Los sabios y los traidores
Daniel 11,32-34: "Seducirá con sus halagos a los traidores a la alianza santa, pero el pueblo que conoce a Dios obrará con firmeza, y los sabios entre ellos instruirán a la muchedumbre. Caerán de entre ellos por un tiempo a la espada, al fuego, al cautiverio y al pillaje, y, mientras sucumben, tendrán poco socorro, y muchos se unirán a ellos hipócritamente."
El hombre sabio que el Señor nos ha regalado como Papa dio una clase magistral en la Universidad ("invento católico") de Ratisbona. Son tantos los aspectos que Benedicto XVI trató en dicho discurso, que seguramente el mismo será objeto de estudio sereno una vez despejada la tormenta fundamentalista islámica que nos acecha, la cual, dicho sea de paso, está sirviendo para que el texto alcance una difusión impensable incluso para el Santo Padre.
Benedicto XVI nos avisa de dos peligros que acechan a nuestra civilización. Ambos tienen una cosa en común: parten del error sobre Dios. El primer error es la elevación a los altares del ídolo de la diosa razón, que no es sino la corrupción de ese elemento constitutivo del ser humano que le hace semejante a Dios, y que pretende eliminar al Logos divino, auténtica fuente de la sabiduría, de la esfera del pensamiento humano. La Ilustración que niega a Dios no ilustra sino que ciega el verdadero entendimiento. El segundo error es convertir a Dios y su pretendida revelación en instrumentos de una fe ciega, irracional, que se impone por la fuerza de la espada y que esclaviza tiránicamente a todo aquel que cae en sus redes.
Ambos errores, presuntamente antagónicos entre sí, se unen para intentar derribar la casa que, por más que les duela, no podrá ser destruida porque está construída sobre la roca firme (Lc 6,48) confesada por Pedro (Mt 16,16-19) y ni el Hades podrá con ella. Pero no nos engañemos: aunque sabemos el resultado final la batalla será larga, difícil y, literalmente, sangrienta. Y, como profetizaba Daniel sobre otro contexto histórico, no debemos esperar mucha colaboración de los que voluntariamente están fuera de la casa del Señor. Y si la encontramos será motivada por la hipocresía temporalmente interesada de aquellos traidores a su civilización que hoy adulan al mismo que ayer consideraban como el peor de los inquisidores, y al que mañana no dudarán en arrojar sus piedras afiladas por la ignominia de su odio a esa razón santificada por el Dios de la nación santa, real y sacerdotal que es luz en medio de las tinieblas de este mundo.
Benedicto XVI propone el diálogo en vez de la confrontación. Sabe muy bien que la fe cristiana no puede ni debe caer en errores pasados, acudiendo a la violencia para defenderse de los violentos. Sabe muy bien que la fortaleza del cristianismo está basada en la persona y obra de su fundador. Sabe muy bien que el Evangelio puede y debe impregnar el pensamiento moderno para renovarlo y dirigirlo hacie el bien de toda la humanidad. Sabe muy bien que los fundamentalismos islámico y laicista no resistirán el empuje de una renovada cristiandad que, repitiéndose la historia de su papel en la civilización greco-romana, sea semilla de verdad en todas las civilizaciones desparramadas por el mundo en que vivimos. Benedicto XVI sabe muy bien cuál es la verdad que nos libera. Y por eso la predica siguiendo el modelo de San Pablo, como maestro en el Agora de esa Atenas vieja y descreída en que se ha convertido Europa, y con la evangelización de todo el orbe en el horizonte.
Dios le asista en esa tarea y nos dé fuerzas para ser fieles a semejante pastor.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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