28.08.13

Siria. Mismos protagonistas. Mismos errores. Mismas víctimas

Todo indica que estamos ante una nueva reedición de una metedura de pata colosal por parte de eso que se conoce como “Occidente". Esta vez va a ser en Siria, país que lleva inmerso en una guerra civil desde hace largos meses. La excusa es el supuesto uso de armas químicas contra la población civil por parte del régimen.

Que se ha usado ese tipo de armamento parece demostrado. Que haya sido idea del mismísimo Bashar al-Asad ya no está tan claro. No porque ese sujeto, ideológicamente afín al Saddam que gaseaba kurdos, no sea capaz de cometer semejante atrocidad. Pero no tiene sentido que en un momento en que la guerra ha entrado en una fase más o menos favorable a su régimen, sea tan obtuso como para llevar a cabo una acción que puede servir de justificación para que le bombardeen norteamericanos y europeos. Ya me dirán ustedes qué puede ganar el tirano sirio llenando los medios de comunicación occidentales de niños fallecidos tras una agonía neurológica espantosa.

A estas altura de la película, sabemos que en este tipo de conflictos juega un papel importantísimo el combate por ganar el respaldo de la opinión pública internacional. Y como es claro que los opositores al régimen sirio han demostrado ser mayormente unos salvajes, no descarto que todo haya sido una fruto de una estratagema para presentar al líder baazista como un ser repugnante y despreciable.

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26.08.13

A los españoles no les caen demasiado bien los obispos

El diario El País ha publicado recientemente una encuesta realizada por Metroscopia en la que se ofrece la “Valoración ciudadana de las principales instituciones, entidades y grupos sociales". En lo relativo a la Iglesia, nos encontramos con los siguientes datos (ver gráfica aquí). De mayor a menor valoración:

1- Cáritas (la obra social de la Iglesia): 74%
2- Los curas de la parroquia: 51%
3- La Iglesia Católica española -debiera decir “en España"-, en su conjunto: 41%
4- Los obispos: 21%

En relación al resto, Cáritas es la sexta organización más valorada por los españoles; los curas ocupan el puesto 14º, la Iglesia el 18ª y los obispos el 23º. Es decir, nuestros pastores comparten el mismo puesto que el gobierno y la patronal y solo están por encima de los bancos, los partidos políticos -instituciones- y los propios políticos -personas-.

Es lógico que Cáritas figure en un lugar destacado en las preferencias de mis conciudadanos. Hay que ser muy raro o muy malo para no ver bien a una institución que ayuda a los más necesitados. Pero al mismo tiempo, es evidente que un porcentaje muy alto de aquellos que aprecian la labor de Cáritas no la identifican con la Iglesia “en su conjunto". O no creen que sea lo suficientemente importante o decisiva como para que su opinión sobre la Iglesia sea buena. Y la realidad es que Cáritas es Iglesia, tanto si se entienden como si no.

Los curas de la parroquia son “queridos” por la mitad de la población. Su proximidad a la gente ayuda a que sean más conocidos. Y como quiera que son hombres dedicados a servir al prójimo -aspecto este que suele ser poco resaltado-, es comprensible que la gente aprecie su labor.

La Iglesia como institución alcanza un apoyo seis puntos menor que el porcentaje de españoles que marcan la X de la Iglesia en la Declaración de la Renta. Dado que, a pesar de las campañas publicitarias, a muchos todavía se les olvida marcar esa casilla y dado que la declaración no es obligatoria para los que tienen unas ganancias bajas, se puede aventurar que los ciudadanos que aprecian a la Iglesia son aproximadamente los mismos que ayudan a su financiación con un 0,7% de sus impuestos. No está de más recordar que ese dinero supone solo el 22% del total de la financiación de las diócesis, que reciben la mayor parte del dinero vía colectas y aportaciones de los fieles.

Lo cierto es que los obispos son, de largo, los que reciben una valoración peor. Aunque habrá opiniones para todos los gustos, yo creo que las razones de tal desafecto son las siguientes. No están ordenadas de mayor a menor:

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25.08.13

No rechaces la corrección del Señor

De las lecturas de la Misa para el día de hoy, quiero fijarme en el pasaje de la carta a los Hebreos:

Hermanos: Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:

- «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos.»

Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?

Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz.

Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.
Hebreos 12, 5-7. 11-13

A muchos les puede parecer que el castigo es incompatible con el amor. Pero en nuestra vida cristiana siempre estaremos pasando por un periodo de maduración espiritual. Y si Dios es nuestro Padre, en buena lógica tendrá que disciplinarnos si ve que nos separamos de la senda que nos acerca a Él.

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24.08.13

¿Serán pocos los que se salven?

Repasando los titulares de los medios de comunicación religiosos, me he encontrado hoy con un artículo del teólogo José Antonio Pagola titulado “Confianza sí, frivolidad no”. Y hete aquí que comienza bastante bien:

La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.

Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la “salvación eterna” que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un “final feliz”; otros no quieren recordar experiencias religiosas que les han hecho mucho daño.

No está nada mal para venir de un teólogo que en uno de sus libros más populares ha convertido a Cristo en poco más que un profeta (ver arts del P. Iraburu). Precisamente ayer el P. Guillermo Juan Morado reflexionaba en su blog sobre la palabra “salvación”. Y se preguntaba:

¿Es posible la salvación? ¿Cabe esperarla? ¿Debemos aguardar una vida que sea plenamente vida? Para muchos, la vida cumplida y feliz se circunscribe al horizonte de la historia. La “salvación” sería, entonces, una vida buena, caracterizada por el bienestar, por el disfrute de la salud, de una posición económica desahogada y de una estabilidad emocional.

Obviamente, como señalaba el P. Guillermo, la salvación no es eso, sino:

El Evangelio abre un panorama más amplio. La salvación del hombre consiste en su apertura a Dios; en la comunión de vida con Él. Esta posibilidad de una existencia nueva es, fundamentalmente, un don de Dios. Un regalo que Dios nos ha hecho enviando a Cristo y haciéndonos partícipes de su Espíritu. La salvación como vida en comunión con Dios se inicia aquí, en la tierra, y encuentra su plenitud en el cielo.

Pagola hace referencia a un pasaje del evangelio de Lucas:

Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: “¿Serán pocos los que se salven?” Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?

Pues bien, mucho me temo que Jesucristo sí responde directamente a esa pregunta. La respuesta quizás no es tan clara en el evangelio de Lucas como en el pasaje paralelo que aparece en el evangelio de Mateo. Veamos ambos:

Lucas 13,23-24
Le dijo uno: Señor, ¿son pocos los que se salvan? El le dijo: “Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán”

y

Mateo 7,13-14
Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición, y son muchos los que por ella entran.¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuan pocos los que dan con ella!

Las palabras de Cristo son una bofetada contundente contra esa buenismo pelagiano que tanto abunda hoy no solo en el mundo sino dentro de la propia Iglesia, por el cual se da por hecho que todo el mundo se va a salvar. No ya la gran mayoría. Eso no basta. Se cree que prácticamente todos se salvan… porque sí, porque eso de la condenación está muy mal visto y no parece concorde con esa imagen de un Dios Papá Noel, bonachón e indiferente ante el pecado que nos están vendiendo.

Mientras la mayoría creen que serán muchos los que se salvan, Cristo advierte de que son más los que andan en el camino de la perdición. Lo cual debería llevarnos a predicar el evangelio de tal manera que la gente reciba la gracia de la conversión. Eso supone alejar cualquier tentación de presentar un evangelio dulcificado, cómodo para los oídos de los incrédulos y de los propios creyentes.

Como dice San Pedro:
1ª P 4,17-18

Porque ha llegado el tiempo de que comience el juicio por la casa de Dios. Pues si empieza por nosotros, ¿cuál será el fin de los que rehusan obedecer al Evangelio de Dios?
Y si el justo a duras penas se salva, ¿qué será del impío y el pecador?

José Miguel Arraiz nos recordó en su último post una cita magistral de san Pío X, que no puedo resistirme a copiar entera:

Otra manera de hacer daño es la de quienes hablan de las cosas de la religión como si hubiesen de ser medidas según los cánones y las conveniencias de esta vida que pasa, dando al olvido la vida eterna futura: hablan brillantemente de los beneficios que la religión cristiana ha aportado a la humanidad, pero silencian las obligaciones que impone; pregonan la caridad de Jesucristo nuestro Salvador, pero nada dicen de la justicia. El fruto que esta predicación produce es exiguo, ya que, después de oirla, cualquier profano llega a persuadirse de que, sin necesidad de cambiar de vida, él es un buen cristiano con tal de decir: Creo en Jesucristo.

¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen ciertamente ningún otro propósito más que el de buscar por todos los medios ganarse adeptos halagándoles los oídos, con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas queden vacías. Por eso es por lo que ni mencionan el pecado, los novísimos, ni ninguna otra cosa importante, sino que se quedan sólo en palabras complacientes, con una elocuencia más propia de un arenga profana que de un sermón apostólico y sagrado, para conseguir el clamor y el aplauso; contra estos oradores escribía San Jerónimo:

“Cuando enseñes en la Iglesia, debes provocar no el clamor del pueblo, sino su compunción: las lágrimas de quienes te oigan deben ser tu alabanza” (Ad Nepotiam).

Así también estos discursos se rodean de un cierto aparato escénico, tengan lugar dentro o fuera de un lugar sagrado, y prescinden de todo ambiente de santidad y de eficacia espiritual. De ahí que no lleguen a los oídos del pueblo, y también de muchos del clero, las delicias que brotan de la palabra divina; de ahí el desprecio de las cosas buenas; de ahí el escaso o el nulo aprovechamiento que sacan los que andan en el pecado, pues aunque acudan gustosos a escuchar, sobre todo si se trata de esos temas cien veces seductores, como el progreso de la humanidad, la patria, los más recientes avances de la ciencia, una vez que han aplaudido al perito de turno, salen del templo igual que entraron, como aquellos que se llenaban de admiración, pero no se convertían.

San Pío X, Motu Proprio Sacrorum Antistitum

Necesitamos predicadores que hagan temblar nuestros corazones. El fuego de Dios a un fuego de amor que consume el pecado en quien obedece al evangelio a la vez que evita caer en el fuego eterno. Ese fuego al que acuden ya sin remedio los que se condenan. Cuanto más optimista sea el mundo respecto a la salvación, más necesidad hay de predicar sobre la posibilidad de la condenación. No tanto para que la gente viva en el temor de condenarse -aunque la atrición no es una plaga sino un instrumento de la gracia- sino para que se suscite en todos la alegría de saberse invitados a librarnos de semejante condena por el sacrificio del Hijo de Dios.

Al fin y al cabo, quien no se siente o se sabe condenado, ¿cómo va a querer salvarse? No robemos al mundo el mensaje claro y rotundo de Cristo. La puerta de la salvación es estrecha y pocos la cruzan. La que conduce a la perdición es amplia y muchos entran por ella. Somos pescadores de hombres. No dejemos que la gente muera predicándoles un evangelio falso.

Luis Fernando Pérez Bustamante

23.08.13

¿Qué hace un obispo participando en el mismo congreso que las "Católicas por el derecho a decidir"?

El salón de actos de la central del sindicato Comisiones Obreras en Madrid acogerá del 5 al 8 de septiembre el 33 Congreso de Teología de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. El lugar es el mismo de congresos pasados, así que eso no supone ninguna novedad.

Creo que en las primeras ediciones de ese congreso acudieron algunos obispos, pero que yo recuerde, hace años que no asoma por allá ningún prelado. De no ser así, ruego se me rectifique. Sin embargo, este año sí que van a contar con la presencia de un sucesor de los apóstoles. ¿Quién? Pues no podía ser otro que Mons. Raúl Vera, obispo de Saltillo. Pues bien, vean ustedes con quién va a compartir mesa y mantel:
http://www.congresodeteologia.info/congreso/33_Congreso_Programa.pdf

Como ven ustedes, aparece una tal Frida Harth de “Católicas por el derecho a decidir”. No hace falta que les explique qué defienden esas “católicas".

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