6.10.17

2.10.17

La creatividad como excusa para enseñar un evangelio diferente

Parece de sentido común creer que veinte siglos de catolicismo han producido una doctrina moral consistente, firme, verdadera y, por tanto, liberadora. De todas las encíclicas papales publicadas tras el Concilio Vaticano II, “El esplendor de la Verdad” (Veritatis Splendor) de san Juan Pablo II, es clave tanto para entender los fundamentos de esa doctrina como para combatir los errores que la acechan.

Entre esos errores figura la herejía de que la conciencia humana no está sujeta en última instancia a la ley de Dios, sino que tiene libertad para obedecerla o no dependiendo de las circunstancias, siendo estas circunstancias, y no la voluntad divina, las que determinen el juicio moral -y de paso eclesial- que merecen nuestros actos.

La ley, en esa herejía, no pasaría de ser más que un ideal a alcanzar, pero que en realidad sería inaccesible para la mayoría y solo asumible por unos cuantos elegidos, mayormente aquellos que acaban en los altares como santos y beatos.

No negaré que la gracia de Dios actúa de forma más abundante y frucífera en las almas a las que Dios ha querido adornar con la corona de la santidad más excelsa, pero no hay bautizado que no reciba la gracia suficiente como para poder verse libre de la lacra de vivir practicando el pecado de forma pertinaz. Hoy, igual que hace veinte siglos, siguen vigentes las palabras del apóstol:

No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de medida humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla.
1ª Cor 10,13

Existe un doble error a la hora de enfrentarse a cómo debe actuar el cristiano de cara a poder ser contado entre los que se salvan:

1- La idea de que depende de él, en primera y última instancia, el poder vivir en santidad. Si acaso, ayudado por la gracia. Es decir, Dios ayuda, ciertamente, pero luego pasa a ser mero espectador de nuestras decisiones finales.

2- La idea de que al hombre la basta con creer, con tener fe, para ser salvo, independientemente de cómo se comporte, ya que la misericordia divina pasará por alto sus pecados tanto si se arrepiente de ellos como si no.

Herejes son los que creen y enseñan lo primero. Herejes son los que creen y enseñan lo segundo.

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23.09.17

La certeza de la fe en medio de la tormenta

Son multitud los fieles que asisten con estupor, termor, desánimo e incredulidad al peligro de derrumbe del edificio de la moral católica. La Escritura y la Tradición están siendo cuestionadas de forma abierta por algunos de aquellos que tienen el deber de custodiar el depósito de la fe. Otros callan, por prudencia o por cobardía -solo Dios sabe-, mientras que no faltan quienes cumplen fielmente el ministerio que les ha sido encomendado y combaten por la fe transmitida de una vez para siempre a los santos (Jud 3).

Cristo edificó su Iglesia sobre el apóstol Pedro y su confesión de fe (Mt 16,18), y somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo mismo la piedra angular (Ef 2,20). Mas ya en tiempos de la era apostólica surgieron falsos maestros que manipulaban el evangelio y ponían en peligro la fe del pueblo de Dios. 

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16.09.17

¿Por qué me llamáis Señor y no hacéis lo que digo?

Evangelio del sábado de la vigésimo tercera semana del Tiempo Ordinario:

Jesús dijo a sus discípulos:
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».
Luc 3,46-49

No basta con tener constantemente el nombre del Señor en la boca. Hay que, por gracia, cumplir su voluntad de corazón. Y cuando caigamos y pequemos, levantarnos por su misericordia mediante el sacramento de la confesión.

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15.09.17

Ahí tienes a tu madre

Evangelio de la Memoria de Nuestra Señora de los Dolores:

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Jn 19,25-27

Sin el menor género de dudas, el mayor regalo que Cristo nos concede en la Cruz junto con la salvación es la confirmación de que María es nuestra Madre. Lo hace en la persona del único discípulo que permanció fiel a él en todo momento. El discípulo amado, san Juan.

Aquella a quien Dios eligió y creó para ser su Madre, pasa a ser Madre nuestra. Y por las palabras de Cristo, nosotros pasamos a ser hijos suyos. Ninguna mujer es, pues, tan fecunda espiritualmente como la Siempre Virgen.

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