Dios hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al emigrante
Primera lectura del lunes de la decimonovena semana del Tiempo Ordinario:
Ahora Israel ¿qué te pide el Señor, tu Dios, sino que temas al Señor, tu Dios, siguiendo todos sus caminos, y que le ames y que sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, observando los preceptos del Señor y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien.
Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo cuanto la habita. Mas solo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy.
Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni acepta soborno, que hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido.
Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te adherirás a él y en su nombre jurarás.
Él es tu alabanza y él es tu Dios, que hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho numeroso como las estrellas del cielo.
Deut 10,12-22
Todo lo que Dios pidió a Israel nos lo pide a nosotros, con el añadido de que sobre nosotros ha sido derramado el Espíritu Santo que nos capacita para cumplir sus mandamientos, los que Cristo nos dejó.
Israel fue pueblo escogido por soberana voluntad divina. Mas nosotros somos también “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad, para que pregonéis las maravillas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su admirable luz” (1ª Ped 2,9).
No es casual que en el pasaje que leemos hoy se señale el hecho de que Dios tiene especial cuidado de los más necesitados. Entre ellos, los emigrantes. Ello forma parte también de la esencia de la fe cristiana:
La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y guardarse incontaminado de este mundo.
Stg 1,27
En definitiva, Dios ha hecho todo y nos concede hacer todo. ¿Por qué conformarnos con hacer poco? ¿por qué no ser más santos? ¿por qué no ser más desprendidos con los necesitados? ¿por qué caer en la trampa de ver a los emigrantes como una masa de enemigos y no como almas que necesitan recibir el evangelio, cuales peces que saltan a la barca del pescador?
Señor, graba tu caridad a fuego en nuestro corazón para que sea la ley que guíe nuestras vidas.
Luis Fernando
2 comentarios
Querer a un inmigrante, o a mil, o cuántos quieran que sean, siempre que no arrasen con la cultura del país de acogida, no es difícil.
Aceptar una invasión musulmana, en cambio, no creo que sea mandato del Señor.
Una invasión musulmana, que podemos verlo como quieras, pero acabará como cualquier otro país de mayoría musulmana: con los infieles perseguidos, las mujeres sometidas, los cristianos degollados, el vino ilegalizado y nuestras costumbres pisoteadas.
Como, evidentemente, eso muchos no lo vamos a aceptar, antes de ir a la guerra total y a un baño de sangre prefiero unas normas migratorias muy severas que eviten estos desastres.
Dejar un comentario