29.11.12

La hora de los laicos (1)

A la luz de la Exhortación apostólica “Christifideles laici”

Un extraordinario formador de seglares, el Siervo de Dios P. Tomás Morales, SJ, decía:

Los laicos en grandísima parte, han organizado el protestantismo que paraliza a la Iglesia católica en tantas naciones. El comunismo ha creado el imperio más grande de la historia, el gran imperio rojo, y el comunismo está constituido sólo por laicos. No hemos sabido, no se nos ha enseñado a manipular el interruptor, a manejar el resorte para movilizar al laicado católico, imprimiéndole conciencia de responsabilidad y dándole amplitud de movimientos, propia del adulto. 

Ningún otro concilio ecuménico había prestado tanta atención a los seglares como el Vaticano II, dedicando uno de sus más importantes documentos al apostolado seglar: el Decreto Apostolicam actuositatem, que es como la carta magna o documento de identidad del apóstol seglar cristiano.

Sin embargo, aún hasta ahora, el Decreto conciliar sobre el apostolado de los laicos, no ha sido suficientemente conocido ni estudiado, precisamente, por esa gran mayoría de los miembros de la Iglesia, como somos los seglares o laicos, e incluso ni siquiera por todos los obispos y sacerdotes, a juzgar por su escasa aplicación práctica, y esto, después de casi cincuenta años de su promulgación.

En su Mensaje a los participantes en el Congreso mundial de los movimientos eclesiales en mayo1998, se preguntaba Juan Pablo II: ¿Qué se entiende, hoy, por «movimiento»?

Y respondía así:

El término se refiere a realidades diferentes entre sí, a veces, incluso por su configuración canónica. Si, por una parte, ésta no puede ciertamente agotar ni fijar la riqueza de las formas suscitadas por la creatividad vivificante del Espíritu de Cristo, por otra indica una realidad eclesial concreta en la que participan principalmente laicos, un itinerario de fe y de testimonio cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso otorgado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados… Así, pues merecen atención por parte de todos los miembros de la comunidad eclesial, empezando por los pastores.

Más, he aquí que en este medio siglo de post Concilio podemos observar lo siguiente en relación a las asociaciones y movimientos eclesiales de fieles laicos:

La Jerarquía, en general, habla a favor de las asociaciones y movimientos eclesiales. Algunos Prelados prefieren no opinar. Otros no los apoyan, quizás indirectamente los ignoran y frenan sus entusiasmos.

¿Cómo está la Iglesia allí donde un grupo de laicos que crea en la doctrina católica sobre Jesucristo, la Virgen, los ángeles, la Providencia, la anticoncepción, el Diablo, etc., y se atreva incluso a «defender» estas verdades agredidas por otros, sea marginado, perseguido y tenido por integrista?

Describir aquí, por ejemplo, el calvario inacabable que pasan ciertos grupos de laicos que pretenden difundir en sus diócesis, según la Iglesia lo quiere, los medios lícitos para regular la natalidad, excede nuestro ánimo. Se ven duramente resistidos, marginados, calumniados. Mientras otras obras, quizá mediocres y a veces malas, son potenciadas, ellos están desasistidos y aparentemente ignorados por quienes más tendrían que apoyarles (Infidelidades en la Iglesia, P. José María Iraburu).

Algunos párrocos no admiten asociaciones y movimientos, no los quieren en su ámbito y hasta les cierran las puertas. En miles de parroquias por ejemplo,

se habla de la necesidad de la encarnación en la masa, de participar en el dramatismo de sus avatares humanos, primero encarnarnos para luego salvar. Se ignora sin embargo, que la Encarnación de Cristo fue toda ella redentora. No se capta la plenitud del misterio de Cristo. Se descarta su finalidad salvadora por el sufrimiento. Cristo se encarna, sí, pero se encarna para sufrir y morir. Así, rescata, rompe cadenas, libera de enemigos, uno de ellos el mundo. Se encarna en el dolor, para que el hombre pueda mirar y anhelar el Más Allá. Se encarna en pobreza, humillación, sufrimiento, para desencarnar al hombre de sus apegos de tierra. 

Con la consigna de afrontar las nuevas condiciones del cambio, lo que implicó para los movimientos y asociaciones un compromiso de presencia, adaptación permanente y creatividad (cf. Documento de Medellín), se desarticularon movimientos eclesiales completos, se impusieron opciones pastorales por sobre las estructuras asociativas de fieles laicos ya existentes con un aplastante poder eclesial, para abrir las puertas de las parroquias y otras instancias eclesiales a grupos piratas.

Otros sí que los admiten, pero prefiriendo que olviden sus estatutos, y hasta sus carismas, y actúen en la parroquia según los intereses de los sacerdotes.

Entre los mismos seglares se esparcen rumores en el sentido de que las asociaciones y movimientos son agrupaciones sectarias.

Desde hace algún tiempo, en los medios de comunicación social se habla de «sectas intra-eclesiales» o de «sectas intra-católicas». Se quiere así criticar una serie de movimientos y comunidades que han surgido en los últimos decenios. Antes, a muchos de estos nuevos grupos se les solía tachar de «conservadores» o «fundamentalistas»; ahora se los trata de aislar como «sectas intra-eclesiales» (Cardenal Schönborn).

Para 1987, Juan Pablo Magno, convocó al Sínodo de los Obispos para tratar el tema de la Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, veinte años después del Concilio Vaticano II, del que surgió la Exhortación apostólica Christifideles laici, que desgranaremos en próximas entradas de este blog.

26.11.12

El Niño y la Cruz

En la Vigilia de Adviento de hace un par de años –la Vigilia por la Vida Naciente- decía Benedicto XVI, que la Iglesia continuamente reafirma cuanto declaró el Concilio Vaticano II contra el aborto y toda violación de la vida naciente: «La vida, una vez concebida, debe ser protegida con el máximo cuidado».

Es especialmente hermosa la Misa de Gallo en la que celebramos de la forma más solemne el nacimiento del Salvador. Cuando entonamos el antiguo Adeste fideles, venid y adorémosle son dos palabras que repetimos varias veces. Venid adorémosle, es una invitación a ponernos en camino a Belén para adorar a un Niño llamado Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Lo adoramos besándolo con cariño y sabiendo que adorar según su raíz latina es besar.

También en la emotiva ceremonia de Viernes Santo, la adoración de la cruz, nuestra oración es la misma: Te adoramos, oh Cristo, y te glorificamos. Mientras los fieles procesionalmente caminan hacia la cruz, de acuerdo a las rúbricas del Misal se entona el Pange Lingua, que es un himno de gloria precisamente: Que canten nuestras voces la victoria de este glorioso combate; que celebren el triunfo de Cristo en el nuevo trofeo de la cruz, donde el Redentor del mundo se inmoló como vencedor / Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles: ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.

La pedagogía de Dios es esta: hacernos pasar por los signos terrestres para llegar luego a las cosas celestiales. Mientras vivamos en la tierra hemos de contentarnos con descubrir a Dios a través de los signos. La cruz es el signo del amor sacrificado.

Se ha dicho que la Iglesia descubrió después del Concilio de Trento que puede acercarse al Niño Jesús y sacar nuevas enseñanzas de su debilidad, dirigiendo su mirada hacia los episodios que mostraban la tierna inocencia de aquel que había nacido para morir en la cruz. Así, encontramos, imágenes del Niño Jesús cargando la cruz sobre sus hombritos, sosteniéndola o abrazándola, incluso recostado sobre ella, mostrando la corona de espinas o con una espina clavada en una de sus manos, con la columna de la flagelación o rodeado de los instrumentos de la pasión, triunfante de la muerte y del pecado, culminando el suplicio de la pasión en su muerte y resurrección, en algunas estampas se lo muestra acompañado de un corderito.

Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is53, 12) y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: «Servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45). (Catecismo, 608).

También en la Iglesia Oriental existe la práctica de bordar en los vestidos el signo de la cruz durante la Navidad, se presenta la figura del Divino Infante con los brazos extendidos tal como estaba en la cruz. De este modo se presenta la unidad del misterio de la redención, que es uno solo desde el madero del pesebre hasta el madero de la cruz. La pobreza, el abandono, el rechazo que sufrió Jesús en la cruz, los experimentó ya desde su nacimiento.

En efecto, el Niño Dios, no nació en una cuna regia sino en una cruz, porque las puertas cerradas de Belén prefiguraron el abandono del Calvario. Nació el Emmanuel como todos los demás: débil, impotente, que llora, que tiene hambre y sueño.

La Presentación en el Templo, a la vez que expresa la dicha en la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que este Niño está puesto para ruina y resurrección de muchos de Israel” (Lc 2, 22-35) señal de contradicción.

A poco de su nacimiento Herodes ordenó la matanza de los niños inocentes. José, María y el Niño tuvieron que huir a Egipto. Como dice el Catecismo:

La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes (cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de las tinieblas a la luz: «Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la persecución. Los suyos la comparten con él (cf. Jn 15, 20). Su vuelta de Egipto (cf. Mt 2, 15) recuerda el éxodo (cf. Os 11, 1) y presenta a Jesús como el liberador definitivo (530).

El Niño Jesús es crucificado en cada niño abortado. La perversa teoría del fin bueno es el motivo por el que cada año, cincuenta millones de niños no llegan a ver la luz por causa del aborto; de ellos, la mitad perecen bajo el amparo de las leyes abortivas. La Madre Teresa de Calcuta dijo que uno de los mayores destructores de la paz es el aborto, pues significa una guerra contra los niños inocentes, asesinados por sus propios padres. ¿Si aceptamos que una madre puede matar a su propio hijo, cómo podemos decirle a otras gentes que no se maten unos a otros? (…) Cualquier país que acepte el aborto no está enseñando a amar a su gente, sino a usar la violencia.

20.11.12

Su reino no tendrá fin

Con la mirada puesta en Cristo el Año de la Fe iniciado el 11 de octubre pasado, de acuerdo a la Carta apostólica Porta Fidei, éste concluiráel 24 de noviembre de 2013en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.Al respecto, las indicaciones pastorales tienen el objetivo de invitar a todos los miembros de la Iglesia a comprometerse para que este año sea una ocasión privilegiada para compartir lo más valioso que tiene el cristiano: Jesucristo, Redentor del hombre, Rey del Universo, «iniciador y consumador de nuestra fe» (Heb 12, 2). (Notade la Congregación para la Doctrina de la Fe).

Cuando el Papa Pío XI instituyó la Fiesta de Cristo Rey,durante el Jubileo del Año Santo de 1925, con la encíclica Quas primas, la fundamentaba recordando las palabras de san Cirilo Alejandrino: De todas las criaturas, para decirlo en una palabra, obtiene el Señor la dominación, no por haberla arrancado a la fuerza ni por otro medio adquirido, sino por su misma esencia y naturaleza.

Cristo es Rey. Él mismo lo ha dicho: Yo soy Rey, para esto he nacido (Jn 18, 17).La realeza de Cristo es, de derecho, absoluta y universal. Jesús puede ceñir su cabeza con todas las coronas. Pertenece a Él, por títulos indiscutibles, el gobierno del mundo espiritual y material, civil, económico y político. Es el Rey más legítimo, por derecho de generación, de conquista y por elección nuestra. Él es Rey de reyes y Señor de señores. El Príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1, 5), en consecuencia, toda política debe, en motivo de la realeza social de Jesucristo, ser conforme a la Ley Eterna de Dios, al Credo y al Decálogo.

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16.11.12

Agere contra

En los inicios de este Año de la Fe, en ese espíritu animoso y consolador del dogma de la comunión de los santos, que revierte todo lo bueno de todos los buenos de la Iglesia, en bondad y santidad para cada uno de los miembros del Cuerpo místico de Cristo, me abre sus puertas Infocatólica.

El Papa convocándonos a manifestar el hecho que caracteriza nuestra vida, es decir la fe, coloca ante nosotros el motivo de este año de gracia:

La misión de la Iglesia, como la de Cristo, es esencialmente hablar de Dios, hacer memoria de su soberanía, recodar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su propia identidad, el derecho de aquello que le pertenece, es decir, nuestra vida. Precisamente para dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres fuera del desierto en el que a menudo se encuentran hacia el lugar de la vida, la amistad con Cristo que nos da la vida en plenitud (Porta fidei).

Creer y dar testimonio de esa fe ante los desafíos, y los retos de este momento histórico que no es el de los ateos, pero sí el de los idólatras, ya que efectivamente, el hombre que vive como si Dios no existiera, al no poder vivir sin religión, acude a dioses suplementarios a los que no deja de ofrecer el incienso de su secreta adoración. Cuando el hombre no adora a Dios, lo reemplaza por ídolos. Hay, pues, que empezar por liberar al hombre de cualquier idolatría mediante la profesión de fe en el único Dios que se ha revelado a lo largo de la historia de la salvación (Diccionario de Espiritualidad Montfortiana, S. de Fiores, pág. 23).

La fe débil ha sido la causa de la ruina espiritual de una enorme cantidad de personas, porque en ese camino de la fe, hay que ir contracorriente para que no nos arrastren las ideologías, los susurros del enemigo de las almas en la actual sociedad consumista, materialista y hedonista, y, en la que las raíces del mal, es decir, las tendencias al pecado, subsisten siempre, en particular la debilidad de la voluntad, la incertidumbre del espíritu y las inclinaciones que arrastran el corazón –como dice el P. Chaminade- estamos rodeados de precipicios, caminamos por un terreno resbaladizo que sin cesar nos arrastra hacia el abismo

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