Después de comulgar: la acción de gracias.
En los dos últimos artículos hemos tratado de la preparación a la Comunión mediante la fe y la conversión. En numerosos comentarios los lectores han expuesto muy bien las indicaciones de la Iglesia sobre el modo de recibir la Sagrada Comunión. No voy a insistir en ello, pues ya lo traté en escritos anteriores. Hoy quisiera considerar un aspecto importante y muy olvidado por la mayoría: el recogimiento, adoración, acción de gracias y petición que deberían seguir a la Sagrada Comunión cuando Cristo nos ha unido tan íntima y profundamente a Él por medio de la recepción de su Cuerpo hecha con fe, fervor y conciencia pura.
Recuerdo como hace unos años, era costumbre muy observada, después de comulgar, recogerse unos momentos de rodillas o sentados en oración con el Señor que se acababa de recibir, y también, después de la bendición final de la Misa, muchos fieles se quedaban prolongando la acción de gracias. Hoy, es frecuente ver en la mayoría de los templos como la casi totalidad de los fieles, después que el sacerdote ha dicho “podéis ir en paz", salen con tal celeridad como si se hubiera producido un incendio en el recinto.
Y, lamentablemente, esto no acontece sin que se resienta la vitalidad espiritual de muchos cristianos y los frutos mismos de la Sagrada Comunión.
Comulgar, recibir la Comunión, como indica el mismo concepto, implica una fuerte unión, adhesión personal, del creyente con Cristo. Adhesión que difícilmente se puede dar sin la necesaria dedicación temporal que requiere una relación interpersonal. Cristo acaba de entrar en nosotros, incluso físicamente, ¿como podríamos negligir el prestarle la debida atención y homenaje sin pecar de gran superficialidad e insensibilidad?
La presencia eucarística de Cristo en nosotros permanece mientras permanecen las especies. Podríamos calcular unos quince minutos. Grandes teólogos, incluso con criterios dispares como Galot y Rahner, no han desdeñado escribir artículos sobre este tema. Cuentan del gran Obispo San Carlos Borromeo que, molesto por el comportamiento de una señora que abandonaba el templo apenas acababa de comulgar, hizo escoltarla por la calle con dos managuillos proveidos de cirios encendidos en honor del Señor que era así transportado por aquella inconsciente custodia…
A un huesped, a un amigo querido que nos visita en nuestra casa, no dudamos en prodigarle tiempo y atenciones, ¿por qué se los regateamos a Jesucristo?
Dedicar un tiempo a Jesucristo en dulce coloquio con Él después de comulgar nos hará grande bien a nuestra vida cristiana y, no lo dudemos, será, para muchos motivo de edificación y crecimiento en la fe y vivencia de la Sagrada Eucaristía. A menudo, en el foro, abundan las lamentaciones y críticas a abusos deplorables. Está bien, pero no es suficiente. Hay que evangelizar con el apostolado del ejemplo. Ojalá que muchos, viéndonos celebrar la Santa Misa, comulgando con fervor, transfigurados en intensa adoración y acción de gracias, puedan llegar a redescubrir y gustar la importancia capital de recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión como Él merece. Invito nuevamente a los lectores a aportar el testimonio de su experiencia sobre este último aspecto tratado.