Repugnante kale borroka eclesial y mediática
Cuentan la leyenda que el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar dio una de sus últimas charlas en Madrid, un mes antes de su muerte en junio de 1988. Al finalizar el acto, se le acercó un franciscano muy ufano a decirle que la tesis doctoral que había realizado versaba precisamente sobre la obra de Von Balthasar. Entonces, el teólogo helvético le espetó: “Usted no ha entendido nada, absolutamente nada, de lo que yo he escrito durante toda mi vida. Mejor, dedíquese a otra cosa y no a la teología“. Pues bien, esa leyenda, que algún mal pensado creerá que es cierta -y acertará-, asegura que el franciscano era vasco y se llamaba, y llama, Joxé Arregui.
El caso es que todo parece indicar que el tal Arregui hizo caso en parte al bueno de Hans. La teología no la dejó, aunque después de recibir semejante desautorización lo normal es que se hubiera retirado a la trapa, pero sí que decidió dedicarse a otra cosa. Concretamente al espionaje y a la novela negra, con tintes rosáceos, eclesial. Y en esos menesteres andaba cuando se topó con determinados profesionales de la ¿información? religiosa, que andan ocupadísimos en una campaña para evitar que Monseñor Munilla sea el próximo obispo de San Sebastián a partir del 9 de enero.
Efectivamente, el franciscano Arregui ha protagonizado una de las escenas más vergonzosas que se recuerda en la reciente historial de la Iglesia en España. En declaraciones a Catalunya Religió.cat, este señor asegura que cuando don José Ignacio abandonó su parroquia en Zumárraga, se dejó en el ordenador una carpeta supuestamente llamada “Mafia” que contenía “que contenía conspiraciones y maniobras eclesiales turbias, así como fichas de algunos de sus compañeros de presbiterio“. No sólo eso, además, en la carpetita de marras habría “clarísimos elementos de conspiración o de maniobras eclesiales un poco turbias. Por ejemplo, aparecen conversaciones y escritos de los obispos más integristas y agresivos de la Conferencia episcopal española“. “¿Del cardenal Rouco, por ejemplo?“, le preguntan: “No va usted descaminado, pero también de otros“.
Pero, ojo al dato, ¿piensan ustedes que el propio Arregui ha visto la dichosa carpeta? Noooo, señores, no. Él no la ha visto. Eso sí, afirma que le ofrecen “toda la credibilidad del mundo las fuentes” que le comentaron la existencia de la misma. Es “algo que se viene comentando en ciertos círculos desde hace tiempo y yo estoy moralmente seguro y convencido de que no es un bulo“. Más aún, asegura que “podría dar detalles, pero no lo voy a hacer, al menos por ahora“.
Este sujeto dice estar moralmente convencido de que la carpeta existe. Pero ocurre que el sucesor en la parroquia de El Salvador de Zumárraga, el padre Xabier Murua, asegura que todo es mentira. Él dice: “Yo soy testigo de primera mano de que es absolutamente falso que en el ordenador de la Sacristía de la Parroquia de El Salvador (de la que yo soy responsable), existiese nada comprometedor contra D. José Ignacio Munilla (ni `fichas de sacerdotes´, ni demás `bobadas´…)“. Dice más cosas, pero de momento basta con eso.
Y bien, ¿a quién creen ustedes? ¿al franciscano Arregui o al párroco Murua? Pues harían mal en contestar a la pregunta, porque no se trata de quién tiene razón, aunque doy por hecho que la tiene el párroco. Lo que aquí se juega no es saber quién dice la verdad, aunque es evidente que sabe más quien ha visto ese ordenador que quien se limita a recoger rumores. Lo que aquí está en juego es la poca vergüenza, la indecencia moral, la desfachatez más abyecta de un fraile indigno de pertenecer a la orden fundada por San Francisco de Asís y de un tipo de periodismo que, a este paso, se aliará con el mundo abertzale con tal de conseguir que Munilla no pueda ser obispo de San Sebastián.
Porque, supongamos por un momento que lo de la carpeta fuera cierto. ¿Acaso no es delito revelar el contenido personal del ordenador de una persona? Ayer un abogado -cuya identidad ha querido mantener en el anonimato porque razones bien comprensibles para los que conocen la realidad vasca- nos envió un breve artículo, que hemos publicado en Tribuna abierta, en el que se advierte de que podemos estar ante un delito penado con “penas de prisión de uno a cuatro años y multa de doce a veinticuatro meses“. Y también hay pena de prisión para quien difunda dicho material. Ojo que yo no pido que vaya a la cárcel nadie. Me limito a constatar que lo que han hecho Arregui y sus altavoces mediáticos puede incurrir en un delito grave.
Pero independientemente de que sea delito o no, en lo que seguro que cualquiera que tenga un mínimo sentido de la moral cristiana estará de acuerdo conmigo, es en que el franciscano y sus voceros han traspasado la línea de la decencia y yo diría que hasta del sentido común. Están haciendo una verdadera guerra sucia contra la Iglesia, contra el nombramiento de monseñor Munilla como obispo de San Sebastián. Una guerra en la que vale todo. Son la kale borroka de una eclesialidad marchita y de un periodismo religioso destinado a desaparecer. José Manuel Vidal se ha convertido en una especie de Otegui para-eclesial, inmerso en una campaña de descrédito contra un obispo cuyo delito es ser vasco y ortodoxo. Primero, hizo campaña contra su designación como obispo de San Sebastián. Cuando el Papa le nombró para dicha tarea, se rasgó las vestiduras cual Caifás de vía estrecha. Y ahora se convierte en el altavoz de un fraile renegado cuyo ridículo y descrédito amenaza con ser histórico y mundial. Y conste que no me gusta nada decir esto de Vidal. Personalmente le tengo aprecio por la oportunidad que me dio hace años y porque siempre ha sido muy cordial conmigo. Pero esto ya clama al cielo. No se puede caer tan bajo. Hay fronteras que si se cruzan no hay posibilidad de marcha atrás. Y el director de Religión Digital las ha cruzado todas. Sé de muy buena fuente que todos los obispos que han tenido conocimiento de estos hechos, incluidos algunos que tienen en buena estima a ese periodista, están escandalizados ante lo ocurrido. Y dudo que haya uno solo que lo vea con buenos ojos. Luego no nos quejemos de que el episcopado no ve con buenos ojos a determinada prensa religiosa. Quien busca con maneras arteras la destrucción de la credibilidad de un prelado no puede pretender que luego le pasen la mano por el hombro y le rían las gracias. Cada uno obtiene lo que siembra.
Acabo recordando que estamos ante un asunto que afecta a la autoridad papal a la hora de elegir obispos y de marcar posibles cambios de rumbo en una diócesis. Esto no es un “Munilla sí, Munilla no". El “munillismo” no tiene sentido, por mucho que miles, entre los que me encuentro, aprecien personalmente a don José Ignacio. Esto es “catolicismo sí, catolicismo no". Esto es aceptar o no aceptar que Roma, aconsejada por quien sea menester, puede dar un giro copernicano a la situación en una iglesia local. El nombramiento de un obispo no es materia de fe. La autoridad del Papa sobre toda la Iglesia sí. O entendemos que esa es la clave de esta polémica o no habremos entendido nada.
Luis Fernando Pérez