¿Respeto exquisito a TODAS las convicciones ajenas?

S.E.R Antonio Cañizares Llovera, Cardenal Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos -mira que es largo el nombre-, recibió ayer el Doctorado Honoris Causa que le ha concedido la Universidad Católica de Murcia.

En su discurso, que ocupaba ni más ni menos que 26 páginas, el cardenal dijo cosas bien interesantes. Por ejemplo, aseguró que la sociedad necesita “liberarse de una vida hedonista y materialista que nos está llevando a un callejón sin salida demográfica“. Lo cual es tan cierto como que hoy el sol ha salido por el este.

Aseguró don Antonio que Dios es base y fundamento imprescindible para edificar una sociedad vertebrada. Pero, cosa curiosa, al mismo tiempo afirmó que la Iglesia ahora “no sueña con una sociedad sociológicamente cristiana". Pues ya nos dirá el cardenal cómo podemos conseguir que Dios sea base de nada si la sociedad no es, siquiera sociológicamente, cristiana. Más bien creo que la vida hedonista y materialista a la que se refería el prelado es precisamente la consecuencia de que Occidente, y España, haya dejado de ser “sociológicamente cristiano".

Yo sí sueño con una sociedad cristiana. Sociológica, espiritual y esencialmente cristiana. Bien sé que eso es harto difícil porque estrecha es la puerta que lleva a la salvación y ancho el camino que conduce hacia la perdición. El drama de Occidente no es tanto que no sea cristiano, sino que un día lo fue -con todas las imperfecciones propias de la naturaleza humana- y ya no lo es. La apostasía es más peligrosa que la incredulidad del que no ha recibido la Buena Nueva.

Es cierto que los cristianos somos todavía una minoría importante. Pero no estamos especialmente movilizados para que nuestra presencia en la sociedad sea verdadera sal. Políticamente somos un cero a la izquierda. Las legislaciones se van inclinando lenta pero firmemente hacia el lado de una serie de valores más cercanos a la cosmosvisión pagana que a la cristiana. La Iglesia ha dejado de ser Maestra de pueblos -lo fue en cumplimiento del deseo de Cristo- para ser una voz más en un gallinero donde no hay orden ni concierto.

Llevamos mucho tiempo escuchando de papas y obispos que la Iglesia no debe imponer sino proponer. Ciertamente no parece que la Guardia Suiza tenga potencial militar suficiente como para imponer la fe cristiana al mundo entero. Y no se ve que las diócesis cuenten con unidades paramilitares dispuestas a tomar el poder por las armas y cambiar la legislación de manera que la misma refleje los valores evangélicos y no quebrante la ley natural. Es más, sin necesidad de ser profeta aventuro que esa situación no va a cambiar.

Sin embargo, a los cristianos si se nos impone una serie de valores que son incompatibles con los que profesamos. La institución familiar, base de cualquier sociedad, ha cambiado radicalmente. Divorcio, gaymonio, “diferentes modelos de familia", etc, son hoy el pan nuestro de cada día. Incluso entre los bautizados el sacramento del matrimonio anda de capa caída. El mundo y sus valores son la luz tenebrosa que conforma el modus vivendi de la mayoría de aquellos que un día recibieron el agua bautismal.

En un sistema partitocrático como el existente en España, y que en mayor o menor medida tiene su eco en gran parte de los países otrora cristianos, el Partido ocupa el lugar que en otras épocas ocupó la Iglesia. Felipe González lo explicó muy bien hace unos días: “Cuando las cosas van mal, militancia pura y dura". Y cuando van bien también, añado yo. El orden de prioridades es claro. No existen cristianos socialistas ni populares. Existen socialistas y populares que dicen ser cristianos. Pero si tienen que elegir entre la fidelidad a su partido o la fidelidad a la Iglesia y Cristo, sin duda optan por el partido. Lo cual demuestra que su cristianismo es mentira. O Dios está por encima de todas las cosas, o se cae en la idolatría. Quien obedece antes al partido que a Dios es tan cristiano como el que adora a Baal antes que a Yavé. A la propuesta de Josué, “elegid hoy a quién habéis de servir” (Jos 24,15), la práctica totalidad de los representantes del pueblo responde: “a mi partido".

En medio de esta realidad, el mensaje que parte desde el seno de la Iglesia es la mayor parte de las veces débil y temeroso. Hay obispos, sacerdotes y seglares que cuando hablan a la sociedad parecen más estar pidiendo perdón que proponiendo nada. Y los que se expresan con firmeza, reciben el apelativo de fundamentalistas no sólo de parte de los enemigos del evangelio, sino de muchos de los que se supone que son hermanos en la fe. Hemos convertido el rebaño del Señor en una guarida de cobardes que demuestran más escrúpulos ante el qué dirán los de fuera que temor al Dios vivo.

Volviendo al discurso del cardenal Cañizares, me temo que no puedo estar de acuerdo con una de sus afirmaciones. Dijo el anterior Primado de España que la Iglesia tiene que tener un respeto exquisito hacia todas las convicciones ajenas. Pues no, don Antonio. Yo no respeto la convicción de quien llama derecho al aborto. Puedo respetar, y no sin dificultades, a la persona que sostiene dicha convicción. Más no. La Iglesia no puede ni debe respetar las convicciones de quienes nos imponen la cultura de la muerte. De hecho, debe manifestar su más absoluto repudio a las mismas.

La Iglesia no está en el mundo para imponer ningún sistema político, pero tampoco para legitimar ninguno en el que Dios es despreciado y ninguneado. Y eso es lo que hoy tenemos delante de nuestros ojos. “Sé valiente y firme“, le dijo repetidamente el Señor a Josué. Es lo que nos dice hoy a quienes sabemos que el principio de la sabiduría es el temor a Dios. Y si nosotros no lo tenemos, ¿quién lo tendrá?

Luis Fernando Pérez