Redimidos de verdad
Existe una gran diferencia entre que te digan que tienes que ser bueno y que para ello has de esforzarte todo lo que puedas con tus propias fuerzas, a que te digan «Dios te concede ser bueno. Sé bueno» y te des cuenta de que, efectivamente, Dios hace que empieces a serlo y se empeña en que lo seas sí o sí, de forma que acabas siéndolo por pura gracia.
Entender eso es clave para empezar a andar por el camino de la santidad sin los pies atados.
Como bien enseña el Concilio de Orange:
Can. 4.
Si alguno porfía que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo que por Salomón dice: Es preparada la voluntad por el Señor (Prov 8, 35 LXX), y al Apóstol que saludablemente predica: Dios es el que obra en nosotros el querer y el acabar, según su beneplácito (Fil 2, 13).
Y
Can. 9.
Sobre la ayuda de Dios. Don divino es el que pensemos rectamente y que contengamos nuestros pies de la falsedad y la injusticia; porque cuantas veces bien obramos, Dios, para que obremos, obra en nosotros y con nosotros.
Hay dos maneras de entender mal esa enseñanza de la Iglesia:
1- Creer que nuestra santidad es fruto sobre todo, o al menos en gran manera, de nuestra capacidad de ser santos. Porque como dijo Cristo «Sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Y nada es nada. Es decir, ni el pensar siquiera en la necesidad de convertirnos parte de nosotros. Es obra de Dios.
2- Creer que somos meros espectadores pasivos de la obra de santidad que Dios opera en nuestras vidas.
Leemos en Romanos 8,29-30
Porque a los que de antemano eligió también predestinó para que lleguen a ser conformes a la imagen de su Hijo, a fin de que él sea primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó también los llamó, y a los que llamó también los justificó, y a los que justificó también los glorificó.
¿Qué papel juega ahí el hombre? Sin duda, secundario. Pero ojo, no es poco que en esa obra de Dios, Él quiera que el hombre redimido sea coprotagonista, de forma que esa obra de Dios es también obra del hombre, aunque obviamente subordinada a la voluntad previa divina.
Ser santo es imposible para las fuerzas naturales del hombre caído, pero perfectamente posible para el hombre redimido que vive por gracia. De tal manera que si somos redimidos, no tenemos excusa para no andar en santidad. Sabiendo que ese camino lo hacemos gracias a la inhabitación del Espíritu Santo en nuestras almas. Cuando caemos, por nuestros pecados, Él nos levanta. Cuando paramos, por nuestros pecados, Él nos pone de nuevo en marcha. Cuando dudamos, por nuestros pecados, Él nos afirma en la verdad que nos hace libres.
Hemos de vivir, porque se nos concede, como si fuéramos ya todo lo santos que estamos llamados a ser, pero sabiendo que todavía no lo somos. Cuanto más crecemos en santidad, más nos damos cuenta el largo trecho que nos queda por delante, pero también sabemos que estamos en el camino correcto, que no es otro que el propio Jesucristo. Si Cristo derrotó a la muerte en la Cruz y en la Resurrección, tanto más derrotará nuestra tendencia a pecar.
No olvidemos que:
No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito.
1ª Cor 10,13
¿En verdad creemos eso? Y si lo creemos, ¿por qué actuamos como si no fuera cierto? No hay pecado invencible. La fidelidad de Dios es nuestra herencia. La santidad, el fruto de dicho don. Todos los que han sido elegidos por el Señor han tenido o tienen pecados que parecen enquistarse, adueñarse del alma, impedir el crecimiento espiritual. Pero a todos, sin excepción, se les acaba dando la victoria sobre el pecado. Es Dios quien tiene la última palabra. No nosotros, no nuestros pecados: Dios. Y si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?
¿Qué diremos a esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todas las cosas? ¿Quién presentará acusación contra los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica?¿Quién condenará? ¿Cristo Jesús, el que murió, más aún, el que fue resucitado, el que además está a la derecha de Dios, el que está intercediendo por nosotros? ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada?
Rom 8,31-35
Como bien enseña San Gregorio de Nisa en su obra “Sobre el perfecto modelo del cristiano":
… todo aquello que está limpio y libre de toda turbia afección tiene por objeto al autor y príncipe de la tranquilidad, que es Cristo; él es la fuente pura e incorrupta, de manera que el que bebe y recibe de él sus impulsos y afectos internos ofrece una semejanza con su principio y origen, como la que tiene el agua nítida del ánfora con la fuente de la que procede.
En efecto, es la misma y única nitidez la que hay en Cristo y en nuestras almas. Pero con la diferencia de que Cristo es la fuente de donde nace esta nitidez, y nosotros la tenemos derivada de esta fuente. Es Cristo quien nos comunica el adorable conocimiento de sí mismo, para que el hombre, tanto en lo interno como en lo externo, se ajuste y adapte, por la moderación y rectitud de su vida, a este conocimiento que proviene del Señor, dejándose guiar y mover por él. En esto consiste (a mi parecer) la perfección de la vida cristiana: en que, hechos partícipes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestro género de vida, la virtualidad de este nombre.
Unidos a Cristo por el bautismo, por la Eucaristía y por la oración, no hay muro ni montaña que no podamos atravesar en nuestro camino hacia el Padre. Es hora ya de dejar atrás nuestras dudas, nuestros temores y nuestras miserias. Se nos ha dado ser santos. Seamos santos.
Santidad o muerte. Santidad y vida eterna.
Luis Fernando Pérez Bustamante