Agradecido a los sacerdotes que me han confesado
Quizás he tenido mucha suerte, pero en los quince años largos desde que el Señor me trajo de vuelta a su Iglesia, no me he encontrado a un solo sacerdote que me haya confesado de tal manera que yo saliera desanimado tras recibir el sacramento.
Ninguno me ha lanzado condenas intimidatorias.
Ninguno me ha sometido a interrogatorios “incriminatorios".
Ninguno me ha impuesto penitencias insoportables.
Ninguno me ha echado en cara el confesarme de los mismos pecados vez tras vez.
Todos, sin excepción, me han dado buenos consejos. Y si digo todos, es todos. Tanto los que se podrían considerar como sacerdotes “conservadores” como los “progresistas".
Ha dado igual que me confesara con párrocos, vicarios parroquiales, sacerdotes de basílicas, catedrales e incluso obispos. Ha dado lo mismo que fueran jóvenes, de mediana edad o ancianos. Diocesanos o religiosos. Españoles o de otra nacionalidad (alguna vez me he confesado en inglés). No recuerdo una sola confesión “mala".
No creo que mi caso sea excepcional. No conozco a nadie que haya salido de ningún confesionario como si hubiera pasado por una cámara de tortura. Sé que hay muchos fieles a los que les resulta “complicado” el decir aquello en lo que han ofendido al Señor ante el sacerdote que les debe dar la absolución, pero eso no es culpa del sacerdote.
Aunque seguramente habrá en el mundo algunos sacerdotes -muy pocos- que se comportan como inquisidores medievales, creo que la inmensa mayoría administran el sacramento correctamente. Y si acaso fallan por algo no es por exceso de celo sino por defecto. De hecho, es más fácil encontrarte con un sacerdote que reste importancia a algunos de tus pecados que lo contrario.
Sé que mis palabras valen más bien poco. Pero no tengo otra cosa que gratitud en mi corazón hacia la labor de todos los sacerdotes que el Señor ha puesto en mi vida para confesarme. Y pienso que todos, en general, merecen un poco más de respeto, gratitud, cariño, y reconocimiento por la labor que hacen. Porque si además de que se tienen que “tragar” todos los pecados de los fieles, se les acusa de ser poco menos que unos policías estrictos del alma, es normal que se sientan solos, tristes y maltratados. Que el Señor supla con su gracia todo ello.
Luis Fernando Pérez Bustamante
24 comentarios
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LF:
Es absolutamente pertinente tu comentario. Y cuenta con mis oraciones.
Si el pecado venial que cometemos se hace una carga demasiado insoportable.
También me uno a la gratitud a los sacerdotes que me han ayudado a vivir conforme la integridad del Evangelio, y recemos por estos queridos sacerdotes, los que conocemos y los que no conocemos, para que sean intachable a los ojos de Dios. Sean también nuestros intercesores en el cielo.
Pero pienso que el mayor problema con los confesores es la falta de fe en el sacramento, y los problemas que se dan en las confesiones "malas", son consecuencias de esa falta de fe en lo que se está realizando. Exactamente igual que en la celebración de la misa, los problemas de las misas "malas" son consecuencias de la falta de fe en lo que se está celebrando.
Es el trabajo del Espíritu Santo, no el mérito de los sacerdotes y en las capacidades psicológicas que podamos adquirir. Muchas veces me asombro de los consejos que puedo dar porque no salen de mi caletre y lo que motivan es darle gracias al Espíritu Santo que me quiera utilizar como su instrumento.
A los sacerdote los animaría a sentarse en el confesionario en un horario fijo, aunque los fieles no se acerquen. Estar disponible en el confesionario ya es una gran labor, aunque no se acercase nadie, y ese tiempo puede ser aprovechado para la oración. Se trata de romper esta tendencia: Los fieles no ven al sacerdote en el confesionario y empiezan a dejar de lado la importancia y necesidad de este sacramento. Son minoría las personas que van a buscar al sacerdote para confesarse. El sacerdote debe estar visiblemente disponible y en la sede del Perdón, es decir, en el confesionario y no sentado en un simple banco como hacen algunos curas que no acaban de entender que los fieles quieres discreción y hasta anonimato, por lo que confesarse cara a cara en un banco disuade a muchos de confesarse.
Por lo demás, coincido en que es de agradecer a Dios y a los propios sacerdotes, ese gran milagro de recuperar la gracia de Dios.
Como anécdota contaré, una vez que me confesé, el cura se dedicó toda la confesión a quitarse las pelotillas del jersey, en el momento me sentó mal, pero cuando me dio la absolución me di cuenta que mi alma estaba también sin pelotillas y me fui con una sonrisa. :)
En los años que llevo converso de vuelta a la Iglesia solo he tenido paz, quietud, unción, silencio y felicidad tras la confesión. Una y otra vez.
Yo era de los duros durísimos para arrodillarme en un confesionario. Me costó años. El carmelita que me orientaba, con santa paciencia y sabiduría me decía: "no te preocupes, ya llegará".
Y llegó.
Llegó en Lourdes de la manera mas inesperada y mas gozosa. Y con el sacerdote mas inesperado. Después de dos horas de confesión, tras treinta y cinco años sin arrodillarme y con casi todos los pecados posibles, yo pensaba que me pondría como penitencia peregrinar de rodillas a Jerusalén...
Pero no. Me dijo: "vete delante de la cueva y reza el Magníficat". Y estuve a punto de decirle: "¿sólo eso?", pero no lo dije quizás por lo emocionado y sobrecogido que estaba. Y ahora cada vez que lo recito me acuerdo de aquel momento único en mi vida de pecador.
Y agradezco a la Virgen de Lourdes aquel magnífico milagro que me devolvió la Salud del alma y la Vida en el Espíritu.
Y a ti te agradezco este post que me ha permitido recordar todo este capítulo de mi vida.
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LF:
Gracias a ti por compartirlo.
Tampoco nadie me ha manifestado descontento de su experiencia en el sacramento de la confesión. Lo que sí me ha sabido suceder, y más de una vez, que, estando en la iglesia, viniera alguna mujer y me preguntara con qué sacerdote podría hablar que fuera "amplio". Se imaginarán lo que significaba esa "amplitud". Yo pensaba: Te voy a dar "amplitud" y las mandaba a hablar con mi director espiritual que era el más bravo de todo. Que yo sepa, ninguna salió malherida. Y estoy segura que les hizo muchísimo bien hablar con él, porque era un santo sacerdote, que se pasaba muchísimas horas por día en el confesionario.
Coincido con Luis Fernando en que, "si acaso fallan por algo no es por exceso de celo sino por defecto. De hecho, es más fácil encontrarte con un sacerdote que reste importancia a algunos de tus pecados que lo contrario".
Yo también sólo tengo gratitud en mi corazón hacia la labor de todos los sacerdotes que el Señor ha puesto en mi vida para confesarme, y, sobre todo, para mi dirección espiritual. Y coincido en que merecen más respeto, gratitud, cariño, y reconocimiento por la labor que hacen. Siempre he pensado que un medio seguro de santificación para los sacerdotes es el confesionario. Es nuestra obligación el rezar permanentemente por ellos, como así también por todos los sacerdotes, ya que de ellos recibimos los sacramentos, por medio de los cuales podemos alcanzar la salvación.
Que la Santísima Virgen María cubra con su manto a todos los sacerdotes. Amén.
Es impresionante sentir cómo las palabras "Tus pecados te son perdonados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" verdaderamente limpian el alma.
Vértigo da saber que la Santísima Trinidad opera ante nuestra absoluta insignificancia. Vértigo da sentirse amado por Dios pese a nuestra mediocre vida espiritual, cayendo una y otra vez en los mismos hoyos. Y sin embargo es así, exactamente así.
¡Gracias señor por regalarnos tan maravilloso Sacramento!
Es de las pocas cosas que SIEMPRE funcionan en este mundo: la paciencia, comprensión y bondad de los confesores anónimos (y por supuesto de los conocidos). Desembuchas y ya todo es oír saludables consejos de fe en Dios y entrega a los demás, luego una dulce penitencia cuyo eco son los nombres de Jesús y de María que uno está ya deseando invocar, y al final las palabras más milagrosas pronunciadas por labios mortales: "Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre..." Me levanto feliz, doy una y otra vez las gracias al bueno del cura, y me admiro pensando mientras me voy que es imposible que sea gratis. A veces como instintivamente me vacío los bolsillos y lo echo todo en el primer cepillo que veo...
No estamos llamados a juzgar con sentido de superioridad, como si fuésemos inmunes al pecado.
Si no estás dispuesto a ser padre, no vayas al confesionario. Se puede hacer mucho mal a un alma en un confesionario, si no es acogida con corazón de padre y de la madre Iglesia.
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LF:
No creo.
Lo digo porque usted parece que es de la segunda opción. ¿Dice algo la Iglesia sobre eso?
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LF:
Es preferible tener un solo confesor. Mi caso es peculiar porque me he movido mucho de acá para allá por España.
Me alegro sinceramente- Yo algunas veces no he quedado de acuerdo con lo recomendado y he buscado otro sacerdote y se lo he explicado en confesión. No tengo dudas de mi arrepentimiento y perdón porque es Jesús quien perdona y está presente, pero no en todos los lugares tenemos la gracia de encontrar directores. En cierta ocasión tuve una tentación continua varios meses, de un tema muy desconocido para sacerdotes porque he conversado del tema con ellos para preparar catequesis.y formación grupos. Ese día, el sacerdote no sabia que decirme, pero el si o no era necesario. Estuvimos dialogando y nos pusimos a rezar pidiendo ayuda. a Dios Me dijo un SI muy profundo. Desde ese instante la tentación cesó y Dios me hizo ver la profundidad teológica de la respuesta. Y un año después le ayudé
a resolver un tema parecido al mio. que le daba serios problemas.Cuando confiamos en Dios y la Madre Iglesia siempre vemos la gracia de Dios.
¡Qué grande es nuestro Dios¡ Qué grande Jesucristo perdonando y todos los sacerdotes obedeciendo! .
Siento gratitud inmensa, por todos los sacerdotes conocidos, por mis profesores y confesores ¡cuántas gracias recibidas! que a veces damos por hecho,ellos se merecen lo mejor, gracias por compartir, gracias por todos ellos Señor, son tus elegidos y sabemos cuanto los amas.
Quisiera agregar algo, por puro atrevimiento.
"No conozco a nadie que haya salido de ningún confesionario como si hubiera pasado por una cámara de tortura."
Pero sí conozco a más de uno -me incluyo- que vamos al confesionario como si fuera una cámara de tortura. Aunque eso nos dificulta bastante acercarnos al sacramento, no estoy completamente seguro que sea malo. En mi opinión, y puedo estar muy equivocado, es relativamente "bueno" que uno vaya a confesarse como si lo fueran a torturar. Porque malo tal vez sería ir como quien va de paseo, con aquélla certeza de que a Dios no le importa lo malo que haya sido. Por el contrario, varias veces he ido pensando que si el cura dice que tengo que ir directo a la policía a confesar mi delito y pasar el resto de la vida en la cárcel, pues que así sea (hasta ahora, a Dios gracias, nunca ha pasado). Ese contraste entre el terrible dolor de haber cometido un pecado, o al menos el temor cierto de merecer un severo castigo y el alivio infinito de saberse querido y perdonado, es una experiencia que todos deberíamos pasar al menos una vez en la vida.
Por lo demás, suscribo de la cruz a la fecha lo dicho. Y por cierto, una sola vez en mi vida me tomé la molestia de ir con el cura, fuera del confesionario, a agradecerle estar allí todos los días escuchando confesiones. El hombre ya era anciano y creo que era la primera vez que escuchaba algo semejante. Recomiendo hacerlo.
No me está preguntando a mí, pero yo creo que hasta las dificultades para hacerse entender son parte de la confesión.
Para mí, gran parte del valor humano de la confesión es tomarse la molestia de articular de forma inteligible el pecado que hemos cometido. Eso nos obliga a juzgarnos objetivamente. "Mamá, yo rompí el jarrón por estar jugando pelota dentro de la casa". Articular eso es mucho mejor que esconder los pedazos y echarle la culpa al perro. Nos limpia, encapsula el pecado en un acto concreto, evitable. Si no vuelvo a jugar pelota en la casa, no voy a romper otro jarrón. Nadie me impide jugar fútbol, sólo tengo que hacerlo en un lugar apropiado.
Cuando el confesor se hace el sordo, cuando nos obliga a replantear lo que le estamos diciendo, no es que sea tonto: es que quiere que comprendamos, articulemos, encapsulemos y saquemos de adentro ese tumor que nos está matando. "Sí, señor Juez, yo la maté". Nos responsabiliza, nos da el control, nos permite decir "y le prometo que nunca más lo vuelvo a hacer".
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