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2.05.13

La curiosa historia de un órgano parroquial

Varios lectores me han sugerido en los últimos meses que hiciera referencia a la curiosa historia por la cual la parroquia en la que ejerzo habitualmente de organista ha recibido un espléndido órgano inglés del s. XIX. Ahora, después de unas cuantas semanas de muy intenso trabajo debido a razones diversas, entre las cuales parte no pequeña ha correspondido a los preparativos de la presentación del órgano, encuentro la ocasión de corresponder gustosamente a ese deseo.

La parroquia en cuestión es la de El Salvador de Pamplona. Es un edificio de comienzos del siglo XX que combina elementos neogóticos y neorrománicos, y al que se le añadió en los años 50 un coro alto y un pequeño órgano de tubos, donación de un generoso benefactor. Dado que la música de las celebraciones venía experimentando una notable mejora, y ante la absoluta falta de medios para encargar la construcción de un órgano nuevo, llevaba yo varios años buscando la manera de conseguir para la parroquia un instrumento proporcionado al lugar y al uso que se demandaba.

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23.03.13

Pueri Hebraeórum, música para el Domingo de Ramos

Como preparación al Domingo de Ramos, propongo a los lectores la escucha de uno de los cantos que la liturgia establece para la procesión de este día: el Pueri hebraeorum.  Su uso difiere ligeramente entre las dos formas del Rito Romano. 

En la Forma Ordinaria es la primera antífona que se propone para la procesión propiamente dicha, después de la bendición de los ramos. Se alterna con los versículos del salmo 23 (Del Señor es la tierra y cuanto la llena) omitiendo el Gloria Patri. En el Gradual encontramos también la indicación de que debe ser cantada por la schola y el pueblo.

En la Forma Extraordinaria se canta durante la distribución de los ramos bendecidos, antes de la procesión. La antífona no aparece alternada con los versículos de ningún salmo, sino con la indicación de repetirse cuantas veces sea necesario hasta que finalice dicha distribución.

El texto dice:

Pueri Hebraeórum, portantes ramos olivárum, obviavérunt Domino, clamántes et dicéntes: “Hosanna in excélsis”.

Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor, gritando y diciendo: “Hosanna en el cielo”.

Aquí pueden escuchar la versión original gregoriana, que pertenece al patrimonio más antiguo y venerable del canto litúrgico católico romano, y que ha conservado los primeros signos de escritura musical usados en los códices del siglo IX.

1. Pueri Hebraeorum,
portantes ramos olivarum,
obviaverunt Domino,
clamantes et dicentes:
Hosanna in excelsis.

2. Pueri Hebraeorum,
vestimenta prosternebant in via,
et clamabant dicentes:
Hosanna filio David:
benedictus qui venit
in nomine Domini.

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16.03.13

La música sacra ante el nuevo pontificado

Los que estamos especialmente interesados en la cuestión de la música litúrgica de la Iglesia tuvimos en Benedicto XVI a un pontífice casi a nuestra medida.  Desde mucho antes de ser elegido Papa escribió profundas y acertadas reflexiones que han quedado como referencias imprescindibles para cualquiera que quiera abordar la cuestión con un mínimo de seriedad. Durante su pontificado la liturgia en general y la música en particular fueron objeto de una atención notable, aunque su proyecto restaurador no pudo llegar al término que seguramente él quería.

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2.03.13

Adiós al Papa músico

Estamos ya en las últimas horas del pontificado de Benedicto XVI. Como es de justicia se han multiplicado los agradecimientos hacia su persona. Dada la especial cercanía del papa a la música y a la liturgia no podía dejar de sumarse a los mismos el blog Con arpa de diez cuerdas

Benedicto XVI ha sido una figura muy importante para todos los interesados en la relación de la música con la liturgia. Desde sus tiempos de cardenal todo el mundo ha podido comprobar su gran sensibilidad hacia la música en cuanto arte y su profundo pensamiento teológico al respecto. Sus escritos en este campo son numerosos, valientes y muy esclarecedores. De entre los muchos puntos posibles hoy quisiera destacar solamente dos:

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3.02.13

San Agustín y la música

San Agustín vivió una durísima lucha interior para discernir si el deleite producido por los cantos litúrgicos era bueno o malo para el espíritu, por el riesgo de que la belleza musical llegara a obstaculizar la atención al texto sagrado. Ante muchos lectores de hoy estas amarguras pueden parecer absurdas o incomprensibles, pero la raíz del problema es muy actual. 

Ocurre por una parte que el hombre moderno, por causa de la evolución filosófica a partir sobre todo de la Ilustración, tiende a abandonarse al círculo interior de su subjetividad, encerrado en sus propias apetencias, opiniones, sensaciones e ilusiones. Organizar la propia vida conforme al orden objetivo que rige el mundo es para él una complicación inútil y caduca. De ahí la antipatía de no pocos musicólogos ante la preocupación tradicional de la Iglesia por salvaguardar el equilibrio entre el atractivo estético de la música y la preeminencia del texto sagrado, que ellos juzgan despectiva hacia el arte de los sonidos como fuente de placer inmediato.

Por otra parte, ya dentro de la Iglesia, los años del post-concilio vieron el renacer de una vieja desconfianza hacia la belleza sensible. Es una cuestión que había sido muy bien solucionada en la Iglesia Católica, como lo prueba su impresionante legado en arquitectura, escultura, pintura o música. Pero aquel espiritualismo neoplatónico un tanto peleado con la materia, tan extendido en los primeros siglos cristianos por la necesidad de purificación respecto al paganismo, volvió a asomar. No es casualidad que la eliminación en la liturgia de cualquier tipo de música de cierto nivel y elaboración artística se haya visto acompañada por una estética visual tendente a la desnudez de formas y renuente a las ilustraciones pictóricas y escultóricas. 

San Agustín, pese a su discurso filosófico de raíz griega más proclive a pensar la música que a disfrutar escuchándola, era un hombre de grandísima sensibilidad musical, hasta el punto de llegar a sentirse prisionero y sujeto por los deleites tocantes al oído (Confesiones X, 33, 49). Esto hizo que, llevada la cuestión al campo de la vida espiritual, la clásica distinción filosófica entre sentidos y razón se volviera más dramática, dando paso a la oposición entre carne y espíritu.

Esta agonía que según sus propias palabras tanto le hizo sufrir tuvo un episodio inicial gratificante: la impresión espiritual que le produjeron los cánticos de la iglesia de Milán:

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