El mito de la Iglesia de base

Una de las cosas que más tienden a reivindicar aquellos que han hecho de su catolicismo un ejercicio intensivo de disidencia contra el magisterio de la Iglesia, es su condición de ser la iglesia de base. Por un lado está la jerarquía, llena de señores desconectados con la realidad y el evangelio, y por otro ellos, auténtica voz profética del Espíritu Santo para la Iglesia post-conciliar. Y cada vez que la jerarquía osa, fíjense ustedes, recordar la doctrina y la moral de la Iglesia, esa "iglesia de base" asoma por todas partes para soltar un discurso crítico, que lleva siendo el mismo desde hace ya unas cuantas décadas.

Ocurre que a una mayoría considerable de católicos practicantes les importa más bien poco todas esas controversias. Esos millones de fieles se dedican a ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar y a rezar a Dios, sobre todo cuando las cosas les van mal. Si tienen suerte de asistir a parroquias con curas fieles a la Iglesia, pues pasarán sus vidas sin mayores sobresaltos. Si les tocan curas "progres" pues dependiendo del caso se buscarán otra parroquia si viven en una ciudad, o se acomodarán a la situación. Pero en todo caso, a esa gran masa de católicos ni les va ni les viene las movidas sobre Sobrino, Küng, Masiá, la Juan XXIII, etc, etc. Sencillamente pasan.

Luego está el mundo de los movimientos. Ahí la cosa cambia. El indiferentismo es mucho menor.

Numéricamente, el peso de los movimientos de corte conservador es muy superior al de los grupos disidentes. Estos últimos son los mismos de hace 30 años pero con menos gente y casi nula renovación en sus bases. Cada vez que se reúnen para contarse a sí mismos lo buenos que son ellos y lo malos que son los obispos y los católicos fundamentalistas, se dan cuenta que el paso de los años es inexorable y que dentro de poco sus congresos serán objeto de estudio de los geriatras. Y aun así son inasequibles al desaliento. Uno piensa que si fueran tan fieles a la Iglesia como lo son entre ellos mismos, qué buenos servidores de la verdad habrían sido. Pero no sirven a la verdad sino a sus mentiras, por mucho que el tiempo haya demostrado que la polilla ha carcomido sus argumentos.

El drama es que ese modelo de catolicismo post-conciliar que, irónicamente, secuestró el Concilio Vaticano II para hacerle parecer lo que no era, infectó con muchísima más virulencia a las órdenes religiosas. Muchas de ellas van camino de desaparecer o de convertirse en algo residual. Dada su absoluta aridez y estirilidad espiritual, son completamente incapaces de atraer vocaciones. Si dado el ambiente cultural y social del momento, ya cuesta que los jóvenes decidan entregar su vida al servicio de Dios, ¿cómo van a hacerlo en órdenes que son más noticia por sus disidentes que por su fidelidad al espíritu de sus fundadores? Un joven, hombre o mujer, que quiere la autenticidad de una vida consagrada a Dios, ¿cómo va a unirse a quienes han traicionado sus votos y han convertido sus órdenes en lupanares espirituales al servicio de la heterodoxia y la disidencia? No, nadie sensato desperdiciará su vida sirviendo a Dios y su Iglesia, en casa de quienes han dedicado su existencia a traicionar a la Iglesia con la excusa de servir a Dios.

La falsificación del lenguaje, tan propia en la izquierda radical, es señal inequívoca de estos grupos. Cuando ellos hablan de Iglesia de base es como cuando los comunistas llamaban República Democrática a la Alemania del Este. Los pobres ocupan en su lenguaje el mismo lugar que la clase trabajadora ocupaba en los discursos de Lenin y Stalin. Su Cristo, por lo general, no es el Cristo de la Iglesia y de la fe sino el Mesías anhelado por los zelotes, más preocupado por luchar contra el Imperio que de librarnos del pecado. Estos que reinvidican a Jesucristo por haber sido ejecutado por la "jerarquía" de su tiempo, si hubieran vivido entonces le habrían echado en cara que no exigiera el levantamiento contra los romanos y la toma del Templo como icono de la represión. En definitiva, al igual que Coré y sus muchachos, serán engullidos por la tierra. Pero esta vez no será de forma sobrenatural sino, simple y llanamente, mediante el transcurso natural del tiempo. Ese que siempre pone a todos en su lugar.

Luis Fernando Pérez Bustamante.