Cristo mismo sanará a los débiles en la fe que están siendo dañados

Consciente de su autoridad apostólica y de la necesidad de marcar pautas de comportamiento para el bien espiritual de los redimidos, el apóstol San Pablo dio en sus epístolas una serie de consejos destinados a todos los fieles, pero especialmente a los pastores que reciben el encargo de cuidar del rebaño de Cristo.

Leamos uno de esos consejos:

Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los apocados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos.
1 Tes 5,14

Existe un tipo de debilidad que no es física sino espiritual. Es decir, fieles que, por las circunstancias que sean, sufren con cierta facilidad dudas, confusiones en torno a la fe. Tal cosa puede ocurrir por inmadurez, que se corrige creciendo en gracia, por culpa propia o por causas ajenas.

Hoy estamos siendo testigos directos de como algo externo a los fieles está siendo causa, y grave, de confusión. Lo peor de todo, es que San Juan Pablo II, ya advirtió, siquiera indirectamente, de ello, en la exhortación apostólica Familiaris consortio:

Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.

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Ciertamente no se ha admitido a los divorciados vueltos a casar a la Eucaristía. Pero el mero hecho de que se esté debatiendo sobre ese asunto, y además de la forma en que se está haciendo, con cardenales y obispos proponiendo tesis que se dan de tortas con las enseñanzas de la Iglesia en esa materia, está induciendo al error a muchos fieles de forma clara, notable y muy grave.

Cuando uno de los cánones el Concilio de Trento trata de la imposibilidad de comulgar en pecado mortal -y el adulterio es pecado mortal-, hace un apostilla final (negritas y subrayado mío):

Canon XI sobre la Eucaristía

Si alguno dijere, que sola la fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía; sea excomulgado. Y para que no se reciba indignamente tan grande Sacramento, y por consecuencia cause muerte y condenación; establece y declara el mismo santo Concilio, que los que se sienten gravados con conciencia de pecado mortal, por contritos que se crean, deben para recibirlo, anticipar necesariamente la confesión sacramental, habiendo confesor. Y si alguno presumiere enseñar, predicar o afirmar con pertinacia lo contrario, o también defenderlo en disputas públicas, quede por el mismo caso excomulgado.

Parece claro que el mero hecho de que alguien defienda públicamente algo contrario al dogma eucarístico, y valdría igual para el sacramento del matrimonio, fue condenado gravemente por el que fue, sin duda, uno de los más grandes e importantes concilios de la Iglesia.

Y sin embargo, millones y millones de fieles asisten al espectáculo -mangificado y manipulado por los medios, pero objetivamente existente- de ver cómo cardenales y obispos discuten entre sí sobre algo en el que la Iglesia no tiene autoridad alguna para cambiar: las palabras de Cristo sobre el matrimonio y el divorcio y las de San Pablo sobre el estado de los que van a comulgar. Por no hablar de todo el magisterio eclesial posterior a esas palabras. Antes de nada, demos gracias a Dios por los buenos pastores, que hoy brillan de forma especial en la defensa de la fe de la Iglesia.

La consecuencia, independientemente del resultado de las actuales deliberaciones, que dada la indefectibilidad de la Iglesia no puede ser malo, es que los que están débiles en la fe, y algunos no tan débiles, van a llegar a la conclusión de que en la Iglesia Católica se puede debatir sobre prácticamente cualquier tema. Si la materia sacramental, de carácter dogmático casi tan cosustancial a la fe como las doctrinas tritintarias y cristológicas, puede ser discutida e incluso puesta en solfa públicamente, ¿qué no se podrá hacer con prácticamente cualquier otra doctrina perteneciente al depósito de la fe?

El daño, en mi opinión inmenso, ya está hecho. Pero a grandes males, grandes remedios. Y bien sabemos que Dios es capaz de sacar el mayor bien, la redención, del peor mal permitido por su providencia en toda la historia: el criminal e ignominoso asesinato de Cristo en la Cruz. Es hora de confiar en que Cristo mismo, por el ministerio apostólico confiado a los obispos, bajo la presidencia del Papa, sacará a la Iglesia del atolladero en que está metida. San Pedro, su Vicario, escribió

Porque erais “como ovejas descarriadas", pero ahora habéis vuelto al Pastor y Guardián de vuestras almas. 
1ª Ped 2,25

Si alguno se siente temporalmente descarriado en medio de toda esta confusión, que vuelva sus ojos al Pastor y Guardián de nuestras almas. Él jamás nos fallará. 

Luis Fernando Pérez Bustamante