20.02.09

Castigo de Dios

El tema del “castigo de Dios” es objeto de muchas preguntas que recibo. Hace poco, algunas declaraciones del sacerdote austríaco Wagner (que ha renunciado a su nombramiento episcopal) han levantado revuelo. Presento algunas reflexiones a partir de una pregunta que recibí recientemente.

Pregunta:

Tengo una pregunta padre, soy muy creyente, católico, catequista en mi parroquia y casado con tres hijos. Dios es un Dios de Amor pero El permite algunas cosas de castigo para que entendamos, y porque no, paguemos el mal que hacemos al prójimo. ¿Eso es cierto o no? Creo que el Papa actual, hace poco, se refirió al “castigo de Dios”. Algunos sacerdotes me dicen que así es, otros, en cambio, me dicen que Dios no castiga…

Respuesta:

Será bueno empezar recordando algunos principios fundamentales.
Dios actúa benignamente hacia sus creaturas, los hombres y mujeres de esta tierra. Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor, nos dice la Sagrada Escritura.Dios es justo. También la misma Biblia nos recuerda que Dios dará a cada uno lo que merece y que seremos juzgados por el Señor. El mal siempre genera mal. Y quien mal hace, mal recoge. Esto es particularmente cierto en cuanto se refiere a la retribución última. Cosecharemos lo que habremos sembrado. Dios no sólo existe sino que también interviene en nuestra vida para bien. En esta vida, como buen Padre, el Señor también ha de “castigar” a menudo a sus hijos, interviene en la educación de los mismos, en el sentido de corregirlos para su bien. En esta perspectiva hay que entender el “castigo” como “corrección”. No se trata pues de un castigo vindicativo y punitivo en el sentido que los hombres acostumbramos administrarlo, sino de una corrección fruto del amor y de la paciencia de Dios que no quiere que sus hijos perezcan y tengan suficientemente oportunidades para salvarse. Hoy esto resulta poco inteligible para muchos, porque también, por desgracia, en la pedagogía actual se olvida la necesidad de la corrección que incomoda de momento al corregido pero que a la larga le genera un bien mayor. De hecho, en la mayoría de los casos, somos nosotros mismos quienes nos castigamos cuando recibimos las consecuencias de nuestros actos equivocados. Un hombre que, por ejemplo, ha abusado largo tiempo del alcohol, y contrae una grave enfermedad hepática y pierde la salud. ¿No ha sido él quien se ha castigado? Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva pero si el pecador se empecina recogerá el fruto de su maldad. Y, en el respeto que Dios tiene para nuestra libertad, muchas veces, con dolor por su parte, debe contemplar cómo quedamos abandonados a merced del mal que hemos generado. “Dios los abandonó a merced de sus errores”, dirá San Pablo. El mal que cometemos, nuestros pecados, tiene consecuencias en nosotros y en los demás.
Podríamos decir también que el Señor, en su providencia, permite que en la vida nos sucedan cosas que experimentamos como desagradables pero que, a la larga, son para nuestro bien. Para los que aman a Dios todas las cosas cooperan para bien.
Por otra parte, y al margen de lo dicho, y que me parece bastante claro, yo tengo el convencimiento que algunos actos, por su malicia y por sus consecuencias, pueden hacer que Dios intervenga con brazo poderoso para defender a los pobres y humildes y hacer sentir su autoridad a los malhechores. Así, Dios, intervino movido por el clamor de su pueblo esclavizado y maltratado en Egipto. Así los profetas de la Antigua Alianza, en nombre de Dios, anunciaron ciertas intervenciones divinas. Algunas acciones de los hombres por la gran dimensión de su maldad, por sus terribles consecuencias, creo, hacen intervenir al Señor para salvar a los humildes y reponer la justicia. Así, en mi fuero interno, estoy convencido que cosas tan abominables como la mortandad que está generando hoy el aborto, arrancando de la vida miles y miles de seres humanos inocentes, hará que la sociedad que realiza o tolera con indiferencia tales actos experimente la mano fuerte del Señor en un “castigo” que, sin duda, será saludable, para superar una situación de grave mal e injusticia.
Los “castigos” del Señor siempre brotan de su misericordia y de su justicia y son para salvación de los que en Él confían. De este modo, muchas intervenciones de Dios se realizan para salvarnos del “castigo” de los hombres. David, acertadamente, puesto a elegir a la hora de ser castigado, “prefirió caer en manos de Dios y no en manos de los hombres”.

De todas formas, salvo una revelación especial que no poseemos, hay que ser muy cautos a la hora de determinar los designios del Señor como si fueran un “castigo” en unas circunstancias concretas. Sin una revelación especial de Dios, como las que hacía a los profetas y muchos santos, ciertos juicios no dejarían de ser una temeridad.
Yo creo que las alusiones del Papa Benedicto al “castigo” de Dios en la inauguración del pasado Sínodo deben leerse en la perspectiva que acabamos de exponer: la intervención salvífica de Dios a favor de los hombres incluso en situaciones y momentos que el Señor debe salvarnos de ciertos desaguisados que comentemos los hombres en la historia, para salvarnos de las consecuencias de los males que comentemos. Estas intervenciones, como en una operación quirúrgica, pueden ser especialmente dolorosas y traumáticas para nosotros, pero, en definitiva, son para un bien mayor.

12.02.09

Iglesia de Inglaterra ¿Quo vadis?

Leo en Religión en Libertad que “en un estudio realizado hace unos años, la mayoría de las “sacerdotisas” anglicanas declararon no creer en que Cristo nació de una madre virgen, casi la mitad no creían en su resurrección, la cuarta parte tampoco tenían fe en el Espíritu Santo ni en Dios Padre y un 30 por ciento negaban la Trinidad“. Si esto sigue así el anglicanismo se va a liquidar totalmente, al menos como confesión cristiana. Veo que vuelven a plantear el tema de la ordenación episcopal de mujeres. Ciertamente, si proceden con ello, nada remediarán y mucho empeorarán las cosas. Recupero algunas reflexiones que escribí hace poco al respecto.Tal vez se origine más división en el seno de la comunión anglicana, tal vez muchos anglicanos se incorporen a la Iglesia Católica, y, sin dudas,todo esto será un serio obstáculo al progreso de los esfuerzos que realiza un sano ecumenismo. Los anglicanos bien formados saben muy bien el problema de la validez de las ordenaciones anglicanas. Cuando se da el paso de algún anglicano ordenado hacia el catolicismo, la cuestión de la validez de una ordenación sacerdotal se estudia detenidamente. De hecho, ya mucho tiempo antes, algunos obispos anglicanos se hicieron “reordenar” por los viejos católicos ( cisma surgido después del Vaticano I) pues eran conscientes de la invalidez de muchas ordenaciones. En el caso de mujeres ordenadas de presbítero u obispo, la cuestión es más fácil: estas ordenaciones son sencillamente inválidas y en el caso de que alguna de estas mujeres se haga católica quedará en su condición de fiel laica. A mi juicio, esto va a conllevar otros problemas graves para los anglicanos. Las supuestas ordenaciones sacerdotales que puedan llegar a realizar estas obispos serán del todo inválidas. Muchas comunidades no tendrán verdadero sacerdocio ni Eucaristía con todo lo que esto conlleva para la vida cristiana.
Hay que dar tiempo al tiempo y ver cómo evolucionan las cosas en el seno del anglicanismo. Estoy convencido que esto va a generar un movimiento de disolución en el seno de los anglicanos. Adecuarse sin mucho criterio a las exigencias de una sociología ajena a la dinámica de la fe cristiana suele pagarse con un alto precio. Si las ordenaciones episcopales de mujeres se llegan a realizar, muchos anglicanos se incorporarán a la Iglesia Católica y esto será positivo. Y si el anglicanismo continua por los derroteros que hemos visto, algunos “católicos” que no se encuentran a gusto en la Iglesia podrían irse a las filas anglicanas. Me refiero a éstos que niegan dogmas fundamentales de la fe, que contestan la moral católica, que cuestionan continuamente al Papa, que propugnan la ordenación sacerdotal femenina cuando la Iglesia se ha pronunciado definitivamente sobre el tema… a todos estos que quieren una Iglesia al gusto de la sociología y de las modas del momento. Probablemente se encontrarían muy a gusto entre estas “sacerdotisas” que niegan la virginidad de María, la resurrección de Jesucristo, la divinidad del Nuestro Señor y la Santísima Trinidad…

9.02.09

Requiem por Eluana

Eluana ha muerto, o mejor dicho, la han matado. Descanse en paz. Como decían recientemente el Cardenal Bagnasco: No dar alimento y agua a una persona ¿cómo se puede llamar sino homicidio?
No me cabe ninguna duda que un día, los responsables de esta muerte comparecerán ante el único Señor que tiene poder de dar la vida y la muerte. Un poder divino que hoy muchos quieren arrogarse. Es la esencia del pecado original: suplantar a Dios, decidir el bien y el mal, la vida y la muerte. Pero mientras no acontezca este juicio definitivo la verdad es que con la muerte de Eluana la “cultura de la muerte” ha ganado una batalla. Es tremendo como se ha simplificado todo este asunto y se ha manipulado mediáticamente. Se ha presentado al mismo nivel “dejar morir tranquilamente” con “matar” directamente. Son cosas muy diversas. Y se ha tratado de esto último, de eutanasia directa. Si se autoriza judicialmente a privar a una persona de hidratación y alimentación, se le está privando de algo básico para vivir, se le está practicando la eutanasia, se le está matando, por muchos eufemismos lingüísticos que se quieran usar. Mons. Rino Fisichela, actual Presidente de la Pontificia Academia de la Vida, ha declarado que en el caso de Eluana no se trata de un una paciente terminal, ni de encarnizamiento terapéutico. Se trata de la decisión de retirarle el pan y el agua, es decir, de lo más elemental para la vida: nutrición e hidratación, se trata de dejar morir de hambre y sed. Se trata de salvar una vida inocente. El mismo Mons. Fisichela ha declarado que “el Gobierno italiano ha tenido un gesto de gran coraje”.

Como ha dicho el Cardenal Bertone estos días, es misión fundamental del estado salvaguardar los derechos fundamentales de la persona, entre los cuales está el respeto a la vida desde la concepción a la muerte natural. Y Benedicto XVI en el mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo nos ha recordado que este respeto a la vida debe mantenerse particularmente cuando ésta está envuelta en el Misterio del sufrimiento. Estamos ante una batalla crucial contra la “cultura de la muerte” que va ganando posiciones cada día.
La expresión “desconexión” en este caso ha sido tremendamente ambigua. No se ha estado manteniendo artificialmente y desproporcionadamente a esta persona. Se le ha estado dando dando agua y alimento e higiene, que son las primeras obras de misericordia.

Se ha desoído la voz de la razón y la voz del Magisterio auténtico de la Iglesia que no es otra que la voz de Jesucristo. Probablemente con la muerte de Eluana muchos dormirán tranquilos, y entre ellos estos infames moralistas que nada tienen de católicos y que son un verdadero cáncer en la Iglesia. Pero todos hemos perdido y mucho.

Se impone intensificar la lucha por la vida a la vista de las anunciadas reformas legislativas en materia de aborto y eutanasia. La subcomisión episcopal para la familia y la vida de la Conferencia Episcopal Española está promoviendo una gran campaña de oración por la vida humana en todas las diócesis españolas durante el año 2009. Me parece una gran iniciativa. Ciertos demonios sólo pueden ser expulsados con el poder de la oración y el ayuno y no olvidemos que Jesucristo llama al diablo “el que es homicida desde el principio”.

Juan Pablo II, de feliz memoria, nos apremiaba en Ecclesia in Europa a “proclamar con valentía el evangelio de la familia y de la vida” como una de las prioridades pastorales de la Iglesia en nuestro continente. Y en Evangelium vitae proclamaba: “Es urgente una gran oración por la vida, que abarque el mundo entero. Que desde cada comunidad cristiana, desde cada grupo o asociación, desde cada familia y desde el corazón de cada creyente, con iniciativas extraordinarias y con la oración habitual, se eleve una súplica apasionada a Dios, Creador y amante de la vida”. Hagámoslo. Es urgente.

4.02.09

Williamsom, Juan Masià y compañía. Es hora de actuar ante el gravísimo problema del disenso en el seno de la Iglesia.

Williamsom, Juan Masià y compañía. Es hora de actuar ante el gravísimo problema del disenso en el seno de la Iglesia.

Siempre he expresado mi convencimiento sobre la gravedad del disenso doctrinal en la Iglesia. A la corta o a la larga se paga muy cara la corrupción de la fe y de la disciplina. Los frutos de una enseñanza desviada en un Seminario, Facultad de Teología o en el “munus docendi” pastoral son siempre amargos.
Vemos que el tema esta en el candelero. “Viejas glorias” vuelven a la carga contra el Papa diciéndole lo que tiene o no tiene qué hacer, docentes de teología con muy poco sentido eclesial que abandonan la Iglesia con una actitud de rabieta y pataleta infantil, obispos estúpidos que se dicen defensores de la tradición y que con sus opiniones crean grandes problemas al Papa y toda la Iglesia, teólogos que se forran escribiendo libros que confunden y que venden editoriales católicas con pingues beneficios… La lista sería larga. Creo que es hora de actuar con decisión para el bien de la comunión. Hay que señalar con claridad dónde está cada uno en la Iglesia y apartar de la misma a quienes ya no se identifican con ella. Decía en una ocasión Karl Rahner que una Iglesia que perdiera el concepto de “herejía” y “excomunión” sería como un organismo enfermo incapaz de defenderse de los agentes patógenos. Hay momentos en que hay que decir “no” con claridad y contundencia.
Estos días me parecen particularmente escandalosas las actitudes de dos personajes muy dispares. Por un lado el sacerdote jesuita Juan Masià con sus declaraciones en abierta contradicción con el Magisterio de la Iglesia. Por otro las insensatas opiniones del obispo tradicionalista Williamsom. Éste último, al menos, en una carta, ha pedido que “le echen al mar”, como a Jonás, para calmar la tempestad que ha suscitado. Pues sí, ésta es la solución: no pueden representar la Iglesia aquéllos que con sus enseñanzas o actuaciones la comprometen gravemente. Y para esto están las sanciones canónicas previstas. Para usarlas, como saludable medicina, cuando sea necesario. Para bien del sujeto y de la comunidad.
Hoy, precisamente, leíamos en la Carta a los Hebreos, la oportunidad de la corrección debida que siempre es saludable, aunque cause de momento tristeza y dolor.
Tolerar este disenso que nos aflige sólo contribuye a aumentar la debilidad del organismo eclesial en detrimento de la comunión en la fe y la caridad de todos.

31.01.09

«O religión, o palo». Evocando a Don Bosco...

Hoy es la memoria de San Juan Bosco, un Santo por el que tengo gran simpatía y devoción. Su método “preventivo” sigue siendo una gran aportación a la humanidad. Hace unos años recibí una carta de una maestra que sufría en sus carnes la tremenda decadencia del sistema educativo. En mi respuesta evoqué una anécdota de Don Bosco…

Pregunta

…hace más de treinta años que soy maestra y le confieso que cada día estoy más decepcionada y tengo ganas de que llegue mi jubilación. Cuando inicié mi trabajo los maestros teníamos todavía cierta autoridad y una gran cooperación de los padres. Recuerdo que incluso, llegado el caso, podíamos dar una saludable bofetada a un niño maleducado. Hoy somos los maestros los que estamos más bien desamparados y atemorizados. ¿Tan malo era propinar una buena azotaina de vez en cuando?

Respuesta

Este fragmento de la larga carta que me escribe una maestra pone en evidencia un profundo malestar en el mundo de la educación. Yo mismo lo he vivido los años que he sido profesor de bachillerato y después de educación secundaria. Los niños y niñas de hoy y los adolescentes no están acostumbrados a la disciplina aunque, a mi parecer, la están pidiendo a gritos. Comprendo la desazón de muchos educadores que apenas tienen recursos disciplinares y les falta también a menudo la colaboración de los padres.

La alarma por el vandalismo creciente de jóvenes y adolescentes está bien justificada. La raíz de todo este mal la podemos encontrar en una falta de fundamentos éticos y morales en la educación y en un profundo desconocimiento de la naturaleza humana. Los niños crecen consentidos sobremanera y sus progenitores ríen sus gracias. Luego cuando llegan a la adolescencia vienen las lamentaciones: experiencias en el mundo de la droga, sexo prematuro, botellón, violencia…

Educar es una pasión. Consiste en introducir con éxito a la realidad y sólo puede hacerlo aquél que la vive con sentido. No soy partidario de actos violentos en el proceso educativo pero reconozco que en un momento excepcional una buena advertencia puede ser expresión de un gran amor y evitar muchos males mayores. Se trata de educar en la virtud y en la convicción. Es difícil, puede parecer imposible, pero es el único camino digno del hombre. O la sociedad gana la batalla en su misión educadora o se convertirá en una sociedad represora.

Recuerdo una graciosa anécdota que explica Don Bosco (un educador apasionado): un inspector de Estado visitó un colegio donde más de un centenar de chicos estudiaban en silencio bajo la supervisión de un solo profesor. El inspector le comentó a Don Bosco que aquel espectáculo era imposible en las escuelas del Estado y le pregunto cómo lo conseguían. Don Bosco contestó: Es sencillo, o religión, o palo. Y Don Bosco no quería “palo” como recuerda muy bien aquel primer sueño que marcó su destino: “No con golpes. Con amor”.

Evidentemente o hay convicción moral o se impone la fuerza. O impera la virtud o se impondrá el terror. No se desanime. No se desanimen los maestros y educadores. Están haciendo una gran obra de misericordia. Enseñar al que no sabe es una gran obra de misericordia, como decía el antiguo catecismo. Hoy podríamos decir que educar es una gran obra de misericordia y una necesidad urgente en nuestra sociedad. Y, por supuesto, esto empieza en la familia.