Lo que el Papa no puede hacer
Como era de esperar, la visita del Papa a Brasil ha provocado una catarata de artículos analizando el discurrir de la misma y las previsibles consecuencias de sus discursos. Pero en realidad, por mucho que Benedicto XVI haya dado discursos de oro y brillantes, por mucho que sus exhortaciones hayan estado llenas de sabiduría espiritual y pastoral, de poco valdrá si el campo sobre el que se ha plantado esa semilla no es reparado, abonado y regado.
Por más que tuviéramos el Papa más grande de la historia, poco podría hacer si el resto de obispos no fueran diligentes en su ministerio pastoral. Es por ello que el futuro de la Iglesia en Latinoamérica no depende tanto de Roma como de los obispos latinoamericanos. Es a ellos a quienes corresponde buscar la manera de lograr que el cada vez más menguante pueblo que está a su cargo sea formado en la fe y sea animado a la conversión constante, que es la única garantía de que sea realmente luz en un continente tan necesitado del testimonio auténtico de los que andan en la verdad.
Ahora bien, por más que tuviéramos el Papa más grande de la historia y Latinoamérica contara con los mejores obispos habidos allá desde su evangelización, poco podrían hacer si los sacerdotes hicieran de su capa un sayo y se dedicaran a reinventar la rueda con forma hexagonal. El sacerdote es pieza fundamental en la Iglesia pues a él le corresponde el pastoreo cotidiano y cercano del pueblo de Dios. Los obispos no pueden llegar a todas partes y a todas horas. Y donde no llega ni el Papa ni los obispos, llegan los sacerdotes. Por tanto, si la Iglesia en Latinoamérica quiere tener garantía de éxito en su misión futura, es imprescindible que forme a sus seminaristas como si fueran, que lo son, el tesoro más precioso de su cofre. Y no sólo eso. Como quiera que no se puede esperar a que los actuales seminaristas ocupen el lugar que les corresponde en el futuro, ha de realizarse un esfuerzo de formación permanente del clero. Formación que ha de abarcarlo todo: pastoral, espiritualidad, doctrina, apologética (muy necesaria por razones obvias), liturgia, acción social, etc, etc. Yo creo que es preferible dejar sin misa a unas parroquias durante algunas semanas al año si con ello se logra que sus sacerdotes se "reciclen".
Ahora bien, por más que tuviéramos el más grande Papa de toda la Historia, y Latinoamérica contara con los mejores obispos y los mejores sacerdotes, de nada valdría si el pueblo de Dios no se tomara en serio la aventura de ser cristianos. Ni Papa, ni obispos, ni curas pueden cambiar el corazón de la persona. Eso sólo puede hacerlo Dios si en verdad queremos y le dejamos hacerlo. Sin duda la Iglesia es herramienta en manos del Señor para guiarnos por el camino hacia el Padre, pero cada creyente es el responsable máximo de su propia salud espiritual. Es por ello que cabe decir que el futuro de la Iglesia en Latinoamérica finalmente no dependerá sólo de lo que diga o haga el Papa, ni sólo de lo que decidan o dejen de decidir los obispos en Aparecida, ni sólo de la recepción que tengan en el clero sus indicaciones pastorales. No, el futuro de la Iglesia allá dependerá fundamentalmente del grado de compromiso personal con Dios y el prójimo que tengan todos y cada uno de los católicos bautizados. Y si eso se puede decir de la Iglesia en Latinoamérica es porque se puede decir de la Iglesia en todo el orbe.
Luis Fernando Pérez Bustamante