Objeción de conciencia, ¿hacia dónde vamos?
Sr Director,
Las ideologías revolucionarias poseen una tan curiosa como calculada teoría sobre el papel de la conciencia en la sociedad. Por principio, hacen una división estanca y pretendidamente infranqueable e inconciliable entre las esferas pública y privada en lo que a la moral o la conciencia se refiere. Así, se distingue, por activa y por pasiva, que hay dos tipos de “morales” o de “conciencias”. Por un lado, existiría la “moral privada”, que, aunque respetada por los poderes públicos, no tiene ni ha de tener ninguna influencia en la vida política y social. Lo que uno, de puertas hacia adentro, piense en términos de moralidad, será siempre legítimo en su fuero interno, y nadie (en teoría) tendrá derecho a coaccionarle… Insisto: de puertas para adentro.
Por otro lado, está la “moral pública”, a la cual me resulta excesivo denominar como tal. Esta “moral” tampoco vendría definida desde fuera, sino desde el interior del sistema: es decir, que emana del Parlamento, que a su vez se supone (que es mucho suponer) que emana del pueblo.
Que emana del pueblo, en primer lugar, es uno de esos paradójicos oasis en el desierto relativista, uno de aquellos dogmas que afloran en el mundo de la no-existencia-de-la-verdad, pero que sin embargo hay que creer con la fe más ciega que se puedan imaginar.
Que emana del pueblo, en segundo lugar, implica que es irrebatible. Hablando en román paladino, y parafraseando un eslogan de cierto programa televisivo: “Lo que España vota, va a misa”.