la crisis de valores, la pérdida del sentido del pecado o la influencia nefasta y el bombardeo continuo de los medios, y no les falta razón. Pero yo, insisto, viendo estos casos de éxito, y repasando sus vidas, prefiero afirmar que estos matrimonios que conozco tienen algo que hoy no abunda: un cristianismo auténtico.

En alguna ocasión, alguien me explicó muy gráficamente la diferencia entre un «auténtico» y un «semi». Puedes tener en tu copa ―me dijo― un rioja, un ribera, un valdepeñas o un vino peleón y en todos estos casos tendrás vino. Pero si le echas agua, sea el tipo de vino que sea, ya lo que tendrás no será vino en tu copa, sino una mezcla…  un «semivino».

No es el objeto de este post describir ahora los rasgos de ese semicristianismo imperante, pero sí destacar que lo que yo he visto en esos matrimonios durante estos veinticinco años, y que estoy convencido que es la clave de su éxito, ha sido una cosa: la ilusión y el esfuerzo perseverante por alcanzar JUNTOS los dos deseos que Dios tiene para el ser humano:

  • Que le amemos con toda el alma y logremos ser santos
  • Que amemos al prójimo por Él y, por ello, construyamos un mundo (matrimonio, familia, entorno, sociedad…) ideal  

En realidad, no son más que los dos «viejos» mandamientos fundamentales.
Esos, que (siguiendo con el símil), son nuestra auténtica denominación de origen: la de cristianos.

Esto es lo que yo he visto en ellos estos veinticinco años, y por eso, lo cuento.

Feliz aniversario, amigos, por vuestras bodas de plata. 
¡Y a por el oro!   

29.12.22

Encantadora anécdota

En estos días en los que, ante las noticias del empeoramiento de la salud del Papa emérito Benedicto XVI, todos los católicos rezamos por su vida, no quiero dejar pasar la oportunidad de recordar una encantadora anécdota que en cierta ocasión leí sobre él, si bien en ese momento era tan solo…  el profesor Ratzinger.

La cuenta el Cardenal Scola en la introducción a la autobiografía del propio Joseph Ratzinger titulada “Mi Vida” (Ediciones Encuentro, 2004) y dice así:

Conocí por primera vez al cardenal Ratzinger en 1971. Era Cuaresma. Un joven profesor de derecho canónico, dos sacerdotes estudiantes de teología, que por aquel entonces no habían cumplido los 30 años, y un joven editor estaban sentados alrededor de una mesa, invitados por el profesor Ratzinger, en un típico restaurante a orillas del Danubio, en Ratisbona.

Con su trato delicado, Ratzinger nos explicaba la carta: una larga secuencia de suculentos platos bávaros… Parecía conocerlo bien, sin lugar a dudas era un habitual del restaurante. Nosotros, superado el primer embarazo, como buenos latinos y, además, jóvenes, nos lanzamos a hacer comparaciones entre menús bávaros y lombardos. Alguno de nosotros había pasado suficiente tiempo en Alemania como para permitirse disertar sobre los tipos y las marcas de cervezas. Recuerdo bien que pregunté a nuestro anfitrión qué nos aconsejaba: pacientemente empezó a ilustrarnos de nuevo sobre cada plato de la lista, animándonos a probar más de uno para que nos hiciésemos una idea de la cocina bávara. Desde hacía un rato el camarero esperaba respetuoso junto a la mesa. No sin desorden y aumentando progresivamente el tono de nuestra conversación hasta el punto de hacer que algún comensal se volviese a mirarnos, terminamos, bajo los ojos benévolos y la sonrisa de nuestro anfitrión, por escoger una amplia y exagerada variedad de platos. Ratzinger devolvió la carta diciendo al camarero algo así como: “para mí, lo de siempre". El camarero nos sirvió antes a todos nosotros, con meticulosidad alemana, y al final llevó al conocido teólogo un sándwich y una especie de limonada.

Nuestra sorpresa rayaba en la vergüenza. Con una sonrisa, amplia y benévola, el cardenal nos liberó diciendo: “Vosotros estáis de viaje… Si yo como demasiado, ¿cómo voy a poder estudiar después?".

La anécdota me resulta encantadora por la delicadeza y finura de su manera de ser. Un estilo de vida sólidamente fundamentado en lo que en un cristiano es, y debe ser, su seña de identidad: el amor entre cristianos.

Es este el rasgo por el que Nuestro Señor nos dijo que nos reconocerían como discípulos suyos. Es esta la auténtica señal de un cristiano.

Es nuestra marca de la casa.

24.12.22

Navidad en domingo

Por feliz casualidad, este año el día de Navidad cae en domingo

Esto me hace recordar una lectura que desde hace años marca mi día de Navidad, y que por este motivo les comparto.

El autor explica cómo, meditando en ese día de Navidad, se da cuenta de que en el intervalo de apenas una hora, iba a realizar los dos más grandes esfuerzos intelectuales que son dado exigirle a un ser humano.

Que expresión tan curiosa, ¿verdad? … los dos más grandes esfuerzos intelectuales posibles para un ser humano ¿en qué consistirá?

Todos, este domingo, podremos experimentarlo, pues cuando en la misa de Navidad nos topemos en el Evangelio con esta afirmación: “y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, ello nos enfrentará ante la situación de asimilar intelectualmente la idea del nacimiento de un niño que es Dios.

Pero es que, al poco rato, nos encontraremos ante unas manos alzadas con una hostia que, tras las palabras de la Consagración, nos situará ante el esfuerzo de aceptar que ese pedazo de pan es Dios.

Un Dios que se hace hombre, naciendo entre nosotros, y un trozo de pan que es Dios.  

Todavía recuerdo casi de memoria las palabras con las que el autor concluía: 

En verdad que no nos merecemos el Cielo, pero nuestros ojos se nos llenan de lágrimas de agradecimiento ante la bondad del Señor Omnipotente que, con un milagro perpetuo y una historia maravillosa, nos concede la posibilidad de ganarnos el Premio de los premios con algún merito por nuestra parte: la fe de creer que Cristo se hizo niño en un pesebre; y que no contento con esto, en cada misa se hace realidad en una blanca Hostia.

¡Feliz domingo de Navidad a todos!

15.12.22

Flash de Adviento

Tengo la inmerecida suerte de tener grandes ayudas y un buen marco para aprovechar la temporada de Navidad que se acerca.

Una de ellas es una selección de frases sobre la Navidad, hechas por el padre Miguel de Bernabé, y que cada año, al comienzo del Adviento, releo y medito porque me marcan.

Año tras año vengo pensando que si alguna vez consiguiera que tan solo una de estas frases de reflexión calaran en mí hasta la médula, ya tendría una ayuda suficiente para pasar una buena Navidad.

Por eso me empeño en profundizar y en hacerlas mías, en la medida de lo posible, y por eso les brindo ahora algunas de estas frases. Estoy seguro de su acierto y de que quizá a muchos pueda también servir de ayuda. Ahí van:

Si pensaras en que Dios se hizo niño por ti, una vida vivida para Él te parecería un pobre agradecimiento

                                                              —-

¿Cómo entender… cómo abarcar semejante misterio?
Solo un inmenso amor a Él puede ponerte en el camino de llegar (después de esta vida) a entenderlo.
¿y como alcanzar tan inmenso amor?
Al menos puedes hacer dos cosas:
pedírselo al Señor con constancia;
y procurar actuar como si ya lo tuvieras.

                                                             —-

Celebra la Navidad con alegría y agradecimiento a Dios, pues todas tus faltas no agotan Su infinito amor, que le llevó a hacerse hombre por ti.

Ojalá alguno de estos flashes, o destellos en forma de frases, sirvan como ideas-fuerza que nos marquen este Adviento y nos hagan entender mejor la Navidad por llegar.