La Iglesia y los dos modelos de periodismo

Fue Cristo quien dijo que la verdad nos hace libres. Es por ello que para que una sociedad sea libre, resulta muy útil que existan personas que se dediquen a la profesión cuyo fin es el de informar verazmente de todo lo que ocurre en el mundo: el periodismo.

Cuando los periodistas hacen bien su trabajo, todos nos beneficiamos. Cuando en vez de servir a la verdad, sirven a intereses ajenos o propios, y no tienen empacho en pasar por encima de los hechos, se convierten en emisarios de la mentira y, por tanto, en instrumentos de esclavitud. Porque si es cierto que la verdad nos hace libres, entonces la mentira nos esclaviza.

La situación del periodismo en el día de hoy es compleja. Información y opinión suelen ir siempre de la mano y no siempre es fácil distinguirlas. Es posible que haya quien crea que se puede dar una información aséptica, sin condicionamiento alguno por parte del periodista que la transmite. Pero en realidad, el mero hecho de elegir de qué temas se informa y de cuáles no, implica una postura “editorial” que marca el estilo de hacer periodismo tanto de las empresas como de los periodistas que trabajan en ellas. La imparcialidad no existe y quien diga lo contrario, miente. Todos tenemos una forma de ver las cosas. Todos profesamos unas ideologías que modelan nuestro modo de informarnos o de informar. Y, sobre todo, todos tenemos una actitud concreta hacia la trascendencia, hacia la vida espiritual. Desde los que la niegan o la ignoran en su proceder profesional a los que la tomamos como el elemento más fundamental de nuestra condición humana.

Ahora bien, una cosa es que estemos condicionados por lo que creemos y defendemos, y otra que hagamos uso de la mentira o la manipulación para apoyar nuestras tesis. Por ejemplo, a mí me puede repatear mucho que los pecados de algunos miembros de la Iglesia sean motivo de escándalo para el mundo. Pero no se me ocurrirá manipular los hechos para que aparezcan como santos los que son miserables. Y menos usando como justificación el bien de la propia Iglesia. Podré equivocarme en alguna ocasión. Podré emitir un juicio excesivo o erróneo sobre determinadas circunstancias, pero nunca mentiré a sabiendas. Como mucho, callaría, aunque soy de los que creo que el silencio puede ser a veces una forma de mentira. Y lo que digo de mí y de la información relacionada con la Iglesia, se puede decir de los periodistas y de todo tipo de información.

De la prensa se ha dicho que es el “cuarto poder". Yo no sé si será el cuarto, el tercero o el vigésimo quinto, pero no me cabe la menor duda de que hay poder en aquellos que se dedican a la labor de informar de la actualidad y a formar opinión. Con un titular contundente puedes destrozar a una persona, una empresa, ONG, institución, etc. Si la información del titular es cierta, pues entonces se puede decir aquello de “así es la vida". Ahora, como sea una manipulación, una media verdad o una mentira rotunda, ¿quién repara después el daño causado?

Tampoco quiero tirar la primera piedra. Aunque no me consta ni soy consciente de ello, es posible que, sin voluntad de hacerlo, desde InfoCatólica hayamos dado algún titular que no respondiera a la verdad de los hechos. Pero tenemos cierta ventaja sobre otros medios. Por ejemplo, no nos dedicamos a ese juego absurdo de dar ochenta supuestas primicias de las que luego apenas se cumplen cinco. La rumorología no nos interesa gran cosa. Tampoco creo que seamos de los que confunden la realidad con sus deseos, de forma que convierten en noticia aquello que sólo es una vana esperanza de que las cosas acaben siendo aquello que ellos quieren que sean.

En los últimos tiempos estamos viendo cómo la Iglesia Católica es víctima de un modelo de periodismo. El que ejercen aquellos que no dudan lo más mínimo a la hora de manipular, difamar, inventarse cosas, sacar declaraciones fuera de contexto, etc, con tal de dejar en mal lugar a la propia Iglesia y en especial a los obispos. Que eso ocurra en medios cuya condición laicista, gubernamental o directamente anticlerical es conocida, es grave pero esperable. Que ocurra en medios que pretenden ser referencias de la información religiosa en este país y en nuestro idioma, es intolerable. Al menos la Iglesia no debería de tolerarlo. Cuando al enemigo le tienes en casa, puedes dar por seguro que te va a hacer mucho daño. Por tanto, sin llegar al extremo de dejar a un lado el principio de libertad de prensa, es bueno que desde allá donde se ejercen las más altas responsabilidades eclesiales se tome nota de quién está al servicio de la verdad que nos hace libres y quién la manipula, la retuerce y la prostituye para intereses pseudo-eclesiales y/o políticos no conformes al bien de los fieles y de la sociedad.

Un último consejo dedicado especialmente a los obispos. No es mío, sino de Cristo: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas” (Mt 10,16-17). Hoy esas sinagogas son los medios de comunicación. Por tanto, conviene medir todo lo que se dice, ante quién se dice y cómo se dice. Es preferible decir no a una entrevista y quedar como antipático a exponerse a que se aprovechen de cualquier resquicio para atacar a la Iglesia. Una frase que puede ser aceptable desde un púlpito y ante una audiencia cristiana puede resultar una bomba en quienes ni saben ni quieren saber nada de contextos teológicos. No se trata de que los prelados se escondan de la prensa. Se trata de que aprendan que hoy, para ser obispo, hay que saber lidiar bien con los medios. Así ha de ser por el bien de ellos y por el bien de la Iglesia.

Luis Fernando Pérez