“Después de todo, ustedes se creen muy sabios, ¡pero con gusto soportan a los necios! Aguantan cuando alguien los esclaviza, les quita todo lo que tienen, se aprovecha de ustedes, toma control de todo y les da una bofetada.” (2 Cor.19-21)
Hace unos siglos, el joven San Pelayo –cuya fiesta celebramos los católicos el 26 de junio- dio su vida en defensa de la pureza frente a las seducciones degeneradas del Califa de Córdoba, donde habiendo sido cautivo observó que los altos cargos se compraban con la prostitución de las conciencias primero, y luego de los cuerpos.
La política de Abderramán III -que hoy es la del mundo en general-, los hacía instrumentos útiles y manejables a costa de la apostasía, mereciendo así la confianza del tirano y a cambio se le prestaba todo tipo de “servicios”. Pasito a paso se llega a puerto, para bien y para mal.
Hoy un aplauso, mañana una sonrisa, pasado un silencio cómplice, y el día menos pensado, se está militando en las filas del enemigo y para tapar la renuncia propia, se trata de arrastrar a otros muchos. ¡Cuánto hemos de invocar hoy a aquel gran santo monaguillo, y difundir su culto!
En cambio, se lo ignora u oculta, sobre todo a los jóvenes, presas más fáciles de la corrupción generalizada no sólo en el mundo, sino aún en el seno de la Iglesia, donde a veces parece que se ha renunciado no sólo a la fe, sino a la lógica, mirando cómo ingresa un elefante en una cristalería y pretendiendo convencernos que es un lindo gatito.
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