Una patochada con 700 concelebrantes
Como muchos de ustedes sabrán, y si no lo saben no se han perdido nada pero yo se lo digo, los jovenzuelos de la asociación de teólogos Juan XXIII, se han reunido este fin de semana en Madrid. Para los lectores no españoles que desconozcan qué es esa asociación, les diré que es algo así como el asilo al que van a parar todos los heterodoxos habidos y por haber en España y parte del extranjero. Como quiera que la heterodoxia con pretensiones de catolicidad no tiene capacidad de producir vida, cada año acuden menos personas a este tipo de encuentros. De los presuntos mil asistentes de años pasados hemos pasado a los presuntos setecientos del actual. Y dentro de una década, si reúnen trescientos se podrán dar con un canto en los dientes.
Pero dejemos a un lado las consideraciones geriátricas y vayamos a lo que me ha motivado a escribir este post. En Religión Digital podemos leer la siguiente descripción de José Manuel Vidal de lo que, según él, fue una celebración eucarística:
“Jesús, poco antes de morir, tiempo de crisis para él y los suyos, hizo lo que tantas veces había hecho en su vida: repartir el pan. Tomad y comed, dijo, esto es mi cuerpo”. Son las palabras de la consagración. Recitadas por un coro de cientos de voces. Todas al unísono. Con profunda unción y conscientes de estar consagrando. No es una misa hereje ni masónica. Es la eucaristía que este mediodía concelebraron los 700 asistentes al XXIX Congreso de Teología, que se clausuró hoy en Madrid.
La eucaristía de clausura, organizada por el Movimiento pro celibato opcional (MOCEOP) fue un auténtico acontecimiento salvífico. Toda ella giró en torno a un “diccionario del corazón”. Porque, “como la crisis quienes más la sufren son los pobres, tener corazón, tener entrañas de misericordia, removerse el corazón…son expresiones que nos evocan la solidaridad y la bondad y misericordia de Dios”.
Una eucaristía distinta, pero “con la misma liturgia”. Eso sí, “con un lenguaje más laico, más cercano, más simbólico y más vivo”, como explica Andrés Muñoz, uno de los líderes del Moceop.
Bien, en una cosa tiene razón Vidal. Si aquello se desarrolló como él relata, no estamos ante una misa hereje ni masónica. A mi entender, sencillamente no hubo misa. Fue una pantomima en la que la fórmula usada a la hora de consagrar no es válida. Pero es que además, nótese lo siguiente:
1- Se da a entender que en la Última Cena, el Señor no estaba haciendo nada especial. Repetía lo que había hecho años atrás.
2- Se da a entender que no hay diferencia alguna entre sacerdotes y seglares. Todos consagran.
Pues miren, llámenlo como quieran pero eso no es una misa católica. Una liturgia anglicana o luterana “bien hecha” se acerca mucho más a una misa católica que esa farsa. Estos señores pretender seguir siendo llamados católicos a la vez que hacen todo lo que está en sus manos para forzar a la Iglesia a declarar, una vez más, que no lo son. Y es aquí donde volvemos a una cuestión largamente debatida: ¿no tienen nada que decir las autoridades eclesiásticas sobre lo ocurrido? ¿hubo sacerdotes en el ejercicio de su ministerio sacerdotal participando en esa patochada litúrgica? ¿se van a ir de rositas? ¿se seguirá mirando para otro lado cuando se habla de una misa concelebrada por todos los asistentes?
Me temo que sí. Me temo que con esa “misa” ocurrirá lo mismo que con la misa de la próxima “Romaxe de crentes galegos” que tendrá lugar el próximo 12 de septiembre. Se opta por mirar a otro lado, por no crear jaleo mediático, por permitir que la liturgia se convierta en un arma revolucionaria para cambiar el alma de la Iglesia. No parece que esa manera de entender la pastoral, dejando que los heterodoxos campen a sus anchas, haya dado buenos frutos. Ni para ellos ni para el resto de la Iglesia. Y sin embargo, parece que tendremos que esperar que una nueva generación de prelados decida coger ese toro por los cuernos. En otros países ya existe esa nueva savia episcopal que está tomando medidas. Aquí, como siempre, vamos a remolque.
Falta coraje, falta determinación, falta espíritu apostólico para desenmascarar a los lobos disfrazados de oveja. Como bien ha dicho Benedicto XVI, no hay caridad sin verdad. Y lo mejor que puede hacerse con aquellos que se han separado de facto de la comunión eclesial, es ponerles delante de una separación de iure. Si eso sirve para que alguno de ellos rectifique, se convierta y vuelva al seno del catolicismo, alabado sea Dios. Pero lo que está claro es que pasan los años y se van muriendo en un estado de completa oposición a una jerarquía que les ha consentido prácticamente todo. Y yo, iluso de mí, sigo creyendo aquello que a finales del siglo I y principios del II dijo San Ignacio de Antioquía: “Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo, tal como allí donde está Jesús, allí está la iglesia católica” S. Ignacio de Antioquía a los Esmirneanos, VIII) y :”Como hijos, pues, de la luz y de la verdad, evitad las divisiones y las doctrinas falsas; y allí donde está el pastor, seguidle como ovejas. Porque muchos lobos engañosos con deleites fatales se llevan cautivos a los que corren en la carrera de Dios; pero, cuando estéis unidos, no hallarán oportunidades” (idem a los Filadelfianos, II)
Luis Fernando Pérez