El que no reza al Señor, reza al diablo

El fundamentalismo islámico parece empeñado en relacionar al actual Occidente con la cruz, con el cristianismo. En sus soflamas aparece en repetidas ocasiones la idea de que están luchando contra los cruzados. Parecen anhelar aquellos tiempos en que el Islam conquistó casi toda España y llegó a las puertas de Viena. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

Occidente hoy, especialmente la Vieja Europa, es un ejemplo de apostasía, no de fidelidad a sus raíces históricas. Aunque los padres de la Unión Europea eran cristianos, hoy esa Unión es más hija de la Viuda que de Dios Padre. Hablamos de un continente donde naciones enteras cayeron bajo el yugo del nazismo (que venció unas elecciones) y del comunismo, que se apoderó de la Gran Rusia ortodoxa -tercera Roma-. Y que pretende que el referente principal sean los principios de la Ilustración, que no solo fue anticristiana en su letra y espíritu sino en su aplicación práctica -p.e, masacre de la Vendée, cristeros mexicanos, II República española-. Ilustración, dicho sea de paso, que no era sino el hijo natural de la Reforma protestante. No es casual que el mayor avance del islam en el corazón de Europa se diera mientras la antigua Cristiandad era aniquilada por las guerras intestinas nacidas del cisma y la herejía luterano y sus derivadas.

La Europa de hoy no es la Europa de los grandes santos que la fundaron. Es la Europa del aborto, la poligamia a plazos (divorcios y adulterios), de la falta de práctica religiosa, etc. Sí, queda una gran masa de bautizados, pero en su mayoría han dejado a un lado cualquier atisbo de fe.

El papa Francisco, en su primera homilía como Obispo de Roma y sucesor de san Pedro, dijo, citando a Leon Bloy: «El que no reza al Señor, reza al diablo» porque «cuando no se confiesa a Jesucristo se confiesa la mundanidad del demonio». Pues bien, Occidente hace ya bastante tiempo que parece rezar más al diablo que al Señor. Y las consecuencias las tenemos a la vista.

El intento de Occidente de llevar su “democracia liberal” a los países islámicos ha fracasado, fracasa y fracasará indefectiblemente. Quienes proponen que dentro del Islam pueden vencer los moderados, los que creen que esa religión ha de pasar por un proceso de modernización que haga de la mismo un refrito de la secularización occidental, no parecen conocer bien su verdadera naturaleza. Ejemplos de ello los tenemos en Argelia, donde la victoria de los fundamentalistas en las elecciones supuso la reacción del ejército para retomar el poder. Lo tenemos más recientemente en Egipto, donde ha ocurrido lo mismo. Lo tenemos en Irak, en Libia, en Siria, donde lo que se opone a las dictaduras laicistas no es un islam democrático occidentalizado, sino un islam fiel a sus raíces históricas.

Ironías de la historia. Quien rechaza la religión verdadera puede acabar aniquilado por una religión falsa. Quien se ha querido librar del yugo ligero de Cristo, se puede ver aplastado por el yugo de los seguidores de Mahoma. Y no hay ejército terrenal que pueda impedir eso. Ciertamente se puede, y se debe, aplastar militarmente al Ejército Islámico. Se puede y se debe combatir el terrorismo yihadista. Pero no hay cruzado verdadero sin Cruz de Cristo. No hay reconquista posible al lomo del caballo de la masonería y sus valores. No hay triunfo factible que se base en las armas de la apostasía.

Occidente debe elegir entra la santidad cristiana o la muerte a menos de los suicidas del Islam. O frío o caliente. O vuelve a sus esencias, o será aniquilado. 

Luis Fernando Pérez Bustamante