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24.05.23

El tenis es católico; el golf, protestante

Hablando de la confesión, hace años leí (*) una metáfora sugerente extraída de una obra de un dramaturgo norteamericano, que desde entonces no dejo de comentar por lo clarificadora que me parece.

El título lo dice todo: El tenis es católico; el golf, protestante

Sin embargo, requiere una explicación sobre todo para aquellos que no están especialmente familiarizados con la distinta dinámica de estos dos deportes

En el tenis se disputa cada tanto ganando (o perdiendo) sucesivamente  juegos (el mejor de 4 tantos), sets (el mejor de seis juegos) y partido (el mejor de tres o cinco sets).

Ganado o perdido el tanto, se disputa otro tanto. Igualmente, ganado o perdido un juego se inicia el siguientey por último, ganado o perdido un set, se comienza uno nuevo, siempre desde cero.

Esto ha dado lugar en la historia del tenis a remontadas como, por ejemplo, la final de Roland Garros de 1984 donde el checo Ivan Lendl después de haber perdido los dos primeros sets con John McEnroe por 6-3 y 6-2 terminó ganando el partido en los tres restantes por un épico 6-3, 6-2, 4-6, 5-7 y 5-7. ¿La razón? Cada vez que finaliza un juego o un set, la competición vuelve a empezar desde cero y, por ello, a pesar de haber perdido las dos primeras mangas, al ganar las restantes, conseguía dar la vuelta al resultado remontando todo lo perdido.

En el golf, sin embargo, la dinámica es distinta. Juegas 18 hoyos, cada uno de los cuales debe hacerse en un determinado número de golpes, Si en alguno de los hoyos te va mal y superas ese número de golpes arrastras ese retraso hasta el final del partido haciendo muy difícil remontar una mala racha pues esta te acompaña acumulativamente hasta el final del recorrido. Nunca consigues empezar de cero.

No se si para los que no conocen el juego esta explicación les ha orientado, pero para los que lo conocen, seguro que ya han entendido el sentido de la afirmación de la que partimos.

Uno de los personajes de la obra teatral en cuestión (precisamente un pastor episcopaliano) lo resume sintéticamente en la siguiente frase “En el tenis, cada juego, cada punto, permite una nueva oportunidad. Todo lo contrario que en el golf, donde arrastras un error en el primer hoyo hasta el final del recorrido”

El perdón de los pecados que los católicos ─por la Gracia de Dios y a través del sacerdote─ obtenemos, nos permite empezar de cero, confiados en la misericordia y esperanza que Dios nos promete. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

982.- No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero. Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).

En el caso de los protestantes no es así. Agudamente el dramaturgo norteamericano pone en boca del pastor esta ilustrativa frase: “Lutero lo hizo mucho más difícil cuando nos puso a cargo de nuestra propia salvación”

En definitiva: en el “católico” tenis la posibilidad de remisión de los pecados y esperanza en Dios está siempre presente, en el golf “protestante” impera la predestinación y el pesimismo luterano.

(*) Artículo de Carmelo López Arias, en Religión en libertad, sobre la obra de teatro “The old boy”, de A.R. Gurney, 

 

19.05.23

Anécdotas de un gran día

Este próximo domingo hace nuestra hija pequeña la Primera Comunión. Con este motivo leímos juntos unos días antes algunas anécdotas relacionadas con la Sagrada Eucaristía. Son éstas:

Napoleón, cautivo en Santa Elena, preguntó un día a los generales que le rodeaban cual creían que había sido el día más grande de su vida. Recordaron ellos el día de su elevación al trono, el de sus principales victorias alcanzadas… Pero Napoleón al final les dijo conmovido “El día más hermoso de mi vida fue el de mi Primera Comunión”.  Mientras que algunos generales mostraban su extrañeza ante esta declaración, al general Drouot – impresionado − se le saltaron las lágrimas. Napoleón entonces le puso la mano en el hombro y le dijo: “¡Bravo Drouot! sois el único que me habéis comprendido”.

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El célebre músico Gounod fue un día a visitar a un amigo cuyo hijo había recibido la primera comunión. Aprovechó la ocasión el padre para decir al niño:” Hijo mío, este amigo nuestro ha compuesto ese precioso canto a la Virgen que has escuchado cuando te acercabas a comulgar (se refería al conocidísimo Ave María). Ahora que te ha bendecido Dios y el señor cura, pídele a él que también te de su bendición”. Iba el niño a arrodillarse ante Gounod, pero el maestro, con voz vibrante, le dijo: “No, hijo, no. No eres tú quien se ha de arrodillar sino más bien yo. Tú que llevas en tu pecho a Dios eres el que me ha de bendecir a mí”.
Y el gran maestro en medio de la calle se descubrió la cabeza, se arrodillo a los pies del chico y tomándole la manecita se la levantó como para bendecirse con ella. El pobre niño quedó sorprendido, miró a su padre y vio que a éste le brillaban los ojos de emoción. 

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Marceau, comandante de marina, era un hombre terrible ante quien todos temblaban. Y comulgaba diariamente, por eso murmuraban de él muchos de sus subordinados. Un día que llegaron a sus oídos estas murmuraciones reunió a todos sus hombres sobre el puente y les dijo: “Sé lo que pensáis y decís de mí. Ya sé que soy rudo y a veces hasta brutal. Y pensáis que un hombre que comulga como yo debería ser de otro modo. Pero sabed que yo me porto como me porto precisamente por la Comunión porque si no comulgase con frecuencia el primer día sería capaz de echaros a todos por la borda sin vacilar”.    

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El Papa Pio X recibió un día en audiencia a una señora que llevaba consigo a una niña de cuatro años. El papa acariciándole le preguntó “¿Cuántos años tienes?”, “Cuatro −respondió la madre− dentro de dos o tres hará la primera Comunión”.
El Papa preguntó a la niña con cariño “¿A quién se recibe en la Sagrada Comunión?”.  “A Jesucristo”, dijo prontamente.

“¿Y quién es Jesucristo?”. “¡Jesucristo es Dios!”, dijo la niña con igual presteza. Entonces el Papa, volviéndose a la madre, le dijo: “Traédmela mañana y yo mismo le daré la primera Comunión”.

Cuatro encantadoras anécdotas que retratan mejor que cualquier catequesis el valor, el misterio, las consecuencias y la maravillosa verdad que encierra el Santísimo Sacramento que Cristo nos dejó.

Para grandes… y pequeños.

Nota: Estas anécdotas están extraídas de la obra “Verdad y Vida” del P. Ramón de Muñana S.J. y han sido seleccionadas por un buen amigo mío en un precioso y breve folleto dedicado a la Sagrada Comunión.

13.05.23

Dos secretos "confesables"

No hay nada como un niño de nueve años ante su primera confesión, antesala del gran misterio que días después le espera: su Primera Comunión. Mi hija pequeña pronto la hará y eso me ha dado pie para explicarle dos “secretos”. No me resisto a reproducir nuestro dialogo:

─Te voy a explicar dos secretos para tu primera confesión que seguro ni te imaginas: uno es sobre Dios; el otro, sobre el demonio

(Ojos como platos en la niña ante la palabra secreto)

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20.04.23

11.04.23

Señalados

Díganme si este diálogo que reproduzco a continuación no responde desgraciadamente a lo que por ahí (entre católicos) se piensa:

  • Oye, ¿tu cuál crees que es la señal del cristiano?
  • Pues… ¡la Cruz!
  • ¡No, hombre!, me refiero a la señal para reconocer que eres cristiano
  • Bueno…. (duda)…  ¿ir a Misa los domingos?
  • ¡Que no, hombre, que no! Me refiero a esa señal por la que Jesucristo nos dijo que los demás reconocerían que somos cristianos…
  • ¡Ah ya!  te refieres a lo de poner la otra mejilla y eso… ¿no?
  • Déjalo, anda…

 ¿No es verdad que es corriente esta manera de pensar?

Sin embargo, la respuesta a esta pregunta está en el Evangelio y la da el mismo Cristo.

Se lee en San Juan, capítulo 13, 34-35:

“Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros.
Así como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros. En esto todos reconocerán que sois mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos a los otros”

No es una frase cualquiera. Nos la dijo Cristo en su última cena antes de morir… y se comprende que Nuestro Señor, sabedor de ello, escogió sus mensajes esa noche para recordarnos lo más importante, lo fundamental, lo que no nunca deberíamos olvidar.

Y lo que dijo no fue “amad a la Humanidad”, ni “sed buenas personas”, ni tampoco “toleraos, sed solidarios…”

Lo que dijo a sus discípulos (estaba ya sólo con los once pues Judas se acababa de marchar) fue:

“amaos los unos a los otros…”

es decir, entre vosotros, los cristianos.

Y además nos indicó el nivel a alcanzar en ese amor:

“Así como Yo os he amado”.

Y nos lo remarcó diciendo:

“En esto todos reconocerán que sois mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos a los otros “.

Esa habría de ser nuestra señal.

Ojalá que en esta feliz Pascua ¡se nos note!