No harán caso ni aunque resucite un muerto
Me pregunto cuántas de las homilías que hoy serán pronunciadas a costa de la lectura del evangelio que corresponde a este domingo harán referencia, siquiera brevemente, a la parte final de las palabras de Cristo, quien pone en boca de Abrahán lo siguiente: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."
Ciertamente todo lo que precede a esta parte final de la charla entre el rico Epulón y Abrahán ha de ser material para dar una enseñanza clara sobre la maldad intrínseca que existe en los que ignoran la condición de los pobres -recordemos que somos ricos en comparación con la inmensa mayoría de la población de este planeta-, así como sobre la realidad del castigo para los injustos, cuya condición tras la muerte es ya irreversible.
Pero no deberíamos dejar pasar la oportunidad de meditar en lo que el Señor nos quiere decir en la última frase de nuestro padre en la fe. La enseñanza es clara: el que se niega a escuchar, creer y obedecer a la palabra de Dios, no creerá aunque vea algo tan insólito como la resurrección de un muerto. Y su condición será, de no mediar arrepentimiento sincero, la misma que la del rico condenado para toda la eternidad.
El evangelio tiene la suficiente radicalidad como para que no baste el leerlo y conocérselo de memoria para tener ganratizado un lugar en el cielo. El que cree y no obedece está en peor condición que el que ni siquiera ha creído. No busquemos excusas. No hagamos caso a esos eruditos forenses que diseccionan la Escritura como si fuera un cuerpo muerto y no la palabra viva de Dios para el hombre en toda época y lugar. Renunciemos a escuchar los cantos de sirena de los que quieren ahogar el contenido de la Revelación en las aguas fecales de lo políticamente correcto, en el fango de los valores consensuados por una sociedad neopagana que se niega a reconocer su condición de pecadora. La Escritura sigue siendo lámpara a nuestros pies, el evangelio sigue siendo fuente de vida y la fe que obra por el amor sigue siendo la puerta estrecha que nos conduce a la salvación. No esperemos ser testigos de hechos sorprendentes para creer y obedecer a Dios. Tenemos su palabra. Léamosla, meditemos en ella día y noche, pidámosle que nos abra el entendimiento para comprenderla en comunión con su Iglesia y, sobre todo, pongámosla en práctica, como hijos que responden al amor de su Padre con la obediencia que emana del cariño, el respeto y la gracia en Cristo Jesús.
Luis Fernando Pérez Bustamante
5 comentarios
Un abrazo hermano
Pero fíjate en una cosa más. El texto demuestra que incluso un condenado puede interceder por sus familiares. Cuanto más no lo harán los que están en la presencia de Dios.
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