Nadie puede subsistir si tú le escondes tu rostro
Del Oficio de Lecturas del jueves de la decimosexta semana del Tiempo Ordinario:
¿Por qué nos escondes tu rostro? Cuando estamos afligidos por algún motivo nos imaginamos que Dios nos esconde su rostro, porque nuestra parte afectiva está como envuelta en tinieblas que nos impiden ver la luz de la verdad. En efecto, si Dios atiende a nuestro estado de ánimo y se digna visitar nuestra mente, entonces estamos seguros de que no hay nada capaz de oscurecer nuestro interior. Porque si el rostro del hombre es la parte más destacada de su cuerpo, de manera que cuando nosotros vemos el rostro de alguna persona es cuando empezamos a conocerla, o cuando nos damos cuenta de que ya la conocíamos, ya que su aspecto nos lo da a conocer, ¿cuánto más no iluminará el rostro de Dios a los que él mira?
En esto, como en tantas otras cosas, el Apóstol, verdadero intérprete de Cristo, nos da una enseñanza magnífica, y sus palabras ofrecen a nuestra mente una nueva perspectiva. Dice, en efecto: El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Vemos, pues, de qué manera brilla en nosotros la luz de Cristo. Él es, en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo.
¿Y qué digo de Cristo, si el mismo apóstol Pedro dijo a aquel cojo de nacimiento: Míranos? Él miró a Pedro y quedó iluminado con el don de la fe; porque no hubiese sido curado si antes no hubiese creído confiadamente.
Si ya el poder de los apóstoles era tan grande, comprendemos por qué Zaqueo, al oír que pasaba el Señor Jesús, subió a un árbol, ya que era pequeño de estatura y la multitud le impedía verlo. Vio a Cristo y encontró la luz, lo vio y él, que antes se apoderaba de lo ajeno, empezó a dar lo que era suyo.
¿Por qué nos escondes tu rostro?, esto es: Aunque nos escondes tu rostro, Señor, a pesar de todo, ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. A pesar de todo, poseemos esta luz en nuestro corazón y brilla en lo íntimo de nuestro ser; porque nadie puede subsistir, si tú le escondes tu rostro.
De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos.
(Salmo 43, 89-90: CSEL 64, 324-326)
Como bien dice el apóstol a los llamados a la conversión: «Despierta, tú que duermes, álzate de entre los muertos, y Cristo te iluminará» (Ef 5,14). Siendo Cristo nuestra luz, no andaremos más en tinieblas.
Incluso en medio de las más terribles pruebas y dificultades, cuando todo lo que nos rodea parece sumirnos en un abismo tenebroso, la luz de la fe nos marca el camino, nos muestra al Señor resucitado que dio su vida por nosotros. Y una vez contemplamos a Cristo, el mundo entero puede venirse abajo que aun así estaremos firmes.
Al meditar en la mirada de Cristo, no podemos por menos que recordar uno de los pasajes más bellos y luminosos del magisterio de San Juan Pablo II, Papa:
Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?
(Ecclesia in Eucharistia, 55)
Quién nos diera atisbar siquiera un reflejo pálido de aquel amor de nuestra Madre por su Hijo, nuestro Salvador
Señor, permítenos ver con los ojos del alma tu rostro divino cuando comemos y bebemos tu Cuerpo y tu Sangre en la Eucaristía.
Luis Fernando
3 comentarios
Gracias
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LF:
Me alegro. Un abrazo.
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