Los tramposos
El último caso conocido es el de la atleta estadounidense Marion Jones. Acaba de reconocer, entre lágrimas, que se dopó hace años. O sea, hizo trampa. Y por tanto, aunque no sé bien cuál es la legislación deportiva internacional, lo más probable es que se le despoje de todas sus medallas y posibles records. Ahora bien, ¿de qué vale ya eso? ¿acaso van a quitarle la "felicidad" que obtuvo injustamente al ganarlas? ¿quién devuelve a las atletas que quedaron segundas tras ella, ese momento "glorioso" de alzar los brazos al finalizar la carrera y el de subirse al cajón más alto donde te cuelgan el oro? O por poner un ejemplo español, aunque a Oscar Pereiro le han concedido por fin el triunfo en el tour de 2005 debido al doping de Floyd Landis, ¿quién le va a dar la foto vestido de amarillo en los Campos Elíseos de París? Nadie.
Y como Marion, tantos otros. Algunos deportes parece especialmente infectados por esa plaga que desvirtúa las competiciones y, no se olvide, pone en peligro las vidas de los deportistas. El dinero y el prestigio personal son la tentación que hace caer a aquellos que no confían lo suficiente en sus capacidades propias para lograr la victoria. La ciencia avanza tan rápido que los tramposos van por delante de la ley y se aprovechan de la fabricación de drogas sintéticas que todavía no pueden ser detectadas por los análisis ordinarios. Algunos consiguen librarse de la sanción porque no les pillan. Y quien tiene tan mal formada la conciencia como para doparse es difícil que acabe por reconocer, pasados los años, que así lo hizo. A veces ocurre, como es el caso de Marion Jones, pero muchos se irán de esta vida sin reconocer que hicieron trampas. Entonces la mentira se impone y sólo se sabrá la verdad ese día en que todo lo oculto quedará de manifiesto.
Como bien saben los conocedores de las Escrituras, San Pablo hace una comparación entre la vida cristiana y la competición deportiva:
1ª Cor 9,24-25
"¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren, pero uno sólo alcanza el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis. Y quien se prepara para la lucha, de todo se abstiene, y eso para alcanzar una corona corruptible; mas nosotros para alcanzar una incorruptible."
Ciertamente nosotros corremos hacia la meta que es Cristo, pero no compitiendo con los demás hermanos, sino apoyándonos unos en otros. Es decir, corremos en equipo. No corremos para ganar a nadie sino para ganar todos. Y en este deporte, no cabe el doping. No hay atajos artificiales que nos permitan lograr la corona de oro que el Padre tiene reservada para nosotros al final de nuestra carrera. Es la gracia de Dios quien nos capacita para vencer. Los sacramentos junto con la lectura y meditación en las Escrituras son el buen alimento para el fortalecimiento de nuestras piernas espirituales que corren hacia el Señor. Es el Espíritu Santo quien nos empuja hacia la meta.
En esta carrera no podemos mirar atrás porque entonces nos retrasaremos y podemos incluso quedar descalificados. Los ojos han de estar puestos en Cristo. Él corre con nosotros, nos levanta si caemos y nos espera una vez que cruzamos la línea de esta vida terrenal. De su mano llegamos al podium donde nos espera la medalla de la salvación y la vida eterna. Merece la pena que trabajemos y nos esforcemos. No hay premio mayor que pasar la eternidad en la presencia de Dios junto con todos nuestros hermanos en la fe.
Luis Fernando Pérez Bustamante
16 comentarios
No te imaginas lo que necesitaba leer algo como lo que has puesto. Supongo que las pruebas que Dios manda, nunca son superiores a las fuerzas que se tengan, ¿verdad?.
Un cordial saludo.
1Co 10:13
No os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito, dándoos el poder de resistirla.
pensaba que no podias sorprenderme mas. alucinante.
"Por sus obras les conoceréis".
Cojonudo el artículo. Gracias.
Tremendo artículo. Siempre adelante.
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