15.04.16

¿Ha abolido el Papa Francisco la necesaria confesión de los pecados mortales?

Recojo en este breve escrito de título provocativo la respuesta a una consulta sobre la dificultad de expresar verbalmente los pecados en la confesión. Algunos han malinterpretado unas palabras que el Papa dirigió a los misioneros de la misericordia, como si el Pontífice validara que ya no es necesaria la confesión de los pecados mortales  como un requisito ordinario fundamental del sacramento de la Penitencia…

 

Me bloqueo…

 

Leí́ su respuesta sobre la necesidad de confesar los pecados en el sacramento de la Penitencia. Lo entiendo y estoy de acuerdo. Pero tengo una grave dificultad. A veces, en la confesión, me bloqueo, me quedo en blanco sin saber qué decir. Nervios, vergüenza… Hay un confesor que me tranquiliza y comprende lo que quiero decir, pero también he encontrado sacerdotes que me dicen que vuelva cuando esté más tranquilo. ¿Qué piensa usted?

 

Mire, la practica de la confesión requiere de un aprendizaje, tanto para el penitente como para el confesor. Con mucha sabiduría, antiguamente no se daba a todo sacerdote por lo pronto las licencias para confesar.Todos recordamos nuestras primeras confesiones en la infancia, algo nerviosos y azorados y también recordamos con afecto buenos sacerdotes que nos lo ponían fácil y nos animaban. Lo normal es poder verbalizar las dificultades y pecados en un proceso que resulta muy saludable.

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29.02.16

"Me confieso sólo con Dios". - No vale.

“Me confieso con Dios…”. –No vale.

¿Qué decir a alguien que dice «yo ya me confieso con Dios» y no quiere confesar sus pecados en la confesión sacramental? Me cuesta confesar mis pecados, incluso a veces siento vergüenza. Tal vez sí seria más fácil confesarse directamente con Dios o que la Iglesia suprimiera la obligación de confesar los pecados…

Hay que aceptar la salvación que Dios nos ofrece y de la forma con que Él nos la ofrece.

Lo que me convendría, me gustaría, me apetecería… tiene muy poca importancia cuando es Dios mismo quien nos dice lo que quiere de nosotros. Y el Señor ha establecido ofrecernos su misericordia de manera ordinaria a través de la realidad de la Iglesia y de sus sacramentos.

Voy a responderle con unas palabras textuales del papa Francisco:

«Es la comunidad cristiana el lugar donde se hace presente el Espíritu, quien renueva los corazones en el amor de Dios… He aquí por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humilde y confia- damente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este sacramento, el sacerdote no representa solo a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él… Sí, tú puedes decir: yo me confieso sólo con Dios pero nuestros pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia, a los hermanos, en la persona del sacerdote… También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decir al sacerdote estas cosas que tanto pesan en mi corazón.»

Como ve, en la enseñanza de la Iglesia, la confesión de los pecados graves no solo es necesaria sino que es, además, muy saludable y conveniente. Para una fundamentación más dogmática me remito a una columna que escribí hace años con el título de Ex- homologesis. Y respecto a la vergüenza, también dice el Papa:

«Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un sinvergüenza… incluso la vergüenza hace bien, porque nos hace humildes, y el sacerdote recibe con amor y ternura esta confesión, y en nombre de Dios perdona.»

No viviremos a fondo este Año de la Misericordia si no redescubrimos en nuestra propia vida la maravillosa experiencia de recibir la misericordia de Dios en el sacramento de la penitencia. En la bula El rostro de la Misericordia, dice el papa Francisco: «De nuevo ponemos en el centro con total convencimiento el sacramento de la Reconciliación porque nos permite tocar en carne propia la grandeza de la misericordia.»

Por tanto, si pudiéndote confesar no te confiesas, no vale.

5.12.15

Inmaculada Madre y Fuente de la Divina Misericordia

Ofrezco hoy a los lectores del blog este pequeño artículo que se publica en la revista Cristiandad de este mes de diciembre, con la esperanza que la Virgen Purísima nos ayude a sacar frutos abundantes del Año Santo.

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Inmaculada Madre y Fuente de la Divina Misericordia

 

Breves reflexiones sobre la Inmaculada Concepción de María y la Misericordia

 

Hace ya varios años fui invitado, en Roma, a un encuentro muy reducido de profesores de teología con el gran teólogo Leo Scheffczyk. El tema que trató con gran maestría no fue otro que el del pecado original, tema teológico denso y complicado. Recuerdo una cita de San Agustín que comentó para nosotros el insigne maestro alemán: “Nada tan oscuro para comprender, nada tan necesario de predicar”. Efectivamente, el pecado original, a pesar de su gran dificultad para ser comprendido, es del todo imprescindible no sólo para la comprensión cabal de la fe católica por lo que respecta a la realización del designio divino de salvación ,sino también para la comprensión misma del ser y del actuar del hombre.

 

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda certeramente que “aunque propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado” (CEC, 405). Es la situación de miseria en que se encuentra la naturaleza humana y, como decía bien San Juan de la Cruz, no puede entenderse la misericordia sin hablar de la miseria. El olvido de esta miseria comporta una falta de realismo que es fatal, en el significado más profundo del término, como también enseña la Iglesia: “La doctrina sobre el pecado original, vinculada a la de la Redención de Cristo, proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres” (CEC, 407). Todo esto es absolutamente imprescindible para comprender que es y que significa la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Y, obviamente, es imprescindible para saber qué significa la misericordia en su sentido más auténtico. Hay que recordar a muchos contemporáneos que “misericordia” viene de “miseria” y “corazón” y que no hay peor falsificación de la misericordia que aquella actitud que minimiza y justifica el pecado por una falsa indulgencia. Pasar por alto una situación de pecado, tranquilizar de manera engañosa al pecador, es la mayor falta de caridad posible. Dios ama profundamente al pecador pero detesta justamente su pecado. Nada más erróneo aquello de “humano es pecar”. Es lo más inhumano. Si no, Cristo y María no serían humanos. Combatamos la confusión que ofusca la mente y desvía la conducta.

 

Estos días he disfrutado mucho leyendo un excelente texto de Leo Scheffczyk recientemente traducido al español y que constituye uno de estos libros fruto de una gran sabiduría y madurez que merece ser leído y preservado de la inexorable criba que ejerce el paso del tiempo. La obra se titula “El mundo de la fe católica. Verdad y forma” y la introducción corre a  cargo, nada más y nada menos, de Benedicto XVI. En esta obra se dedican páginas luminosas a la consideración de la Virgen María en la historia de la salvación.  Cito el siguiente párrafo a propósito del tema sobre el que estamos reflexionando: “La posición de María en la teología y en la religiosidad no puede compararse con la de ningún otro santo o apóstol, ya que ningún santo o apóstol tiene como persona individual una posición o un significado en el orden salvífico. Tal significado es un privilegio  exclusivo de María debido a su relación singular con Cristo y con el misterio de la encarnación redentora a cuya expansión, crecimiento e integración ha contribuido, justo desde el lado humano”. Leo Scheffczyk advierte también con razón que esta consideración de María como privilegiada no debe entenderse en el sentido de una realización arbitraria de Dios, como una excepción singular centrada en si misma, es decir, admirable y maravillosa pero desvinculada del designio universal de salvación de Dios. En una concepción semejante “la figura de María corre el riesgo del aislamiento y de constituirse únicamente como objeto de la admiración humana”. Olvidaríamos entonces algo esencial: que Dios nos eligió en Cristo para que fuéramos santos, inmaculados en su presencia.

 

María es concebida sin pecado original, para que nosotros fuéramos arrancados de la miseria del pecado y alcanzáramos la santidad que es nuestra verdadera vocación y destino. La consideración de María en el conjunto y propósito de la historia de la salvación, según   Scheffczyk,  “nos hace comprensible cómo su ser pleno de gracia, su radical libertad respecto al pecado (“inmaculada concepción”)… no representan adornos arbitrarios, sino que corresponden a esa tarea que debía cumplir como mediadora en el evento redentor de Cristo”. La inmaculada Concepción está en función de la dispensación de la misericordia de Dios que no abandona el hombre bajo el dominio del demonio, del pecado y de la muerte y que quiere reconducirlo a su designio original. María, en definitiva, por su inmaculada Concepción, se convierte así en Madre y fuente de la Misericordia. Pablo VI lo dijo bellamente en la exhortación apostólica Marialis Cultus: “El Padre la amó para sí, la amó para nosotros”. María es la única persona humana objeto del amor de Dios en su expresión más primigenia. En Ella el Mal nunca halló nada suyo. Podríamos decir que Ella fue perfectamente amada y nunca “misericordeada”, utilizando un neologismo muy querido por el Papa Francisco. Expliquémoslo algo más.

 

San Juan Pablo II, en su célebre y digna de ser releída encíclica “Dives in misericordia” explica muy bien la diferencia entre “amor” y “misericordia”. Antes del pecado original,  la benevolencia de Dios hacia el hombre es sólo “amor”. No puede haber misericordia porque todavía no hay miseria y no olvidemos que la miseria mayor y fuente de todas las demás es el pecado. Cuando el hombre peca, pierde la gracia divina, se encuentra en una situación de extrema miseria, pero Dios le sigue amando, a pesar de su pecado e infidelidad. En el famoso fragmento de Gn 3, 15, el llamado proto-evangelio o primer anuncio de la salvación, y donde la Iglesia siempre ha reconocido la figura de la Virgen Inmaculada en la mujer que aplasta la cabeza de la serpiente, podemos decir que se inaugura el tiempo de la Divina Misericordia, tiempo que perdurará hasta la consumación de los siglos. En la comunidad celeste y definitiva de los bienaventurados ya no habrá misericordia, sino sólo amor puro pues ya nos habrá miseria.

 

La Virgen Inmaculada aparece así asociada a la irrupción definitiva en el mundo de la Divina Misericordia y a la dispensación de la misma a lo largo de todo el tiempo de la Iglesia. María es Madre Inmaculada de la Divina Misericordia pues Cristo sólo podía ser recibido en el mundo por alguien limpio de todo pecado y María Inmaculada  es fuente de la Divina Misericordia porque la dispensación de la gracia que regenera del pecado esta mediada por la Iglesia cuya personificación y realización más perfecta es María en persona.

 

Un año santo extraordinario de la Misericordia, por lo que hemos visto, sólo puede vivirse desde una perspectiva mariana. Eso sí, María siempre unida a Cristo y operante por la fuerza del Espíritu Santo por designio del Padre. Es significativo el famoso sueño que tuvo Don Bosco sobre el combate arduo de la Iglesia y donde la victoria se sustenta en dos poderosas columnas indisolublemente  unidas: La Eucaristía y la Inmaculada, es decir, Cristo y María, que en palabras de Pablo VI en el famoso “Credo del Pueblo de Dios”, “están unidos de manera indisoluble por designio de Dios en los misterios de la Encarnación y de la Redención”. Y yo explicitaría: de la redención objetiva de todo el género humano y de la redención subjetiva de toda persona que acepta ser salvada.

 

Que la Virgen Inmaculada nos ayude a vivir este año santo extraordinario haciéndonos acoger la Misericordia de Dios en nuestras vidas y convirtiéndonos en apóstoles de esta Misericordia que el mundo necesita más que el aire que respiramos. Una vivencia auténtica y, por tanto, mariana del evento del año santo de la Misericordia nos debe conducir inexorablemente a la permanente conversión de vida hacia la santidad recuperando la normalidad en la recepción válida del sacramento de la Penitencia y en la recepción fructuosa de la Sagrada Comunión. Todo lo demás se nos dará por añadidura.

 

Dr. Juan Antonio Mateo García, Pbro.

Sociedad Mariológica Española

 

 

1.10.15

¿Comuniones o pseudobodas? La edad de la primera Comunión

Leyendo el blog de mi colega Jorge González, recuerdo algo que escribi hace años a propósito del tema…

COMUNIÓN DE NIÑOS

Por motivos familiares, asistí hace poco a una tanda de primeras comuniones. Hacía años que no iba. Me sorprendió ver a los niños tan creciditos. Muchas niñas ya empezaban a transformarse en mujercitas y no digamos con la parafernalia del vestidito de novia que les ponen… En mi tiempo yo recuerdo que hacíamos la Primera Comunión más pequeños e inocentes. No sé si ando equivocado pero creo que sería mucho mejor que los niños recibieran antes a Jesús Eucaristía pues les haría mucho bien. Además serían más inocentes y angelicales. ¿Voy desencaminado?

No hace mucho leí un artículo sumamente interesante del Cardenal Castrillón, entonces Prefecto de la Congregación de Clérigos, sobre este tema. El defendía claramente la posición que usted apunta. Los niños deben recibir cuanto antes la Sagrada Comunión, decía el purpurado. Evidentemente, con una debida y apropiada preparación y que no esté subordinada a un aberrante racionalismo teológico que ha viciado tantas experiencias pastorales. Hoy los niños suelen recibir la Primera Comunión a finales de cuarto curso de primaria, cuando ya han cumplido los diez años, y, muchos, incluso la reciben más tarde. Después de varios años de constatar la actual praxis me atrevo a decir que no veo grandes frutos pastorales en la misma. La mayoría de estos niños provienen de familias que apenas practican y su perseverancia después de la Primera Comunión es casi nula. Tal vez si más pequeños, tiernos e inocentes, cuando su espíritu está más predispuesto, se les iniciara en la piedad y en una temprana formación religiosa, obtendríamos mejores frutos. Recuerdo de santos como Domingo Savio que explican con emoción su Primera Comunión en edad bien temprana. Cuanto antes se acerquen los niños al Señor, mucho mejor, y especialmente en los tiempos que nos toca a vivir. Il n’y a plus d’enfants, decía un poeta. En las Iglesias de Oriente es costumbre dar la Primera Comunión en el mismo momento del Bautismo, sin que ello obste a una Celebración  solemne de Comunión en el momento oportuno. Realmente creo que no anda usted nada desencaminado al proponer la recepción de la Eucaristía en edades bien tempranas. Estoy seguro que todo esto bien organizado daría grandes frutos de santidad en la Iglesia, cosa que nos conviene enormemente.

Post scriptum: Años después me reafirmo en esta cuestión. Personalmente, optaría por confirmar al finalizar segundo de primaria y dar la Comunión al finalizar tercero de primaria. Y, además, por supuesto, mucha catequesis a los padres que la necesiten…

24.06.15

Agua bendita

Recibía hace poco una curiosa pregunta para la sección de mi Consultorio en el semanario Cataluña Cristiana. Me preguntaban por qué los fieles ya no hallan habitualmente  agua bendita en los templos y sobre la posibilidad de que el sacerdote bendijera augua para que los fieles pudiesen llevársela a casa incluso para beberla. Considero que es una pregunta oportuna y actual. Más aún, en las circunstancias que nos toca vivir conviene, entre otras cosas, usar mucha agua bendita… Esta fue mi respuesta a la pregunta:

“Como a usted, a mi también me gusta, cuando entro en un templo, encontrar las pilas de agua bendita, bien limpia y dispuesta para el uso de los fieles. Es hermoso y significativo hacer con ella el señal de la Cruz, rememorando nuestro bautismo y recibiendo de Dios, por esta humilde creatura que es el agua, tantos beneficios. Cuando hago el señal de la Cruz con el agua bendita me gusta decir: Que esta agua bendita, me sea salud y vida.

Santa Teresa de Jesús decía que de nada huye tanto el demonio como del agua bendita. Podría parecer una expresión exagerada, pero si leemos con atención el ritual de la bendición del agua, entenderemos perfectamente la expresión y el aprecio que tenía la Santa por el agua bendita. El agua evoca limpieza, pureza, claridad, vida. Es la materia del gran sacramento del Bautismo.

No dude en pedir a su párroco que la tenga siempre a disposición de los fieles en la iglesia y, si fuera necesario, ayuden a su digno mantenimiento limpiando periódicamente las pilas y renovando el agua. No olvidemos que usada con fe y devoción sirve para obtener el perdón de los pecados veniales. En mi parroquia, por semana santa, hacemos una solemne bendición del agua y los fieles la llevan a casa para bendecirla y para su uso devocional. Sin duda que usted puede solicitar a su párroco o a cualquier sacerdote que le bendiga agua para tenerla en casa. Puede usarla para bendecir las estancias, para sus oraciones y también para beberla, implorando a Dios la salud del alma y del cuerpo.

Hace unos días pude realizar un viaje por tierras de Rusia y constaté el gran  aprecio que tienen los fieles ortodoxos por el agua bendita. Me llamó la atención ver en las iglesias, al entrar, unos enormes depósitos de más de quinientos litros con agua bendita. Los fieles venían con garrafas, las llenaban y se las llevaban a casa. Un monje me explicó que el uso del agua bendita es muy popular y que los fieles la utilizaban mucho y, por supuesto, la bebían. También que dedicaban solemnes ceremonias para la bendición, especialmente por Epifanía. Me pareció una forma muy original de llevar la bendición de Dios a cada familia y santificar tantos ámbitos de la vida ordinaria. No iría mal que, en este punto, los católicos aprendiéramos un poco de nuestros hermanos ortodoxos".