El aplauso de un pueblo agradecido
Sin lugar a dudas, el momento más impresionante de la toma de posesión de Monseñor Munilla como nuevo obispo de San Sebastián ha tenido lugar justo cuando el Nuncio de Su Santidad le ha entregado el báculo y él se ha sentado en su cátedra. Entonces, ha dado comienzo un aplauso sencillamente espectacular, tanto por su intensidad como por su duración. Tan tremendo ha sido que don José Ignacio no ha podido evitar derramar alguna lágrima. Es más, al final ha tenido que ser él quien ha pedido que terminara porque la cosa amenazaba con prolongarse de forma indefinida.
Se pueden dar muchas interpretaciones a dicho aplauso. Desde la de quienes verán en el mismo algo “normal” -pero yo no recuerdo cosa igual en otras ordenaciones o tomas de posesión episcopales- a los que lo compararán con el suspiro de quien se ve libre tras vivir durante años en una situación “complicada". Lo que yo aprecio es el agradecimiento del pueblo de Dios en Guipúzcoa, en especial de aquel que tiene una gran esperanza en que las cosas vayan a mejor con la llegada del nuevo pastor.
Monseñor Munilla ha sido fiel a su estilo en la homilía. No estamos ante un pastor de graves discursos teológicos. Sí estamos ante un pastor que predica el evangelio para que sea entendido por los más sencillos. No hace falta ser doctorado en teología para comprenderle. Pero, por encima de todo, don José Ignacio es un obispo que sabe muy bien qué es ser obispo. Y también qué no es. Por ejemplo, ha estado magistral cuando ha dicho que el aplauso recibido lo entiende como dirigido a Cristo, de quien él es su vicario en esa iglesia local. Se ha comparado a sí mismo con el borriquillo que llevaba en sus lomos al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén. La gente vitoreaba a Cristo, no al burro. Pero, ojo, también ha señalado lo absurdo que habría sido que alguna persona se hubiera quedado en casa porque no le gustara el burro.
Si el Señor le da vida y buena salud, y si el Papa, o futuros papas, no le encomienda pastorear otra diócesis, Monseñor Munilla tiene por delante más de un cuarto de siglo para guiar a la diócesis de San Sebastián por la buena senda del evangelio, de la comunión con el resto de la Iglesia Católica. Ha dicho que su intención es “entroncarme plenamente en el recorrido de nuestra Diócesis, sumando mis esfuerzos al proyecto pastoral diocesano de una Iglesia al Servicio del Evangelio. ¡No podría ser de otra manera! Caminaremos juntos, creciendo en comunión entre nosotros, en plena apertura y obediencia a las orientaciones de nuestro querido Papa, Benedicto XVI. ¡Confiamos plenamente en el ministerio del sucesor de Pedro!“. O sea, que nadie piense que va a entrar como Atila a arrasar con todo. Probablemente seguirá el consejo paulino de examinarlo todo para quedase con lo bueno. Y de paso, para sembrar su semilla como sucesor de los apóstoles en plena comunión con el Papa. De ser así, el catolicismo verá una nueva primavera en esa tierra tan querida y tan golpeada por la violencia en las últimas décadas.
Atrás queda la polémica por su nombramiento. Atrás quedan las campañas infames de quienes hicieron todo lo posible para que el día de hoy no llegara. Sujeto mi lengua para no decir lo que pienso de ellos, sobre todo de algunos. El tiempo les va a poner en su sitio si es que no les ha puesto ya. Sólo espero que lo que ha ocurrido con Monseñor Munilla no se vuelva a repetir. Y que la Iglesia en España sea lo suficientemente sabia como para discernir dónde están sus enemigos mediáticos y actuar en consecuencia.
Hoy comienza una nueva etapa para la Iglesia en el País Vasco. Pidamos al Señor que acompañe al nuevo obispo de San Sebastián en su ministerio. Él se ha puesto bajo el amparo de la Madre de Dios. Sabia decisión. Es lo que hizo el Señor cuando vino a este mundo. No hay regazo mejor al que acogerse antes de llevar a cabo la misión de predicar el evangelio.
Luis Fernando Pérez