La añoranza inexistente como excusa de los totalitaristas

En favor de la ingeniería social de la actual legislatura zapateril y en contra de los que en mayor o menor medida nos oponemos a la misma, uno de los argumentos repetidos hasta la sociedad por los "pensadores" de la izquierda y el laicismo fundamentalista es el de apelar a los treinta y muchos años de régimen franquista, y el papel que la Iglesia desempeñó en el mismo. Dicen los insignes popes del articulismo y la tertulia progresista que los obispos, o más concretamente un sector de los mismos, añoran un pasado en el que la Iglesia era la que formaba las conciencias ejerciendo, según ellos, un dominio tiránico sobre las mismas. Y claro, el laicismo integrista es la vacuna contra ese deseo enfermizo.

Bien, partamos de un hecho. No hay tal añoranza. El no desear el mal para nuestra sociedad no implica desear volver al pasado sino, por el contrario, buscar un futuro mejor para todos. No hay obispo alguno que quiera resucitar a Franco y su régimen, que quiera reinstaurar la obligatoriedad de la educación en los valores del Movimiento, entre los cuales estaba, no vamos a negarlo, la fe y la moral católicas. Incluso aunque crean, como de hecho deben creer, que el catolicismo genuino es garantía de prosperidad social y moral para España, su actuación se limita a dejar oir su voz a los fieles, y a los que no lo son, sobre aquellos temas que consideran que afectan gravemente a la salud de la sociedad española. Sociedad, por cierto, que tanto si les gusta como si no a los científicos de salón del pensamiento progre, está hoy infinitamente más enferma y deteriorada de lo que estaba cuando entramos en la Transición. Constatar este dato, señores afectos a la cosmogonía de la escuadra y el mandil, no implica el deseo de volver atrás sino, simple y llanamente, ser fieles a la verdad y apuntar a la necesidad de proponer soluciones que vayan a la raíz del empobrecimiento de la calidad moral de la sociedad española de principios del siglo XXI.

Existe un espíritu revanchista en esa izquierda que anhela, y está consiguiendo, dejar España de tal forma que no la conozca ni la madre que la parió. Los hijos de los que nos abocaron a una guerra que perdieron, quieren desquitarse mediante el control de la educación de nuestros propios hijos. Saben bien que quien controla la educación controla en buena medida el futuro del país, y por eso no están dispuestos a que su plan para introducir en los niños y jóvenes españoles sus propios valores éticos y morales, sea obstaculizado por la defensa que la Constitución española y la Declaración Universal de los Derechos Humanos hacen del derecho de los padres a elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Lo que no pueden conseguir a través de sus medios de comunicación, lo quieren alcanzar mediante los libros de texto que deben estudiar nuestros chavales. Han debido de darse cuenta que para lograr llevar a la sociedad española hacia su ideario, quizá no baste con adormecer las conciencias con todo tipo de series, programas y películas de contenido en valores contrarios a la moral cristiana y católica. Toca reventar la educación, cosa que ya hicieron con la Logse y ahora insisten con la nueva ley y la polémica EpC. Y si alguien osa oponerse, se le amenaza con la retirada del concierto o con consecuencias nefastas para el currículum escolar de sus hijos.

El mismo sistema que permite y alienta que los zoquetes e ineptos pasen de curso sin mayor esfuerzo, se levanta como juez implacable contra los padres o centros que no están dispuestos a que se les imponga a los niños los valores de aquellos que, precisamente, han destrozado la educación en este país. Perversa jugada es esta: primero destrozamos el nivel educativo de vuestros hijos y luego os obligamos a aceptar que les eduquemos conforme a nuestras ideas. Y si levantáis la voz, el peso de la ley caerá sobre vosotros. ¿Y estos son los que hablan de totalitarismos franquistas y nacionalcatólicos?

Ante semejante estrategia sólo cabe la oposición frontal. No estamos ya en la época en que la cercanía de la dictadura hizo que la izquierda fuera contra su propia naturaleza, mostrándose moderada y aceptando un consenso que nos llevó a la elaboración y aprobación de la actual Constitución. Hoy la izquierda ya no teme una involución democrática y por ello muestra su verdadero rostro. Y ha decidido que su principal adversario no es un partido débil, tibio y lleno de reparos a la hora de defender contundentemente los valores del humanismo cristiano. No, el principal enemigo es hoy, como ayer, esa institución que defiende la vida desde su concepción, que defiende la familia contra todos los ataques legislativos que pueda sufrir, que defiende el derecho de los padres a que sus valores sean los que determinen el tipo de educación de sus hijos. El principal enemigo del laicismo anticlerical y masón no es la Iglesia que añora a Franco y su régimen, sino la Iglesia que no quiere ver a España convertida en un erial moral, espiritual y humano.

Y bueno es que lo vayan sabiendo, no nos van a callar. Internet es demasiado libre como para que puedan controlarlo.

Luis Fernando Pérez Bustamante