Santos de pantalón corto

Una de las cosas que más echo de menos desde que hace un año empecé a trabajar en Religión en Libertad es la falta de tiempo para leer. Entre buscar noticias para publicarlas, aprobar los comentarios a las mismas, escribir posts para mi blog, leer lo que escriben los que me leen, leer lo que escriben otros bloggers, recibir y hacer llamadas telefónicas, etc, etc, el día se me pasa volando. A eso se le une que tengo la costumbre de leer “lentamente". Hay ocasiones en que dedico más tiempo a meditar sobre lo que leo que a la propia lectura. Eso me ocurre muy especialmente con los libros a los que saco provecho espiritual. Y, gracias a Dios, en estos días ha llegado a mis manos uno de esos libros. Se trata de “Santos de pantalón corto”, escrito por Javier Paredes y editado por Homo Legens, editorial de la cual Javier es su director.

Los santos son los instrumentos musicales en los que mejor suena la partitura del evangelio y tal hecho no sólo no se ve afectado por su edad sino que, muy al contrario, es a veces en los niños y adolescentes entregados a Cristo donde se pueden ver ejemplos de virtud y entrega poco comunes entre los adultos. Y si alguien lo duda, no tiene más que sumergirse en las páginas del libro de Javier Paredes, en las cuales se encontrará con santo Domingo Savio, la beata Laura Vicuña y los beatos Francisco y Jacinta, pastorcillos de Fátima.

El libro cuenta con una larga y magistral introducción del sacerdote Manuel de Santiago y González. Yo diría que es hasta catequética, pues está trufada de citas bíblicas y del magisterio de la Iglesia. El texto de don Manuel nos predispone la mente y el corazón para recibir la gracia que llega con la lectura de las vidas de esos pequeñuelos que sirvieron a Dios hasta la muerte.

El primer santo que Javier Paredes nos presenta es santo Domingo Savio, joven discípulo de san Juan Bosco. Javier tiene la virtud de emplazarnos a un milagro final que supera todos los realizados anteriormente por la intercesión de santo adolescente. Así, mientras vamos leyendo la obra de Dios en la vida del joven Domingo, esperamos con curiosidad saber cuál será ese último gran milagro, aunque tampoco hace falta una gran capacidad de discernimiento para sospechar de qué se trata.

En santo Domingo Savio vemos una máxima evangélica irrefutable. Cuando la semilla del evangelio cae en buena tierra, el fruto es abundante. Y el alma de Domingo, desde su más tierna edad, era tierra abonada para Cristo. Con cinco años asiste con tal devoción a misa junto a su madre, que su párroco advierte que no está ante un niño común y le hace monaguillo suyo. De ahí en adelante todo en la vida de santo Domingo es un crecimiento en santidad ante Dios y ante los hombres. No es de extrañar que tal hijo de Dios fuera a parar a manos de uno de los más grandes santos que ha dado la Iglesia en los últimos siglos. San Juan Bosco vio inmediatamente que estaba ante un diamante tallado por Cristo. También se dio cuenta de que el propio Señor se llevaría pronto al cielo tal piedra preciosa, pero es seguro que santo Domingo Savio hizo más por la obra de San Juan Bosco desde el cielo de lo que podría haber hecho en la tierra. No olvidemos que “mucho puede la oración fervorosa del justo” (Stg 5,16) y que en el cielo los santos están en constante oración y alabanza a Dios. Para más detalles, leed el libro.

Si acabamos de leer que la oración del justo puede mucho, en el caso de la beata Laura Vicuña su vida, especialmente en su parte final, se convierte en oración y expiación en busca de la conversión del ser al que más amaba y por el que más sufrió: su madre. Leyendo la vida de esta niña beata, me viene a la mente aquello que san Ambrosio de Milán dijo a la madre de san Agustín de Hipona, santa Mónica, que se pasó gran parte de su vida llorando y gimiendo por la conversión de su hijo. El gran y santo obispo de Milán la consoló asegurándola que “un hijo de tantas lágrimas no se puede perder". Y ciertamente aquel hijo no sólo no se perdió sino que llegó a ser uno de los más grandes santos que ha dado la Iglesia.

Laura tuvo que ver como su madre, tras haber enviudado joven, cayó incautamente en las garras de un tipejo indeseable que la engatusó y finalmente la convirtió en su esclava sexual. La propia niña, al llegar a la edad de la adolescencia, tuvo que enfrentarse a esa mala bestia para no ser violada. El Señor no permitió que tal desgracia ocurriera.

La vida de esta pequeñuela moldeada por el Espíritu Santo fue ejemplo de santidad en las cosas pequeñas, de entrega a Cristo y devoción por la Madre de Dios. Su sacrificio final, del que encontraréis todos los detalles en el libro, conmueve el alma pues es prueba palpable de que, gracia al Cristo que abre el camino y es camino en sí mismo, en la cruz está la salvación.

¿Y qué no decir de los pastorcillos de Fátima, Francisco y Jacinta, protagonistas de uno de los hechos más asombrosos que han acontecido en la historia de la salvación? Ellos, junto a sor Lucía, fueron testigos del mensaje de conversión que la Virgen María quiso enviar al mundo hace casi un siglo. Pero lo que más me impresiona de ellos no es su condición de testigos del mensaje celestial sino su verdadera condición de confesores cuando el Administrador de Vila Nova de Ourém les metió en prisión y les amenazó con freírles vivos en aceite hirviendo si no confesaban que las apariciones eran un invento suyo. Los tres se tomaron muy en serio las amenazas de ese sujeto pero aún así permanecieron fieles y no cedieron a sus pretensiones, siguiendo de esa manera el ejemplo de los judíos que, en tiempos del profeta Daniel, prefirieron ser arrojados a un horno de fuego antes que desobedecer a Dios (Dan 3).

En definitiva, estamos ante un libro altamente recomendable para niños, jóvenes y adultos. Sólo habrá un tipo de público al que probablemente no le guste. Me refiero al de esos “católicos” que ven con malos ojos las prácticas de piedad y de sacrificio tan típicas de otros tiempos y que ahora parecen proscritas de la espiritualidad de nuestra Iglesia. Ver a niños ofreciendo sus sufrimientos para conseguir gracias para los demás, es algo demasiado “pre-conciliar” para las almas de los que quieren un cristianismo cómodo, hecho a imagen y semejanza de un mundo que sigue huyendo de la cruz como aquel ángel caído que fue derrotado en la misma por nuestro Señor. Y aun así, si tan siquiera ellos abrieran un poquito su corazón, la santidad de estos jóvenes siervos de Cristo se encargaría de conseguir su conversión, que es el mayor milagro que una persona puede alcanzar a ver en esta vida.

Gracias, Javier, por servir de guía en este breve viaje por la vida de aquellos en quienes se cumple verdaderamente las palabras de Cristo sobre los niños: “de ellos es el reino de los cielos” (Luc 18,16)

Luis Fernando Pérez Bustamante

Santos de pantalón corto, Javier Paredes
Homo Legens