Por gracia firmes en la fe, pese a quien pese

Casi finalizados los dos más formidables intentos de asalto contra la fe católica sobre los sacramentos del Matrimonio, Eucaristía y Confesión, toca hacer un primer análisis de la situación.

Dejando el lenguaje diplomático-oficialista-buenista para aquellos que se sienten cómodos viviendo en los mundos de Yupi, habrá que decir que lo que ha ocurrido ha sido, precisamente, una batalla en el interior de la Iglesia entre los defensores de la fe y los que, de la manera más artera posible -profanando la misericordia de Dios-, han buscado, y no han logrado, cambiar la letra y el espíritu del don que recibimos por el bautismo.

Digan lo que digan, no es posible alcanzar un consenso real entre quienes quieren quebrantar la doctrina católica y los que, por gracia de Dios, y obedeciendo el mandato de la epístola de Judas (Jud 3-4), luchan contra eso. Se puede, y en realidad es lo que se ha hecho, llegar a un punto en el que se decide guardar las formas y no romper canónica y visiblemente una comunión que en realidad es inexistente. El espectáculo que hemos dado al mundo no es el de una Iglesia unida en torno a una misma fe, sino el de una Iglesia discutiendo sobre doctrinas bimilenarias bajo la premisa o excusa de que “los tiempos han cambiado".

Ciertamente los tiempos han cambiado. Desde el anterior sínodo sobre la familia, en Europa la apostasía avanza sin freno en muchos países -en otros no, p.e, Polonia-. En el continente americano, sobre todo al sur del Río Grande, los protestantes y las sectas galopan velozmente arrebatando almas a un catolicismo incapaz de dar una respuesta (Aparecida no sirve para nada en ese sentido). En Oriente Medio los cristianos son masacrados ante la mirada cómplice de Occidente. En África existen unas reliquias muertas y profanadas en el Norte mientras que al sur del Sáhara se fortalecen las iglesias jóvenes que han aportado al Sínodo lo mejor del acervo católico de siempre. Y Asia vive, creo, a la espera de recoger la cosecha de lo sembrado por mártires y confesores en China y la India. Por su parte Australia y el resto de Oceanía heredan parte de los problemas, y las posibles soluciones, de Europa.

Ciertamente, insisto, los tiempos han cambiado. Al menos en Occidente, hoy hay más divorcios y recasamientos (poligamia a plazos), más abortos, menos nacimientos, más familias destruidas, menos formación en la fe, más nulidades, etc, que hace tres décadas. Es peculiar que las iglesias locales en las que la crisis es más grave sean las que hayan querido forzar a la Iglesia a dar como respuesta lo que supondría el suicidio del catolicismo. A saber: aceptemos la realidad, adaptémonos a la misma y cambiemos nuestra doctrina a través de la pastoral, dejando de llamar a las cosas de la manera en que Cristo mismo las llamó. Y eso lo han hecho mientras la parte de la Iglesia que vive en la región donde nació nuestro Señor está derramando la sangre de sus mártires. 

Ahora bien, pase lo que pase:

Se agosta la hierba y se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.

Is 40,8

Y:

Eterna es tu palabra, Señor, estable en los cielos.

Salm 119,89

Por más que se empeñen, por más que intenten cambiar lo que dice el Señor en su Revelación, todo sigue igual. Sus mandamientos siguen siendo los mismos. Su juicio sobre el pecado no se altera. Su gracia y su misericordia, ofrecidas para el perdón y la conversión, brillan con luz propia para la salvación de sus elegidos.

Queda mucha batalla por delante. A falta de saber si el actual Papa decide publicar una exhortación apostólica post-sinodal, la relatio final del sínodo que hoy finaliza mantiene a salvo la doctrina de la Iglesia. No hay más que comparar el texto de la relatio intermedia del sínodo extraordinario del año pasado con el texto que fue aprobado ayer por los padres sinodales e incluso esta relatifo definitiva con el Instrumentum laboris previo a la asamblea sinodal. Son ejemplos de lo que no es fe católica -relatio intermedia- y lo que sí lo es, con todas las reservas y matices que se quieran o deban hacer. Pocos saben bien lo complicado que ha sido lograr tal cosa -el borrador del viernes seguía infectado-, aunque supongo que en días futuros se conocerán algunos detalles. 

Como cristianos y católicos debemos tener confianza en el Señor y esperanza en el futuro. A menos que Cristo esté presto a volver en esta generación -Dios lo quiera-, la Iglesia se librará, como siempre ha hecho, de aquello -y aquellos- que supone un lastre para su misión apostólica. Por ley de vida, los protagonistas del concilio y el post-concilio dan paso a otros. El catolicismo puede estar moribundo en algunas regiones del planeta pero en otras se levanta triunfante sobre la sangre de los mártires y la fidelidad a la fe que hemos recibido de nuestros antepasados. Todavía un poco más, y la crisis que vivimos pasará a la historia, como tantas otras.

Mientras tanto, recordemos que seguimos viviendo tiempos recios. Debemos permanecer en vela, atentos, dispuestos a que el Señor nos use, si así lo dispone, como instrumentos de su soberanía absoluta. Son tiempos de oración, mortificación, penitencia, cruz, conversión. Solo la santidad salvará a la Iglesia. Solo la gracia de Dios nos abre de par en par las puertas hacia la santidad.

Santidad o muerte,

Luis Fernando Pérez Bustamante