Habéis sido reconciliados
Primera lectura del sábado de la vigésimo segunda semana del Tiempo Ordinario:
Vosotros, en otro tiempo, estabais también alejados y erais enemigos por vuestros pensamientos y malas acciones; ahora en cambio, por la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido reconciliados para ser admitidos a su presencia santos, sin mancha y sin reproche, a condición de que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que habéis escuchado: el mismo que se proclama en la creación entera bajo el cielo, del que yo, Pablo, he llegado a ser servidor.
Col 1,21-23
Pasamos de ser enemigos de Dios por nuestra forma de pensar y de actuar, a reconciliados por Cristo para ser presentados al Padre santos, sin mancha y sin reproche.
¿Alguna condición? Sí, que permanezcamos firmes y estables en la fe. Porque sin fe no se puede agradar a Dios. Porque sin fe, volvemos a ser enemigos del Señor.
Hablamos, por supuesto, de una fe viva, con obras. Porque como bien sabemos, la fe sin obras es muerta y no nos sirve.
No tendría sentido que Dios nos hubiera reconciliado con Él para que pensáramos y obráramos igual a como lo hacíamos antes de nuestra redención, de nuestra conversión.
Que nadie nos engañe. Dios no puede ser burlado. Lo que para nosotros era imposible, acercarnos a Dios, el Señor lo ha hecho posible. Pero el pecado debe ser derrotado en nuestras vidas. Limpiado por el bautismo primero y el sacramento de la confesión después, y alejado por medio de la santificación que el Espíritu Santo opera en nuestros cuerpos mortales, que deben pasar de ser instrumentos de rebeldía a templos vivos de Dios.
Firmes en la fe y, por tanto, obrando conforme a la dignidad de los hijos de Dios.
Gracias, Señor, por salvarnos del abismo de la condenación y por darnos tu Espíritu para que podamos andar conforme a tu voluntad.
Luis Fernando
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