4.03.10

Después de comulgar: la acción de gracias.

En los dos últimos artículos hemos tratado de la preparación a la Comunión mediante la fe y la conversión. En numerosos comentarios los lectores han expuesto muy bien las indicaciones de la Iglesia sobre el modo de recibir la Sagrada Comunión. No voy a insistir en ello, pues ya lo traté en escritos anteriores. Hoy quisiera considerar un aspecto importante y muy olvidado por la mayoría: el recogimiento, adoración, acción de gracias y petición que deberían seguir a la Sagrada Comunión cuando Cristo nos ha unido tan íntima y profundamente a Él por medio de la recepción de su Cuerpo hecha con fe, fervor y conciencia pura.

Recuerdo como hace unos años, era costumbre muy observada, después de comulgar, recogerse unos momentos de rodillas o sentados en oración con el Señor que se acababa de recibir, y también, después de la bendición final de la Misa, muchos fieles se quedaban prolongando la acción de gracias. Hoy, es frecuente ver en la mayoría de los templos como la casi totalidad de los fieles, después que el sacerdote ha dicho “podéis ir en paz", salen con tal celeridad como si se hubiera producido un incendio en el recinto.

Y, lamentablemente, esto no acontece sin que se resienta la vitalidad espiritual de muchos cristianos y los frutos mismos de la Sagrada Comunión.

Comulgar, recibir la Comunión, como indica el mismo concepto, implica una fuerte unión, adhesión personal, del creyente con Cristo. Adhesión que difícilmente se puede dar sin la necesaria dedicación temporal que requiere una relación interpersonal. Cristo acaba de entrar en nosotros, incluso físicamente, ¿como podríamos negligir el prestarle la debida atención y homenaje sin pecar de gran superficialidad e insensibilidad?

La presencia eucarística de Cristo en nosotros permanece mientras permanecen las especies. Podríamos calcular unos quince minutos. Grandes teólogos, incluso con criterios dispares como Galot y Rahner, no han desdeñado escribir artículos sobre este tema. Cuentan del gran Obispo San Carlos Borromeo que, molesto por el comportamiento de una señora que abandonaba el templo apenas acababa de comulgar, hizo escoltarla por la calle con dos managuillos proveidos de cirios encendidos en honor del Señor que era así transportado por aquella inconsciente custodia…

A un huesped, a un amigo querido que nos visita en nuestra casa, no dudamos en prodigarle tiempo y atenciones, ¿por qué se los regateamos a Jesucristo?

Dedicar un tiempo a Jesucristo en dulce coloquio con Él después de comulgar nos hará grande bien a nuestra vida cristiana y, no lo dudemos, será, para muchos motivo de edificación y crecimiento en la fe y vivencia de la Sagrada Eucaristía. A menudo, en el foro, abundan las lamentaciones y críticas a abusos deplorables. Está bien, pero no es suficiente. Hay que evangelizar con el apostolado del ejemplo. Ojalá que muchos, viéndonos celebrar la Santa Misa, comulgando con fervor, transfigurados en intensa adoración y acción de gracias, puedan llegar a redescubrir y gustar la importancia capital de recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión como Él merece. Invito nuevamente a los lectores a aportar el testimonio de su experiencia sobre este último aspecto tratado.

16.02.10

¿COMULGAR SIN CONFESAR? Comulgar bien: Un objetivo pastoral prioritario y permanente (2)

Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1457):

“Según el mandamiento de la Iglesia todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar al menos una vez la año, los pecados graves de que tiene conciencia. Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no celebre la misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental a no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes. Los niños deben acceder al sacramento de la penitencia antes de recibir por primera vez la sagrada comunión.

En la primera parte de la reflexión hemos observado que la primera condición para una buena Comunión es la recta fe: saber a Quién vamos a recibir. Yo creo que si se tuviera una conciencia clara y meditada de esto, muchas otras cosas vendrían como lógicas consecuencias. Si fuéramos verdaderamente conscientes de que vamos a recibir a nuestro adorable Redentor, al Hijo eterno del Padre, encarnado en el seno virginal de María, crucificado a favor nuestro, resucitado y que retornará un día glorioso como Juez de vivos y muertos… ¿cómo no haríamos lo posible para recibirle dignamente?

Consiedro que las palabras que pronunciamos antes de comulgar cuando decimos “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa…” contendrán siempre una verdad mayor que lo que podemos imaginar. Sólo la bondad y amor del Señor nos dan fuerzas para tal audacia. Su palabra basta para sanarnos. Y podemos acercarnos a recibirle, eso sí, con el vestido de fiesta que se requiere. El vestido de la justicia y de la inocencia que Él nos ha obtenido y que hemos recibido en nuestro bautismo. Así, un niño recién bautizado, como es costumbre en las iglesias de Oriente, recibe dignamente el Cuerpo del Señor.

Pero ¿y los que hemos recibido el bautismo ya hace años y perdemos la gracia a causa del pecado? ¿Podemos acercarnos sin estar en gracia de Dios al Santo Sacramento?

En el debate y coloquio habido a partir de mi anterior artículo, alguno de los comentaristas casi se enfadaba porque pudiera dudarse de la respuesta a la pregunta planteada.

Efectivamente, hasta hace unos pocos decenios, todos sabíamos por la catequesis más elemental, que nadie debía acercarse a la Sagrada Comunión si, consciente de pecado mortal, no se había confesado

Yo recuerdo de niño, que si algún domingo, entretenido en mis juegos, me había saltado la Santa Misa, debía confesarme, pedir perdón, antes de volver a comulgar. No hacían falta doctos discursos teológicos para ello.

Sin embargo, ¿quién observa hoy esta praxis? Sin entrar en juicios de conciencia que sólo competen a Dios, yo, como sacerdote, contemplo despavorido, cómo se acercan a la Sagrada Comunión tantas personas que no frecuentan casi nunca la Misa por no citar otras situaciones que son públicamente conocidas. La verdad es que hemos de predicar mucho al respecto, con tacto y oportunidad, pero también con determinación.

La pérdida del sentido del pecado producida por el oscurecimiento o la ignorancia de la fe, el olvido casi perpetuo de muchos por el sacramento de la Penitencia y las Comuniones mal hechas son un pesado lastre en la vida de muchos cristianos y del conjunto de la Iglesia, una causa importante de muchos males que nos afligen.

Una visión mínimamente realista de la vida cristiana nos hace ver la inviabilidad de la misma sin el recurso frecuente a la Confesión. En este año sacerdotal es oportuno redirigir nuestra mirada al Santo Cura de Ars y constatar su dedicación ejemplar a la administración del sacramento de la Confesión. Como nos ha dicho el Papa, no podemos resignarnos a ver vacíos nuestros confesionarios: vacíos de sacerdotes y vacíos de penitentes. Nos va en ello lo más precioso de la misión de la Iglesia: la salus animarum, suprema lex.
Debemos acudir frecuentemente a la Confesión sacramental para recibir dignamente la Comunión y dar frutos de santidad. Al menos debemos acudir a la Penitencia una vez al año, en peligro de muerte y siempre que deseemos comulgar.

Sé que se tratan de cosas muy elementales pero estamos en una situación en que es urgente dar a conocer y recuperar cosas muy elementales.

25.01.10

Comulgar bien: Un objetivo pastoral prioritario y permanente

Las pasadas navidades, entre las muchas felicitaciones que recibí, me agradó especialmente la que me mandó Luís Fernando. Iba encabezada por una cita de Juan Pablo II. Es la siguiente:

“La mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia)

Les recordaba a mis feligreses, a la luz del Prólogo del Evangelio según San Juan, que una Navidad cristiana consistía fundamentalmente en recibir a Cristo y que sin esto, la Navidad perdía su identidad.

Y no hay duda que el lugar y momento de la máxima recepción de Cristo para un cristiano acontece en la Sagrada Eucaristía y en el momento de la Comunión. Un momento que debería ser culminante, íntimo y solemne, devoto y excepcional. Un momento lleno de inmenso amor y gratitud. Y por esto estoy convencido que ayudar a recibir a Jesucristo Eucaristía constituye un objetivo pastoral de primer orden.

En este año sacerdotal, a nivel personal, junto a los objetivos pastorales propios de la Diócesis, me he propuesto ayudar a los fieles a redescubrir la grandeza y el significado de un acontecimiento tan trascendente como es recibir a Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Comunión. Recibirlo como el merece: con fe y amor.

Juan Pablo II, en su última encíclica y primera del tercer milenio, nos proponía el ejemplo de María contemplando el rostro del Niño Jesús y estrechándolo en sus brazos como el modelo inigualable de amor de recepción de Cristo Eucaristía. Recuerdo una bella fórmula de comunión espiritual en que se dice que quisiéramos recibir al Señor con aquel amor y pureza con que lo recibió su Santísima Madre.

¿Cómo podríamos vivirlo nosotros?

La primera disposición es la recepción de Cristo en la fe pura y auténtica, en la confesión de fe que es adoración y que reconoce en Aquél que nació en Belén de María Virgen y murió por nosotros en el Calvario y resucitó al tercer día a quien es el Hijo Eterno de Dios, Dios y hombre verdadero.

En el catecismo más elemental se nos enseñaba que la primera condición para comulgar era precisamente ser bautizado, ser cristiano, confesar la fe. ¿Nos acercamos a la Sagrada Comunión con esta fe? San Agustín decía que pecaría el que comiera el Cuerpo de Cristo sin adorarlo, es decir sin confesar su misterio en la fe.

Eran hermosos y profundos aquellos actos de fe, esperanza, amor y penitencia que se rezaban antes de la Comunión. ¿Por qué no recuperarlos? Tal vez en forma de bellos cánticos como aquél, maravilloso a mi juicio, que empezaba diciendo “Oh buen Jesús, yo creo firmemente…”. Me parece una tarea urgente que nuestros cantos en la liturgia destilen fe recia, devoción profunda, sentimiento auténtico.

La manera como el sacerdote distribuye la Sagrada Comunión puede ayudar y mucho a captar el sentido de la fe. Haciéndolo con pausa y reverencia, mostrando bien el Cuerpo del Señor al fiel, proclamando con palabra clara su identidad: “El Cuerpo de Cristo”. Por parte del fiel, manifestando con su porte la dignidad del momento, pronunciando el amén con gozo y convicción, recibiendo el Señor con grande respeto y observando las normas de la Iglesia a respecto. Sólo con que pusiéramos atención a estos detalles, los recordáramos oportunamente, los revisáramos periódicamente, muchas cosas e importantes mejorarían en nuestras parroquias y comunidades. La rutina y dejadez en estos aspectos suele ser mortal.

Y todo esto vale también para la comunión del Sacerdote que el misal detalla con sus respectivas rúbricas y bellas oraciones, con sus gestos solemnes y reposados, con gran delicadeza. Esto constituye una excelente catequesis para los fieles. Todo nos ha de recordar que vamos a recibir en alimento a Jesucristo, Dios y Señor nuestro.

Invito a los lectores a compartir su experiencia sobre lo que les ayuda especialmente a comulgar bien. (continuará)

26.12.09

Aplaudiendo la muerte. Pautas para desandar un camino

Hace poco, Mons. Javier Martínez, Arzobispo de Granada, calificaba de triste la imagen de los parlamentarios “aplaudiendo lo que por fin se ha convertido en un derecho: matar a niños en el seno de la madre". Me identifico profundamente con esta tristeza que experimentaba el Prelado. Yo también sentí profunda tristeza y, más aún, desolación y bochorno al saber que esta ley ha sido posible gracias a la cooperación directa de algunos que se dicen católicos, hermanos en la fe. No sé si exagero pero me atrevería a decir que han pecado contra el Espíritu Santo por un doble motivo: por permanecer ciegos ante la luz que supone la enseñanza del Magisterio de la Iglesia y porque el Espíritu Santo está particularmente relacionado con la vida; no en vano en el Símbolo de la Fe, lo proclamamos “Señor y dador de vida". ¡Qué trágico es ver como se aplaude a la muerte!

Hemos llamado a la muerte y ésta llegará sin tardanza, acelerando el invierno demográfico de nuestro país. La nueva ley, y en esto discrepo con el juicio de algún Abad, al margen de que va a producir más abortos y más muerte, supone un salto cualitativamente negativo colosal al erigir el mal y el error en derecho. Sobre este punto escribía muy lúcidamente Juan Manuel de Prada al profundizar sobre las implicaciones jurídicas y legales del aborto considerado como derecho.

Sé que ahora se ha iniciado una campaña solicitando a su Majestad el Rey que no sancione la ley con su firma. Tengo mis dudas sobre la eficacia de dicho camino para evitar que la ley entre en vigor. De hecho, sabemos que aunque Balduino de Bélgica no la firmó, la ley se promulgó igualmente. En todo caso esta loable iniciativa puede servir para respaldar al Rey para que, a diferencia de los parlamentarios católicos que han supeditado su deber de conciencia a la disciplina del partido, se respete algo que debería ser obvio: el derecho de su Majestad como ciudadano y católico a la legítima objeción de conciencia. Podría hallarse el camino jurídico adecuado para que el Rey decline su firma aunque ello no impida que la ley entre en vigor. Como católico confieso que tal decisión del Rey conllevaría por parte de muchos una inmensa admiración y reconocimiento por tan noble gesto.

Por mi parte creo que la solución va por otros caminos. Las leyes se hacen y se deshacen. La actual ley del aborto no deja de ser consecuencia de una mentalidad que lentamente ha abierto brecha en la conciencia de gran parte de nuestra sociedad, aunque los últimos sondeos indican que la mentalidad a favor de la maternidad y la vida va avanzando a pasos decididos. Se trata precisamente de esto, de seguir informando, de seguir luchando, ahora más que nunca, a favor de la vida para que llegue el momento en que una nueva mentalidad social dominante llegue a la decisión de abrogar la legislación pro-abortista como la cosa más natural. Y con el convencimiento que la verdad, a la corta o a la larga, acaba imponiéndose.

Los defensores del aborto han aplaudido la nueva ley convencidos que han obtenido una gran victoria. Es cierto, han ganado una batalla, pero no la guerra.

Ahora más que nunca hay redoblar los esfuerzos a favor de una mentalidad pro vida, especialmente para las nuevas generaciones para que capten con claridad lo que realmente supone un aborto. La lucha por la vida no deja de ser uno de los principales signos de los tiempos en los que Dios nos habla y nos llama a colaborar con Él. Será un camino largo que deberemos gestionar con mucha paciencia pero que debemos también afrontar con gran determinación.

9.12.09

La información religiosa que se publica en La Vanguardia

El periódico La Vanguardia es uno de los más leídos en Barcelona y en Cataluña en general. Personalmente siempre lo hemos recibido en mi casa desde hace muchísimos años. No voy a entrar en un análisis a fondo de esta publicación pero sí que quiero expresar mi preocupación y la de muchos católicos (sacerdotes, religiosos y laicos) por la peculiar página de religión que se publica cada domingo, y más en concreto sobre la selección de noticias y el modo de tratarlas del periodista Oriol Domingo.

Hace un par de semanas varios feligreses míos me comentaban con asombro el largo artículo que Oriol Domingo dedicaba a un desconocido jesuita egipcio presentando, cual se tratara la panacea de todos los males de la Iglesia, la peculiar reforma que proponía el susodicho religioso. Efectivamente, yo mismo quedé perplejo a leer las propuestas que este hijo de San Ignacio proponía a nuestro Santo Padre, propuestas que, en su mayoría, llevarían a una auténtica demolición de la Iglesia.

Podría tratarse de un artículo aislado, una excepción, pero no es así. Si alguien tiene la paciencia de seguir las informaciones y comentarios que ha publicado el articulista a lo largo de mucho tiempo se dará cuenta de su talante. Por citar algunas que recuerdo de las más recientes: Un largo artículo con una crítica muy negativa al nuevo catecismo Jesús es el Señor de la CEE, otro escrito de alabanza a la original monja benedictina Teresa Forcades, a la que presentaba cual “cordero entre lobos” y otras cosas por el estilo.
Este último domingo, Oriol Domingo, nos ofrecía un artículo sobre “Presiones al nombrar obispos”. No es difícil imaginar por dónde van los tiros.

Pues bien, en este último escrito, como quien no dice nada, hablando de la presentación de un libro, Oriol Domingo afirma que “la obra acaba de presentarse en la conservadora Fundación Balmesiana en Barcelona”. Es evidente que en el léxico de Oriol Domingo, el epíteto “conservadora” tiene un claro matiz despectivo y que debe hacer alusión a fracasados y recientes intentos de llevar el estilo sereno, de alta divulgación de las ciencias religiosas y divulgación de la piedad cristiana que han caracterizado la trayectoria histórica de esta institución.

Balmesiana es fiel al Magisterio de la Iglesia y ha hecho mucho bien a tantísimas personas tanto en el campo espiritual, como en el científico. Así lo prueban los congresos de alta categoría que allí se celebran, como el dedicado al Sagrado Corazón y el último, sobre la Semana Trágica. En Balmesiana, entre otras cosas, siempre se ha mantenido la enseñanza según Santo Tomás de Aquino, tan recomendada por el Magisterio de la Iglesia. Y nunca, en la enseñanza impartida en Balmesiana, se ha apartado a nadie del recto camino de la fe.
El Sr. Oriol Domingo debería saber que muchos lectores de La Vanguardia – me consta – estamos muy decepcionados por su parcialidad y falta de profesionalidad en la importantísima tarea que tiene encomendada y que no es otra que reflejar con más ecuanimidad, realismo y pluralismo la rica realidad de la Iglesia Católica. No tengo la menor duda en afirmar que un lector desconocedor de la Iglesia Católica y que siguiera durante un año la información que Oriol Domingo ofrece en La Vanguardia, se formaría una imagen muy distorsionada de la realidad de la Iglesia.

Y desde este humilde blog me atrevería a solicitar a tantos lectores descontentos con una información religiosa tan pobre que pensaran en escribir al Director del rotativo barcelonés solicitando una página de religión dominical más objetiva, seria y rigurosa con la que es la vida de la Iglesia Católica. Estoy convencido que en Barcelona hallará más de un profesional católico perfectamente capacitado para la tarea.