Oración, temor, aceptación
Cuando el Señor Jesucristo nos enseñó a orar, mostró un orden claro en el proceso. El padrenuestro no es solo un modelo de oración a repetir, sino la base para cualquier otra oración. Veamos:
- Se empieza reconociendo y alabando a Dios.
- Se pide que venga su reino y que se cumpla su voluntad.
- Se piden cosas para nosotros. Entre ellas el perdón, que también debemos ofrecer a quien nos ha causado daño.
En realidad, todas las peticiones que hacemos en el padrenuestro son conformes a la voluntad de Dios. Pero, ¿podemos decir lo mismo en las otras ocasiones en que rezamos?
Yo confieso que cuando me pongo delante del Señor a pedirle algo que es muy, muy querido para mí, tengo temor. Temor a que su voluntad sea no concederme lo que le pido. Sé por fe que me dará todo lo que sea bueno para mí y mis seres queridos y no aquello que, aunque yo lo desee, no me conviene por la razón que sea y que Él sabe. Pero por más que sepa que Dios quiere lo mejor para mí, qué difícil me resulta enfrentarme a sus negativas y sobre todo a sus silencios. Muy especialmente a sus silencios.
Si queda claro que Dios no te ha concedido algo que le has pedido (por ejemplo, muere alguien muy querido), simplemente lo aceptas. De hecho, más te vale aceptarlo porque es así lo quieras o no. En otras ocasiones puede que recibas una moción que te muestra que Dios te dará lo que le pides pero más adelante, lo cual te anima a seguir orando. A mí eso me ha pasado pero reconozco que es muy fácil confundir tus deseos con esas mociones que parecen que indican que se te va a conceder lo que pides. De hecho, cuando me pasa que creo que el Señor me va a conceder lo que le pido y luego ha resultado que no, mi ánimo y mi espíritu literamente se desploman. No porque Dios me haya decepcionado, eso jamás puedo permitírmelo, sino porque me doy cuenta cuán lejos estoy de discernir cuál es su voluntad. Y, sinceramente, lo que más me altera en esta vida es no saber lo que Dios quiere de mí, lo que Dios quiere que haga, lo que Dios no quiere para mí.
Puede ser, y de hecho ocurre, que su voluntad me sea muy dolorosa de aceptar. Las cruces y las pruebas llegan a ser como una losa que en ocasiones me dejan prácticamente enterrado en vida. Soy entonces un despojo humano y a veces deseo que todo acabe pronto para entrar en el descanso eterno; y eso si recibo el don de la perseverancia, porque si no…
Pero también sé que esas pruebas, esas cruces, son voluntad divina. Y cuando decimos Fiat voluntas tua, Hágase tu voluntad, hay que decirlo de corazón, sin dudar ni por un instante que Dios es el Señor de nuestras vidas y lo que ha determinado que se haga, se hará para bien de nuestras almas.
Nuestro Señor Jesucristo nos exhortó a ser insistentes en la oración. No podemos dejar de orar porque pensemos que Dios no nos escucha o no nos quiere dar nada. Para empezar, en la oración estamos en comunión con Él. Hablamos con Él. Ejercemos de hijos suyos y entendemos que Él es nuestro padre. Lloramos, alabamos, descansamos en su presencia, recibimos su amor. Solo por eso merece la pena orar sin cesar.