Los milagros estorban a quienes profesan una fe falsa

Los milagros estorban a quienes quieren hacer del cristianismo un humanismo buenista donde el hombre tiene capacidad natural de obrar bien y lo sobrenatural pasa a ser considerado como algo mítico, un simple adorno literario.

Por ejemplo, por más que se empeñen, la clave de la lectura del evangelio de ayer no es solo que debamos compartir con los necesitados el pan y los peces que nos sobran -lo cual es obvio para cualquier cristiano-, sino que Dios saca comida para alimentar a una muchedumbre de donde solo había cinco panes y dos peces.

Pretender una lectura meramente sociológica/asistencial de ese pasaje del evangelio, negando su consideración milagrosa, es como pretender que el maná que recibió Israel durante su peregrinaje por el desierto eran las sobras que les llegaban de Egipto o del otro lado del Jordán.

No era magia. Era designio sobrenatural de Dios. Y Dios no es un mago, no es un ilusionista. Es quien de la nada crea todo lo que existe en el universo.

Muchos son los que dicen que una fe que necesita de milagros para existir, en realidad no es fe. Sin duda la fe es un don de Dios que no requiere de la contemplación de sucesos sobrenaturales, pero tan cierto es eso como que no existe fe cristiana que no acepte la realidad de esos sucesos. En otras palabras, tan verdad es esto:

Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Jn 20,29

Como esto:

Jesús le dijo: «Si no veis signos y prodigios, no creéis».

Jn 4,48

Y esto:

Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis…

Hch 2,22

Creemos sin ver y creemos porque vemos. Pero quien no cree, ni aunque vea creerá, a menos que el Señor obre en su corazón el mayor de los milagros, que es el de la conversión.

Entre los argumentos que suelen usar aquellos que, diciendo ser católicos, no creen en los milagros, está el de que en una era en que la ciencia ha avanzado tanto, la cuestión milagrosa resulta poco creíble. Pues miren ustedes, es exactamente al revés. Hace siglos la ciencia apenas tenía capacidad de determinar qué cosa tenía explicación por medio de ella y qué no. Hoy sí tiene la capacidad de testimoniar que tal o cual suceso no encaja dentro de las leyes naturales. Y cuanto más avance la ciencia, más testigo será de la gloria de Dios cada vez que obra un milagro. Porque por más que se empeñen los descreídos de “dentro” y los de fuera, no hay ciencia alguna capaz de explicar cómo un muerto resucita tras tres días muerto, ni cómo le crece una pierna a un señor en una noche, ni cómo desaparece un tumor mortal de un día para otro, ni como tantos y tantos milagros pasados, presentes y futuros.

Dicho eso, recordemos también el aviso que nos dio tanto el Señor como los apóstoles. A saber, que existe un ámbito de señales preternaturales que son igualmente inexplicables por la ciencia y que no proceden de Dios, sino del mundillo espiritual rebelde al Señor. 

Es fundamental entender esta enseñanza de Cristo (negritas mías):

Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

Luc 16,27-31

Y esta de San Pablo:

La venida del impío tendrá lugar, por obra de Satanás, con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos, y con todo tipo de maldad para los que se pierden, contra aquellos que no han aceptado el amor de la verdad que los habría salvado.
Por eso, Dios les manda un poder seductor, que los incita a creer la mentira; así, todos los que no creyeron en la verdad y aprobaron la injusticia, recibirán sentencia condenatoria.

2 Tes 2,9-12

¿Cuál es la clave entonces para permanecer fieles por la gracia de Dios? La indica también el apóstol:

Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema!

Gal 1,8-9

Señor, cuéntanos entre tus elegidos.

Luis Fernando Pérez Bustamante