La máscara digital
Este sábado (*), con la caída del servidor de WhatsApp a nivel mundial, en mi casa hubo una colapso a nivel familiar. ¿Qué ha pasado?. ¡Papa! Otra vez no hay cobertura….
El pasillo de mi casa parecía el andén del metro de Puerta del Sol en Madrid en hora punta. Idas y venidas constantes buscando un sitio en el que el móvil pudiera captar un atisbo de “luz” que iluminara otra vez su pantalla. Yo, que para esto de la alta tecnología soy más bien nula, les miraba y me preguntaba si sabrían sobrevivir en un mundo no-digital.
Hoy en día, todo el mundo en sus casas posee al menos un ordenador, varias televisiones y prácticamente un teléfono móvil para cada uno de los miembros que componen la familia. Todo gira en torno a la red. Si en los años 70, la familia se reunía en el salón, para ver el “Un, Dos, Tres” o “La Casa de la Pradera", hoy en la segunda década del siglo XXI, el salón ha quedado obsoleto, y cada uno se encierra en su propia habitación, donde ha creado su propio espacio interactivo. Un espacio en el que puede combinar sin moverse de la silla: ocio, relaciones sociales, estudio, información… y que conlleva riegos no solo a nivel familiar, sino también a nivel personal.
Si una de las tareas de los padres como educadores es la de formar a sus hijos para que se desarrollen como personas, y sepan integrarse en la sociedad ¿hasta qué punto es bueno y válido que pasen la mayor parte de su tiempo encerrados en su propio mundo interactivo? ¿Cómo podemos entrar en él, e interactuar con ellos, sin que se sientan coaccionados?
Como adultos responsables que somos, conocemos (estamos informados) lo que conlleva vivir en sociedad: podemos discernir lo que nos conviene o no, a veces porque nos lo han advertido antes, y otras porque lo hemos experimentado. Con los nuevos medios de comunicación pasa lo mismo, para poder ayudar a educar a nuestros hijos en su uso debemos habernos informado (conocer) sobre ellos: sus ventajas y sus desventajas, los peligros y riegos que conllevan. Sólo entonces podremos advertirles sobre ello.
Tarea difícil la que nos toca, porque ahora en nuestra madurez, nos olvidamos muchas veces que también fuimos adolescentes: emocionalmente inestables, rebeldes, solidarios, necesitados de cariño, pero sin sentirnos mimados, curiosos ante el mundo que se nos ofrece… Un mundo que los adolescentes de hoy tienen al alcance de un click, sin más barreras que el filtro de la pantalla de su ordenador, móvil… , un mundo que no se limita al barrio donde viven (como en nuestro caso), donde todos se conocen, sino que va más allá. Si nuestros padres podían saber, más o menos, en que circulo nos movíamos (y aun así a veces los esquivábamos), nosotros nos vemos inmersos en una desazón perpetua, porque desconocemos quién se esconde detrás de la pantalla.
Ante este hecho visible y palpable se nos plantean dos opciones: o bien cortar por lo sano, impidiéndoles el acceso, lo que acarrearía una problemática distinta, en la que en mi opinión “sería peor el remedio que la enfermedad”, o bien compartir con ellos nuestras dudas y exponerles los peligros potenciales con los que se puede encontrar, siempre de una manera clara y concisa y en consonancia con la realidad.
Y la realidad de nuestros adolescentes es que hoy por hoy su forma de relacionarse entre ellos es por medio de Internet. A través de el, se intercambian mensajes, fotos, vídeos, poesías, … crean su propio perfil, que va evolucionando conforme lo hacen ellos.
Pero no es menos cierto que ese perfil no siempre está en concordancia con la persona que se esconde tras él, sino que es una máscara: una identidad falsa que no se corresponde con la realidad, y que va cambiando adaptándose a los distintos usuarios con quien se conecta, y que le da poder, porque no le ven. Un poder que es real en la medida en que dejamos que actúe. Nuestra tarea como educadores, como padres, no sólo es que nuestros hijos no se vean afectados por este tipo de “personajes” sino también el de evitar que se conviertan en uno de ellos.
No sólo debemos darle las pautas para aprender a distinguir las personas de las mascaras, sino que debemos de darle los valores necesarios para saber evitarlas.
Unos valores que son universales, perennes y que les valdrán tanto para el mundo virtual como para el mundo real, de manera que sus perfiles sean siempre y en todo momento personales e inigualables.
Y es entonces cuando puedo responder a la pregunta que me hice el sábado, con la caída del servidor. Si he sido capaz de inculcar esos valores imperecederos de respeto, tolerancia y libertad en mis hijos, de manera que sepan discernir en cualquier momento lo que debe ser, no importan cuál sea el medio en el que se muevan, que siempre saldrán airosos, y podrán vivir y comunicarse íntegramente como personas en cualquier lugar, no importa cuál sea el canal que utilicen.
Lidia Alcolea
(*) Fue el 22 de febrero del 2014
6 comentarios
En nuestra casa hay 4 niños y ya les inculcamos desde pequeños que portátiles, tabletas, telefonos moviles,... cuando los puedan pagar de su bolsillo los tendrán. Mientras, nada de nada, sólo el ordenador y en un sitio fácil de vigilar.
No tiene nada de malo el no tener, y que determinadas cosas las tengan ellos cuando se las puedan permitir.
No queremos niños zombies en casa.
En aquéllos tiempos, era peligroso salir a la calle, cruzar la calle, tener amigos en la calle, mirar a la calle, y los papás habrían dado un brazo y una pierna por que sus hijos hicieran de todo desde sus habitaciones (de hecho, para quienes lo recuerden, ese era el castigo favorito de los papás: mandarte a tu habitación).
Hoy el temor es exactamente el inverso. Todo lo que se hace en la habitación es peligroso y los padres darían todo por que el niño saliera a la calle a tomar el sol.
El resultado es que, como siempre, ni el uno ni el otro son ciertos: son simples reflejos de una generación tratando de imponer lo que para ellos era bueno (para los viejos, "salir"), sobre lo que la nueva generación considera bueno ("quedarse"). Supongo que una generación antes de la mía, cuando mis padres estaban obligados a salir a ganarse el pan desde muy jovencitos, "quedarse en casa" era lo mejor que podía pasarles.
Asumiendo que no nos caiga encima el apocalipsis y la sociedad post tecnológica de las películas, estoy seguro que cuando nuestros hijos tengan hijos harán todo lo posible por mantenerlos encerrados en sus habitaciones, "guassapeando", y ellos querrán salir a volar en patinetas o lo que sea que se haga entonces.
De acuerdo con el post.
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