Certero análisis de la delegación de juventud de la diócesis de Getafe
Se puede decir más alto pero no más claro: “el problema actual de España no radica tanto en las políticas educativas y juveniles laicistas cuanto en la secularización de tantos corazones bautizados que al perder su identidad dejan de ser luz en la oscuridad“. ¿Quién puede negar que hay mucha verdad en esa afirmación de la delegación de juventud de la diócesis de Getafe?
Ciertamente el mayor problema no está en el mal que hacen los malos sino en aquellos que abandonan el bien y la gracia del evangelio para dejarse arrastrar por el mundo. Ahora bien, eso no significa que debamos pensar que las leyes que emanan de los parlamentos no juegan un papel esencial en la descristianización de España. San Pablo decía en Gálatas que la ley mosaica era fue pedagogo que nos llevó a Cristo. También afirma el apóstol que por la ley pudimos saber qué era pecado. Aunque eso se dice de la ley de Dios para el pueblo de Israel, toda ley, religiosa o civil, tiene un componente pedagógico.
Cuando se legaliza para favorecer el aborto, se están lanzando la idea de que el aborto no es lo que es: un asesinato. Cuando se facilita el divorcio o cuando se aprueba una ley que pone a las uniones sexuales al mismo nivel que el matrimonio natural, se está lanzando la idea de que el matrimonio es cualquier cosa, y no sólo la unión entre un hombre y una mujer abierta a la vida y de naturaleza estable. Cuando se aprueban leyes y decretos que atacan directamente a la patria potestad de los padres y tutores sobre sus hijos, se está lanzando la idea de que los niños y jóvenes no deben someterse a la autoridad paterna. Cuando se aprueba una ley del menor que permite que un asesino de 17 años, once meses y 30 días pueda salir a la calle en un espacio corto de tiempo, se está promoviendo directamente la delincuencia juvenil. Y así con todo.
Es decir, aun sabiendo que el problema al que se enfrenta la Iglesia es más de carácter interno, la secularización de gran parte de sus fieles, no debemos de olvidar que el ambiente en el que hoy se desarrolla su misión es cada vez menos favorable. Y ahí es donde surge de nuevo una pregunta esencial: ¿está nuestra Iglesia preparada, más allá de declaraciones de intenciones rimbombantes y de documentos muy elaborados que sólo leen unos pocos, para la tarea de re-evangelizar, o evangelizar por primera vez, a una sociedad que en gran medida ha dado la espalda a Cristo?
Una cosa es clara. Cristo nos dijo que somos pescadores de hombres. Pero esos “peces humanos” no se van a subir a la barca ellos solos. Hay que echar las redes, poner cebo en las cañas y perseverar, ser pacientes y tirar de carrete cuando haya actividad “sub-acuática". Nuestra Iglesia sabe, más o menos, atender a los que entran en sus templos, pero no sé si habrá perdido la capacidad de lanzarse a las veredas y caminos para lograr nuevos invitados a las bodas del Cordero. Más bien pienso que no. Que todavía sabe hacerlo. La Iglesia sabe evangelizar. Pero para ello necesita desperezarse, dejar de mirarse al ombligo, quitarse no pocas telerañas de encima, sacudirse de forma enérgica el secularismo de los promotores del indiferentismo religioso y de la heterodoxia y ponerse el traje de profeta, de evangelista y de misionera. Y esa es tarea de todos, desde los obispos, pasando por sacerdotes, diáconos y religiosos, y acabando por los fieles, sin cuya participación activa en la evangelización poco se puede hacer.
Luis Fernando Pérez Bustamante