Yo no sé a quién puede sorprender lo de Estrasburgo
Muchos se rasgan las vestiduras ante la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, por la que se por la que se asegura que “la exhibición obligatoria del símbolo de una determinada confesión en instalaciones utilizadas por las autoridades públicas, y especialmente en aulas” restringe los derechos paternos a educar a sus hijos “en conformidad con sus convicciones” y además “limita el derecho de los niños a creer o no creer". Desde el Vaticano se ha reaccionado con estupor y pesar y son varios los ministros y políticos italianos que le han dicho a Estrasburgo que se vaya a freír espárragos.
A mí me parece muy bien todas estas manifestaciones de indignación y de condena, pero, señores míos, este es el sistema que hemos elegido y votado. Europa es lo que es porque así lo han querido los políticos que hemos elegido en nuestros respectivos países. Y la Iglesia Católica lleva décadas apoyando el proceso de unión europea a pesar de que el mismo está en manos de masones, de anticlericales y de chusma que fue capaz de negar la historia con tal de impedir que en la fallida constitución europea aparecieran una mención a las raíces cristianas de Europa.
Dijo ayer el padre Lombardi que “no es así como se nos atrae a amar y a compartir más la idea europea que como católicos italianos hemos apoyado fuertemente desde sus orígenes". ¿Y quién le dice que quieren atraernos? ¿no será más bien que nos quieren fuera de “su” Europa? ¿qué más necesitamos para darnos cuenta de que en la Europa de Bruselas y de Estrasburgo la cruz no tiene lugar? ¿hemos de ir a arrastrarnos ante el nuevo César que escupe sobre los derechos de los cristianos a exhibir nuestros símbolos en lugares públicos?
En la reciente votación de Irlanda para aprobar el tratado de Lisboa, los obispos católicos del país pidieron el sí. Pues toma sí. Ya sé que el Tribunal de Estrasburgo no es lo mismo, pero en el fondo sí que lo es. Vamos hacia una Europa donde se impondrá el aborto a los países que todavía no lo han legalizado, donde se declarará homofóbicos a los que digamos que la práctica de la homosexualidad es pecado, donde los derechos de los padres a educar a sus hijos se verán ahogados por la bota de Papá-Estado (en Gran Bretaña están ya en ello), donde la soberanía nacional de cada país se verá supeditada a una especie de consejo senatorial que no es elegido democráticamente por los ciudadanos.
La Iglesia tiene dos opciones. O seguir soltando discursos buenistas y políticamente correctos o pararse de una vez sobre sus pies y decir: ¡Esta Europa no la queremos los católicos! Si quieren seguir así, nosotros nos bajamos. Que luego eso no valga para mucho, porque al fin y al cabo no pasará de ser una declaración “simbólica", es lo de menos. De lo que se trata es de dar un verdadero paso al frente para que al menos la Historia recuerde que hubo un día en que la Iglesia Católica dijo no a la Europa sin Cristo, a la Europa masónica, a la Europa que se traiciona a sí misma.
Luis Fernando Pérez