Pederastas: Hay que pasar de las palabras a los hechos

Benedicto XVI ha vuelto a referirse ayer al escándalo de los sacerdotes que han cometido abusos sexuales con niños y adolescentes. Hasta ayer, no recuerdo que ningún obispo o cardenal hubiera hecho referencia a las palabras de Cristo en Mateo 18,6: “Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar“.

Hemos leído lo de la aplicación de la tolerencia cero con los pederastas. Pues bien, sin llegar a la pena de muerte -eso implica hundir a alguien en el mar con una piedra de molino al cuello- yo propondría ir más allá, implementando las siguientes medidas, sobre todo para los casos en los que las víctimas son menores de 14 años (donde no hay consentimiento posible):

1. Excomunión de los pederastas, no revocable a menos que el sujeto esté en peligro de muerte y haya demostrado claramente su arrepentimiento, siguiendo así la disciplina severa de los primeros siglos de la Iglesia.

2. Excomunión de cualquier obispo que tolere, proteja o encubra a un sacerdote pederasta. Lo de las dimisiones, ni siquiera destituciones, suena a coña marinera. El pastor que ha permitido que los lobos se ceben con sus ovejas más pequeñas no sólo no tiene lugar como pastor en la Iglesia. Tampoco debe tenerlo como fiel.

3. Excomunión de cualquier superior de orden religiosa por las mismas razones que el punto 2.

Todo ello debe de hacerse, faltaría más, respetando la presunción de inocencia de los acusados, a quienes sólo se les sancionará una vez demostrada su culpabilidad. De hecho, quizás sería bueno establecer también penas canónicas severas para los que acusan falsamente, como ya ha ocurrido en algunos casos. Por supuesto, no digo que no haya que proceder a medidas cautelares mientras una acusación se “tramita", sobre todo si existen evidencias plausibles de que la misma es cierta. Deben establecerse también mecanismos que permitan restaurar, en la medida de lo posible, el buen nombre de los que han sido falsamente acusados.

En mi opinión, sólo hay alguien más peligroso y más responsable que el cura o religioso abusador: el obispo o superior que se lo consiente. Y poco más tengo que decir.

Luis Fernando Pérez