Dificultades actuales con la música sacra. Algunas hipótesis
La música litúrgica actual se caracteriza por la parquedad en el uso del tiempo. Hay preocupación porque las celebraciones no se prolonguen. Se dice que la liturgia es la fuente y la culminación de la vida cristiana, y que la eucaristía dominical es el centro de toda la semana, pero estos no parecen ser argumentos poderosos para quebrar el dique de los 45 minutos en la misa dominical. Menos de la mitad de una película o un partido de fútbol, donde los asistentes no parecen en principio preocupados por el reloj.
Los españoles estamos habituados a ello, porque es lo que hemos conocido desde siempre, incluso de generaciones anteriores. Pienso que la imagen de los varones del pueblo apostados junto a la puerta de entrada de la iglesia, debajo del coro, prestos a salir en estampida en cuanto el preste recuperase el bonete para descender las gradas del altar, no ha sido tan escasa como nos podría parecer a los que hemos nacido después de la última reforma litúrgica.
Sin embargo, sabemos que no en todas partes es así. De África nos llegan testimonios de lo prolongado y exuberante de sus celebraciones. No faltan entre nosotros quienes lo atribuyen a lo marcado de sus ritmos y danzas, en contraste con el canto tradicional de la Iglesia romana, que impugnan como mortecina cantinela insípida para la modernidad.
Ciertamente éstos ignoran, primero, el altísimo aprecio que en África se tiene por el canto gregoriano y por el lenguaje litúrgico tradicional; y segundo, parecen desconocer el profundo instinto de lo sagrado de que allí gozan, y que otorga un sentido a sus ritmos danzantes que el occidental medio está absolutamente incapacitado para comprender. Recomiendo que vean en este vídeo al cardenal Arinze, africano de pies a cabeza, cuando era Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, hablando con total claridad sobre la cuestión: