Adan o Cristo, Eva o María
San Pablo estableció en Romanos 5 un claro paralelismo entre Adán y Cristo. El primero introduce el pecado en el mundo. El segundo nos trae la salvación: “Si, pues, por la transgresión de uno solo, esto es, por obra de uno solo, reinó la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia reinarán en la vida por obra de uno solo, Jesucristo” (Rom 5,17).
Igualmente conocemos que desde muy temprano los cristianos supieron ver la obvia relación entre la Eva del Génesis y la Virgen María del Nuevo Testamento. Así, san Justino Mártir escribe: “Porque Eva, cuando era todavía virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que recibió de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte: en cambio, la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espiritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo cual lo santo nacido de ella seria hijo de Dios; a lo que ella contestó: «Hágase en mi según tu palabra» (Lc 1, 38). Y de la Virgen nació aquel al que hemos mostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye la serpiente y los ángeles y hombres que a ella se asemejan, y libra de la muerte a los que se arrepienten de sus malas obras y creen en él“.
San Ireneo de Lyon es aún más explícito: “Y así como por obra de una virgen desobediente fue el hombre herido y —precipitado— murió, así también, reanimado el hombre por obra de una Virgen, que obedeció a la Palabra de Dios, recibió él en el hombre nuevamente reavivado, por medio de la vida, la vida. Pues el Señor vino a buscar la oveja perdida, es decir, el hombre que se había perdido. De donde no se hizo el Señor otra carne, sino de aquella misma que traía origen de Adán y de ella conservó la semejanza. Porque era conveniente y justo que Adán fuese recapitulado en Cristo, a fin de que fuera abismado y sumergido lo que es mortal en la inmortalidad. Y que Eva fuese recapitulada en María, a fin de que una Virgen, venida a ser abogada de una virgen [Eva], deshiciera y destruyera la desobediencia virginal mediante la virginal obediencia” (AH III,22,4).
Nada ha cambiado desde el “Fiat” de María al ángel Gabriel, que anula el “sí” de Eva a Satanás, y desde el “Hágase tu voluntad y no la mía” de Cristo al Padre en Getsemaní, que nos libra de la condenación por el “no” de Adán a la voluntad de Dios. Hoy, hombres y mujeres tenemos dos opciones. O decimos sí a Dios y a la santidad o decimos sí a Satanás y el pecado. San Justino habla del resultado de una elección equivocada: “En efecto, el Espiritu Santo reprende a los hombres porque habiendo sido creados impasibles e inmortales a semejanza de Dios con tal de que guardaran sus mandamientos, y habiéndoles Dios concedido el honor de llamarse hijos suyos, ellos, por querer asemejarse a Adán y a Eva, se procuran a sí mismos la muerte“.
En este día de la Inmaculada Concepción, fiesta de la gracia divina derramada sobre la Madre del Señor, estamos todos llamados a seguir el ejemplo de Aquella que no temió las consecuencias de unir su voluntad a la de Dios. Siendo virgen habría de quedarse embarazada, con los peligros que ello supondría de ser repudiada, no sólo por su prometido, José, sino por toda la sociedad de entonces. Sin embargo, María no optó por la cultura de la muerte. No optó por el aborto o por la huida. Optó por la vida y por ello se convirtió en Trono de la Vida, en nueva Arca de la Alianza, en Árbol de cuyo Fruto, Jesucristo, obtenemos la salvación: “Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús“.
¿De quién quieres ser hijo? ¿De Eva o de María? ¿del primer Adán o del Salvador? Acojámonos a la intercesión de la Madre de Dios que nos lleva a su Hijo, cuyo nombre es el único dado a los hombres para que puedan ser salvos.
Dios te salve María,
Llena eres de gracia,
Bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
Ruega por nosotros pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte,
Amén.
Luis Fernando Pérez
15 comentarios
http://infocatolica.com/blog/coradcor.php/explicando_el_dogma_de_la_inmaculada_con
Si Maria nacio sin mancha, no tiene mucho merito el hecho de que le dijera si a Dios, lo que nos separa a Dios es el pecado una mujer que no lo conocio no debio de tener ningun problema para decir Fiat.
Por otra parte si Eva era incorrupta y estaba en el Paraiso ¿como pudo pecar?, si en el propio Cielo aun somos tentados ¿como estaremos seguros de que la Salvacion vaya a ser algo eterno?.
Un religioso me explico el por que de la virginidad mariana pero prefiero ahorrarme el trasladaros su opinion dado que con toda probabilidad sere censurado.
En fin, no deja de ser este el dia idoneo para reflexionar acerca de este dogma.
Precioso, Luis Fernando.
Dios te salve Maria...
Y otra cosa más. La naturaleza de los primeros padres, antes de la caída, no es igual a la de los que por Cristo son participantes de la naturaleza divina. En otras palabras, es más "fácil" para un cristiano no pecar de lo que fue para Adán y Eva.
Respecto a lo de las tentaciones en el cielo, ¿de dónde te lo sacas? Allá ya no está ni estará Satanás. Y la concupiscencia carnal desaparecerá con la resurrección, cuando recibamos nuestro cuerpo celestial.
Agradezco tu respuesta a mi primer interrogante, no te falta razon. Lo que pasa es que desde mi punto de vista a Maria le costo menos decir Si que a nosotros, como al propio Jesus que no fallo a diferencia de San Pedro que primero fallo y luego cumplio. El resultado es el mismo pero algunos tienen una ayudita.
Adan y Eva estaban en el paraiso en una situacion exenta de pecado pese a ello el diablo les tento. ¿En que lugar podemos estar libres del Mal?
Adán y Eva estaban exentos de pecado porque fueron creados sin pecado, pero no sin la posibilidad de pecar. De hecho, pecaron en cuanto fueron tentados.
Sólo en Cristo estamos libres del Mal.
El catolicismo parte de la existencia del libre albedrío de la primera pareja, compatible con un don de santidad extranatural otorgado por Dios. Por eso pudieron pecar, porque pese a esa santidad -don externo- sobrenatural seguían disponiendo del libre albedrío. Por ello, tras la caída, aunque el hombre está incapacitado de obtener por sí la salvación, sí puede sin embargo usar su libre albedrío, que aunque dañado no ha sido aniquilado. Puede por tanto "cooperar a la Gracia que sólo procede de Dios".
El problema se vuelve irresoluble desde la antropología protestante, ya que ellos entienden que la santidad de la primera pareja no era un don sobrenatural de Dios, sino constitutivo y esencial de ella -de essentia hominis, decía Lutero-. La consecuencia es que tras la caída (inexplicable si la santidad era natural) el ser humano es una bestia sin albedrío, cayendo en un fatalismo terrorífico. Y peor aún, ello obligaría a convertir a Dios en el autor del pecado. Todo un dispatate.
En cuanto a la Inmaculada Concepción de Nuestra Madre la Virgen María, le veo con nítida claridad en ese versículo del Protoevangelio, cuando Dios le dice a la serpiente (a Satanás): "Pondré enemistad entre ti y la mujer / entre su linaje y el tuyo". Si Dios quiso referirse en Gen. 3,15 a la redención operada en Jesús era inútil referirse primero a la mujer de la que procedería nuestra salud, pero la realidad es que se refiere a ella en términos rotundos -enemistad con el pecado-, y en paralelo con la acción del verdadero autor de nuestra Redención (el linaje de la mujer, Jesús). María, por lo tanto, está limpia del pecado porque sería posible esa perpetua hostilidad en los términos planteados si realmente estuviese sometida al mismo. No caben aquí campos neutrales. Y no sólo eso: aquí María esta no sólo como libre del pecado original sino también de cierta manera constituida en corredentora del género, de manera subordinada junto a su Hijo.
http://www.statveritas.com.ar/Marianos/Marianos-INDICE.htm
'El Catecismo indica otra poderosa razón de la gran conveniencia de la plenitud de gracia de María desde el primer instante de su concepción: para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios [30]. La respuesta de María al mensaje divino del Ángel requería toda la fuerza de una libertad purísima, abierta al don más grande que pueda imaginarse y también a la cruz más pesada que jamás se haya puesto sobre el corazón de madre alguna (la “espada” de que le habló Simeón en el Templo) [31]. Aceptar la Voluntad de Dios conllevaba para la Virgen cargar con un dolor inmenso en su alma llena del más exquisito amor. Saber, como hubo de saber María – al menos por la instrucción que recibió de la Sagrada Escritura, como todos los israelitas y su singular agudeza intelectual – que Dios le proponía ser madre de quien estaba escrito: «No hay en él parecer, no hay hermosura que atraiga las miradas, ni belleza que agrade. Despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada» [32]. Era muy duro aceptar tal suerte para quien había de querer mucho más que a Ella misma. La Virgen María necesitó toda la fuerza de su voluntad humana, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo en plenitud para poder decir – con toda consciencia y libertad – su fiat al designio divino. Esta enorme riqueza espiritual no rebaja un punto su mérito: sencilla y grandiosamente hace posible lo que sería humanamente imposible: da a María la capacidad del sí rotundo. Ella puso su entera y libérrima voluntad. Para entendernos: Dios me ha dado a mí la gracia de responder afirmativamente a mi vocación divina. Sin esa gracia no habría podido decir que sí; pero con ella no quedé forzado a decirlo. Podía haber dicho que no sin ofenderle, pues, en principio, la vocación divina no es un mandato inesquivable, sino una invitación: “si quieres, ven y sígueme” [33].'
http://arvonet.wordpress.com/religion/el-misterio/7-dignidad-y-libertad/
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LF:
Mira caballero, al venerar a María y los santos damos gloria a Dios, de quien proceden todas las gracias. Amar a María y a los santos no sólo no va en contra del amor de Dios, sino que es fruto de dicho amor.
Una mujer llena del Espíritu Santo bendijo y alabó a María a la vez que a su Hijo, ¿y va usted a decir que eso es idolatría?
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