Haced discípulos, bautizándoles y enseñándoles
Evangelio en la Solemnidad de Ascensión del Señor
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Mt 28,16-20
El Señor concluye su ministerio terrenal enviando a sus discípulos a hacer proselitismo. Es decir, les manda a hacer nuevos discípulos, bautizando y enseñando a guardar los mandamientos de Cristo. Y para tal fin contarán con la asistencia indispensable del Espíritu Santo. Así lo vemos en la primera lectura de hoy:
Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.
Hech 1,8
Discípulo, según el diccionario, es toda persona que aprende una doctrina, ciencia o arte bajo la dirección de un maestro. Cristiano es aquel que por gracia aprende la doctrina de Cristo y el arte de vivir conforme a sus enseñanzas. No basta saber. Hay que obedecer, hay que vivir lo aprendido. Como bien dice San Pablo:
… por quien (Cristo) hemos recibido la gracia y el apostolado para la obediencia de la fe entre todas las gentes para gloria de su nombre
Rom 1,5
Por tanto, es buen apóstol aquél que enseña a los que han recibido la fe a vivir en obediencia a Dios. Es buen apóstol aquél que no solo predica la verdad sino que corrige al errado. Es buen apóstol aquél que muestra no solo la persona de Cristo, sino sus mandatos.
No es buen apóstol aquél que ayuda al pecador a seguir en sus pecados. Es mal apóstol aquél que esconde aquellas palabras de Cristo que no son “populares” en su generación. Es mal apóstol aquél que manipula el evangelio reduciendo sus exigencias. Exigencias, por otra parte, plenamente realizables por la gracia de Dios.
Aprendemos en la segunda lectura de hoy que el Padre puso todas las cosas bajo los pies de Cristo “y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas” (Ef 1,22-23).
Si la Iglesia es la Plenitud de Cristo, no se puede estar en Cristo sin estar en la Iglesia. Si la Iglesia es la Plenitud de Cristo, no se puede permitir que enseñe algo diferente a lo que Cristo enseñó. Más de veinte siglos de enseñanza de la Iglesia no pueden tirarse por la borda por la acción de malos apóstoles. Cristo no lo permitirá.
Espíritu Santo, danos fortaleza para ser fieles testigos de Cristo en medio de nuestra generación perdida, para que podamos cumplir el mandato que Él nos dio antes de subir al Padre.
Luis Fernando
9 comentarios
Entendido, trataré de obviarlo en lo futuro.
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LF:
Gracias.
Sin duda por el contexto de la frase, la duda no se refería al reconocimiento del resucitado -puesto que lo tenían delante- sino a tributarle el honor sólo debido a Dios. Para un judío -y todos los que estaban con Jesús en ese monte de Galilea lo eran- adorar al excepcional hombre con el que habían convivido esos años, podía verse como una idolatría. Pero ahora lo tenían delante, era el mismo y sin embargo ya no era el mismo. La mayoría lo entendió y le adoraron, pero algunos dudaron.
Dos mil años después seguimos igual, y hay cristianos que ante Jesús, no doblan toda rodilla en homenaje a su divinidad. Probablemente ni crean en su divinidad.
Por eso deberíamos los cristianos llevar siempre en el corazón esa fórmula breve pero precisa del Concilio de Calcedonia: "Perfecto en su humanidad, perfecto en su divinidad; en todo semejante a nosotros, salvo en el pecado".
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