Arrástrame tras de ti, esposo celestial
Del Oficio de lectura del viernes de la decimoctava semana del Tiempo Ordinario:
Dichoso, en verdad, aquel a quien le es dado alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia retornará los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima del Rey supremo. En este espejo brilla la dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.
Atiende al principio de este espejo, quiero decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre. En el medio del espejo considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que sufrió por la redención del género humano. Al final de este mismo espejo contempla la inefable caridad por la que quiso sufrir en la cruz y morir en ella con la clase de muerte más infamante. Este mismo espejo, clavado en la cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! Respondamos nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: Mi alma lo recuerda y se derrite de tristeza dentro de mi. De este modo, tu caridad arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.
Contemplando además sus inefables delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de ti, y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los besos deliciosos de tu boca.»
Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de ésta tu insignificante madre, y sabe que yo tengo tu agradable recuerdo grabado de modo imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.
De la Carta de santa Clara, virgen, a la santa Inés de Praga
El alma enamorada de Cristo que recibe el don de la palabra es fuente de salvación de las almas destinadas a caer prendadas del Señor. Pocas cosas convienen tanto al cristiano como leer a los santos hablando de su relación con Dios.
Santa Clara y Santa Inés no llegaron a conocerse de forma personal, pero se conocieron en Cristo. No pudieron darse un abrazo, pero se abrazaron en Cristo. No compartieron la misma mesa, pero compartiendo el mismo banquete celestial. Y ahora ambas, en el cielo, interceden por nosotros.
Señor, haznos respirar el aroma de santidad que exhalan las vidas de San Clara y Santa Inés, para que en la medida en que nos concedas, alcancemos también la virtud de ser santos.
Luis Fernando
2 comentarios
Dios mío sabes que te adoro.
«Padre de las misericordias, que infundiste en Santa Clara un profundo amor a la pobreza evangélica, concédenos, por su intercesión, que, siguiendo a Cristo, pobre, merezcamos llegar a contemplarte en tu Reino, por Nuestro Señor Jesucristo»
Conclusión:
«El Señor nos bendiga y nos guarde. Vuelva su rostro sobre nosotros y nos dé la paz. El Señor nos bendiga: [en el Nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén»
Laudes y Vísperas de la Familia Franciscana.
Dejar un comentario