La verdad es la única caridad permitida a la historia. Al inicio del Tercer Milenio del Cristianismo, hemos tenido la gracia y el privilegio de vivir durante el pontificado del Papa que pasó a la historia como Juan Pablo Magno. De los 263 obispos de Roma, antes que a Juan Pablo II, a sólo 3 se les había otorgado el máximo homenaje terrenal de Magno. Los tres vivieron en el Primer Milenio, fueron San Gregorio, San León, y San Nicolás.
Al final del Medioevo, la Iglesia Católica sufrió el llamado Gran Cisma o Cisma de Aviñon en el que dos papas la dividieron disputándose la Sede de Pedro, un cisma en los reinos y en las almas. Los papas y antipapas de ese período (1378 y 1417) echaron por tierra la credibilidad de la autoridad pontificia y de la misma Iglesia. Seis centurias después, en 2005, un Papa, Juan Pablo II, moría en olor de multitudes y de santidad, y otro, Benedicto XVI era elegido como el 265.º sucesor de San Pedro. Si en aquellos tiempos hubiésemos tenido papas como Juan Pablo y Benedicto, ¿hubiese incidido el cisma de Lutero? ¿Hubiese tenido lugar la Reforma, la separación de la fe?
Cristo llamó a Pedro estando presentes los Apóstoles y le dijo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no podrá contra ella (Mt 16, 18).
Pedro pescador desde niño, sabe del valor de una buena pesca con las redes llenas. Conoce los peligros que ofrece el lago, que representa al mundo. No ignora lo que son los fracasos de noches largas, de esfuerzos baldíos y el regreso a la plaza sin pez alguno. Cuando Jesús le convierte en su apóstol más destacado, seguirá la imagen y la confirmará: Te hago pescador de hombres.
La escena tuvo lugar en Cesarea de Filipos, lugar al que se ha retirado el Señor, ante la acometida de sus enemigos, envalentonados después por el discurso de Cafarnaum (Jn 6). A la confesión del Apóstol Tú eres el Cristo responde Jesucristo: Yo te daré las llaves del Reino. Sobre ti yo edificaré mi Iglesia. Jesucristo le dio a Pedro las llaves del Reino de los Cielos, que quiere decir que desde ese momento estaba asistido por el Espíritu Santo para dirigir la Iglesia según su beneplácito.
Pedro será un pescador apasionado. Ama a Jesús con toda su alma, y no quiere separarse de Él, aún en medio de los peligros más eminentes. Le traicionará su cobardía, porque aunque es osado en sus promesas de fidelidad, le asusta el sufrimiento y abandona a Jesús y no quiere ser su discípulo. Al darse cuenta de la gravedad de su traición lloró amargamente, y no sigue el ejemplo de Judas que huye de Cristo, Pedro no puede vivir sin Jesús y le busca tras su abandono. Su pasión por Cristo le hará confesar claramente: Tú eres el Hijo de Dios, sólo Tú tienes palabras de vida eterna, cuando los demás apóstoles dudan y vacilan. Por eso, Jesús le elegirá por sucesor suyo, le convertirá en el primer Papa de su Iglesia.
La Iglesia de Cristo, desde un principio fue sacudida por herejes y cismáticos que quisieron ser cristianos a su manera y no como Cristo y los Apóstoles lo enseñaron. Si la Verdadera Fe se conservó una en la doctrina, en la fe y en los dogmas, es porque ésta, ya desde los inicios y cada vez con mayor claridad, comprendió que el ministerio de la unidad, encomendado a Pedro, pertenece a la estructura perenne de la Iglesia de Cristo.
Durante el llamado siglo de hierro del Pontificado, uno de los más humillantes en la Historia de la Iglesia, Bonifacio VI fue papa sólo durante quince días; Juan XII, disoluto y simoníaco fue papa a los diez y seis años; Esteban VI murió estrangulado. Entre el 896 y el 904, en un período de ocho años, hubo nueve papas, todos ellos juguete del poder civil. Benedicto IX representando la miseria de la humillación, fue papa con apenas doce años de edad.
Así y todo, aunque la ley sicológica determina que conducta y doctrina concuerdan, eso, -de que si declina la conducta, fácilmente cambia la doctrina- no ha sucedido jamás con los papas, ninguno de aquellos que fueron disolutos o simoníacos intentaron defender su conducta alterando el dogma o la moral.
En la víspera de la Fiesta de la Divina Misericordia que Juan Pablo II había instituido durante el año Jubilar del Año 2000, el Papa entregaba su alma al Creador. El 2 de abril de 2012, hemos recordado el 7.º aniversario de la muerte del hoy beato.
Durante las exequias del Magno Pontífice, dijo en su homilía el cardenal Joseph Ratzinger: Ninguno de nosotros podrá olvidar como en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano y dio la bendición “Urbi et Orbi” por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice”.
Qué hermosa fue la imagen del 1 de mayo de 2011: Benedicto XVI, un Papa magnífico y santo, beatificaba a su alma gemela - como se les consideraba- al gran Papa Juan Pablo II. Benedicto XVI su sucesor, ha cumplido 85 años el 16 de abril de 2012, iniciando tres días después el 19, su octavo año como Sumo Pontífice.
Juan Pablo, desde el Cielo, y Benedicto -dos amigos inseparables y gemelos que el Espíritu Santo formó en el Corazón de María Inmaculada- desean anclar la gran nave de la Iglesia –según la visión de San Juan Bosco- en las columnas del Salvador eucarístico y de la Madre de la Iglesia vencedora de todas las batallas de Dios, porque lo que debe servir de sostén a una Iglesia eterna no puede tener fin. Pedro vivirá en sus sucesores. Pedro hablará siempre en su cátedra (Bossuet).