Jamás pensó que sería tan difícil tomar una decisión. Tanta cultura sexual, tanta educación religiosa, tanta información, para debatirse ahora en la duda, allí donde reside la conciencia. Porque ella sentía que llevaba dentro de su vientre un ser que merecía una oportunidad. Sin embargo, él lo tenía muy claro, no quería compromisos. Eran jóvenes, por qué no iban a seguir disfrutando de su libertad. Sexo adición, lo llamaban algunos. Momentos de intimidad, caricias que electrificaban su cuerpo, gozo compartido. Pero ahora había llegado el resultado de ese delicioso y sublime éxtasis amoroso. Ahora un ser habitaba su interior. Le llamaban cigoto, embrión, nombres eufemísticos para soslayar que allí la vida germinaba en un proceso irreversible. Y ella lo sentía, lo quería, era fruto de su amor. No podía convertirse en un desecho arrojado en el basurero, sabía que no podría dejar de sentirse culpable si no asumía las consecuencias de sus actos.
Incluso los amigos, sin ningún escrúpulo, le llamaban tonta por no haber tomado medidas. Pero eso no era cierto, sí que habían tomado precauciones, sólo que algo falló. Constituía una cifra más en las estadísticas de riesgo de embarazo. Pero lo cierto es que ahora eran padres. Curioso, nunca habían hablado de ello. La posibilidad de quedarse embarazada ni siquiera se la habían planteado. Pero estaba claro que recién terminados los estudios y apenas iniciada la vida profesional, un niño no formaba parte de sus planes. Sin embargo, algo se removía en su interior cada vez que le incitaban al aborto. Sentía repugnancia, había visto las imágenes de fetos desmembrados y no quería, no podía soportar vivir con ellas en la cabeza sabiendo que parte de sí misma estaba en el arroyo.
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