(364) Sobre la Confesionalidad del Estado, por JC.Monedero (h)
Aunque la confesionalidad del Estado no es tema que generalmente ocupe ni preocupe al común de los fieles, creemos que se trata de una cuestión insoslayable, y debemos retomarla teniendo en cuenta el artículo que hace días publicara el Dr. Yurman en defensa de las lamentables declaraciones del episcopado de Santa Fe de la Vera Cruz, y que puede seguir desorientando a los desprevenidos.
Paradójicaente, ha consternado en los últimos días la parodia blasfema y talmúdica de “pesebre” que se proyectara en un programa argentino, pero como suele suceder, una vez más se elevan cadalsos a las consecuencias y monumentos a las causas. ¿O alguien cree que en un estado genuinamente católico, con un gobierno católico, este tipo de ofensas podrían suceder tan fácilmente, sin que en la práctica se tome una medida realmente punitiva? ¿Qué sucedería si en un estado islámico se ofendiera públicamente a Mahoma, o si en Israel alguien osara representar públicamente una parodia de la Shoah?
Pero cierta jerarquía apóstata (no dicho como crítica sino como definición) va y le presenta en bandeja a los enemigos de la fe un plato apetitoso: “¡No nos interesa que el Estado reconozca nuestra fe como la verdadera (ese es el sentido, al fin y al cabo), porque total, en nuestra conciencia -subjetivamente, viva- así lo creemos!”. Que es como decir: blasfemen tranquilos, que nosotros luego haremos adoración reparadora por uds., ya sea en la vereda o en el templo; no “necesitamos” que reconozcan públicamente a Cristo Rey. El hecho de que –como el mismo Yurman señala- las declaraciones episcopales hayan sido “festejadas por conocidos referentes de la política provincial de Santa Fe pertenecientes a partidos políticos abiertamente anticatólicos” debería bastar para, por lo menos, preocuparnos, si recordamos aquel criterio evangélico de “Si pertenecieran al mundo, el mundo los amaría como a uno de los suyos…”( Jn. 15, 18-19:).La fe de sacristía, al mejor estilo protestante, ha reemplazado el fervor de nuestros antecesores genuinamente católicos. Y el fiel de a pie, a quien se le ha machacado hasta el cansancio la obediencia acrítica, compra gato por liebre. Por eso hay que seguir clarificando.
A tal efecto, nos ha parecido muy claro y prolijo el artículo que nos ha llegado del Lic. J. Carlos Monedero (h), como réplica justa al Dr. Yurman, quien pese a ser docente de Derecho Constitucional, parece argumentar en este tema con insuficiente solvencia, adoleciendo a nuestro juicio de varios errores que es preciso corregir.
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A propósito de la confesionalidad del Estado Argentino - Réplica a Pablo Yurman (Lic.J.C.Monedero)
“No se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la “ciudad” nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la “ciudad” católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos… Omnia instaurare in Christo (Efesios 1, 10)” San Pío X, Notre Chargue Apostolique.
Llegó a nuestro conocimiento el artículo titulado “Confesionalidad o laicidad del Estado. Algunas reflexiones” (15 12 2024), de Pablo Yurman, Doctor en Ciencias Jurídicas y Docente de Historia Constitucional Argentina.El artículo aborda el comunicado de los propios obispos de la provincia argentina de Santa Fe donde se propone la secularización de la constitución de dicha provincia y se rechaza su configuración actual, formalmente católica, lo que causó justa indignación entre los fieles.
Los obispos santafesinos propusieron que la carta magna provincial se adecue más “con la Constitución Nacional y con los pactos internacionales”. Por tanto, ellos ven con malos ojos el artículo 3 de la constitución provincial según el cual “la religión de la Provincia es la Católica, Apostólica y Romana, a la que le prestará su protección más decidida, sin perjuicio de la libertad religiosa que gozan sus habitantes”. Los obispos sostienen: “la Provincia no es, ni puede ser, de ninguna manera ‘católica’”. Para ellos, aquel párrafo “es inadmisible desde todo punto de vista” ya que “prácticamente (es) una profesión de fe”.
Desde el título del comunicado, se invita a la confusión: “Reconocer a la Iglesia dentro de la pluralidad, sin privilegios”. Esto se dice como si fuese un “privilegio” para la religión verdadera influir en las leyes de una provincia; como si la convivencia de la verdad y el error “dentro de la pluralidad” no fuese la victoria del indiferentismo religioso, propio de la Modernidad.
Luego de rechazar el carácter católico de la constitución santafesina, los obispos se distancian también del laicismo y de la laicidad del Estadopara proponer una suerte de término medio “virtuoso”, supuestamente ecuánime: la libertad religiosa entendida como “paridad de todos los credos” (relativismo que iguala la Iglesia de Cristo con la última denominación sectaria) y la libertad religiosa entendida como el reconocimiento del valor que a lo largo de la Historia Argentina ha tenido la Iglesia Católica en la cultura de Santa Fe.
Concluyen los obispos: “la redacción de la próxima Constitución en su artículo 3, o aquel que lo reemplace, debería reflejar el respeto a la pluralidad de una sociedad que es precisamente plural en sus distintas expresiones religiosas”. O sea, aquí se pide que las distintas expresiones religiosas tengan el MISMO trato frente a la ley, más allá de si son equivocadas, falsas, dañinas o heréticas.
No es todo lo que dijeron. Los obispos describen supuestos logros de los últimos años en el campo de “la incorporación de los derechos fruto de las luchas sociales”. Y allí, como si la ideología de género no hubiese sido uno de los principales enemigos de la Argentina Católica desde hace décadas, se mencionan como logros: “La participación de las mujeres en la vida pública (obviedad), el respeto por la diversidad cultural (ambiguo) y racial, la perspectiva de género (¡!)…”. Más aún. Se pide que estos supuestos logros sean “temas incorporados” en la reforma constitucional.
Como si nada. Como si la Educación Sexual en las Escuelas no corrompiese a niños y adolescentes hasta el punto de favorecer la pornografía infantil. Como si los católicos argentinos no hubiésemos luchado a brazo partido contra todo esto. Como si la ley de matrimonio igualitario (2010) y la ley de identidad de género (2012), entre otras, no fueran consecuencias de la nefasta perspectiva de género.
Por todo esto, el comunicado del Arzobispo Fenoy se incrustó como una puñalada en el corazón de los católicos argentinos: ellos pueden entender que sus enemigos de siempre escupan y blasfemen contra la Iglesia y su doctrina pero no pueden soportar que sus propios pastores validen las ideologías que ellos enfrentan con valentía y honorabilidad.
Para nuestra sorpresa, el artículo de Yurman –cuyos trabajos sobre historia argentina y contra el aborto se han difundido cerca nuestro– salió en defensa de los obispos santafesinos. Analicemos, por tanto, los argumentos del autor y, a la par, del comunicado eclesiástico. Demos inicio a la tarea:
Párrafo 1: “La cuestión de la confesionalidad o no del Estado, es decir, que éste en cuanto estructura burocrática que materializa el soporte del poder temporal adopte una religión como oficial o, en cambio, que no lo haga y por tanto asuma una pretendida neutralidad de cara a todos los cultos, es un tema sobre el cual los católicos de todas las épocas y culturas deberíamos reflexionar seriamente”.
Comentario 1: El Estado no es propiamente una estructura burocrática capaz de imponer su poder. El Estado es –en palabras de Oliveira Salazar– “una persona de bien, el ministerio de Dios sobre la tierra para asegurar el bien común”. Esta doctrina se encuentra en caída, precisamente, por culpa del mismo liberalismo que inspira este comunicado de los obispos santafesinos.
Asimismo, la confesionalidad del Estado es admirable y deseable para todo católico: ¿hay acaso algo más hermoso que ver a la ciudad terrestre rociada por los principios de la Ciudad Celeste? En efecto, cuando el poder temporal reconoce la soberanía de Cristo se compromete públicamente a que la Ley del Evangelio penetre todos los órdenes de la vida humana: político, económico, social, cultural. Esto significa precisamente instaurar todo en Cristo, en palabras de San Pío X.
Por supuesto que la burocracia, propia del Estado, se pone al servicio de este fin. Pero es mucho más que eso. Aquí ya arrancamos de una primera imprecisión.
La confesionalidad del Estado es una consecuencia necesaria de la doctrina de la Realeza Social de Cristo Rey. Los fundamentos de esta doctrina se hallan primero, por supuesto, en las Sagradas Escrituras:
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“Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido” (Daniel 7, 13–14).
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“El que reina en el cielo se sonríe; el Señor se burla de ellos. Luego los increpa airadamente y los aterra con su furor: «Yo mismo establecí a mi Rey en Sión, mi santa Montaña». Voy a proclamar el decreto del Señor: Él me ha dicho: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré las naciones como herencia, y como propiedad, los confines de la tierra” (Salmo 2, 4–8).
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“Eras tú, mi Rey y mi Dios, el que decidía las victorias de Jacob: con tu auxilio embestimos al enemigo y en tu Nombre aplastamos al agresor” (Salmo 44, 5-6)
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“Tu trono, como el de Dios, permanece para siempre; el cetro de tu realeza es un cetro justiciero…” (Salmo 45, 7).
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“¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna” (Zacarías 9, 9).
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“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo… Los justos le responderán… Y el Rey les responderá…” (Mt 25, 31–40)
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“Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18).
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“Tú lo has dicho. Yo soy rey” (Jn 18, 37).
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“y de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra. El nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre…” (Apocalipsis 1, 5).
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“En su manto y en su muslo lleva escrito este nombre: Rey de los reyes y Señor de los señores” (Apocalipsis 19, 16)
Además de las Escrituras, tanto la Realeza de Cristo como la confesionalidad del Estado se fundamenta en una larga e ininterrumpida tradición de sabios, doctores y pontífices.
San Agustín, por ejemplo, sostenía:
“la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos” (Ep. ad Macedonium c.3.).
Por tanto, si para los ciudadanos su felicidad dependía de estar sujetos a la ley evangélica, forzosamente esto también era válido para la nación en su conjunto.
Fue la Edad Media la que vio el esplendor de ese poder temporal puesto al servicio de Cristo, de manera tal que durante siglos las leyes de esos pueblos no contradecían el Orden Natural y el Sobrenatural (a diferencia de lo que ocurre en todo el mundo en la actualidad). Así nació la Cristiandad: la organización de los asuntos temporales en base a los principios cristianos.
En el documento “Syllabus” (1864), el Papa Pío IX condenaba –junto con muchas otras– la siguiente proposición:
“Es bien que la Iglesia sea separada del Estado y el Estado de la Iglesia”.
La benéfica influencia del catolicismo en el orden temporal habilitó a León XIII a decir:
“Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados…”, en su encíclica Inmortale Dei.
Además, León XIII –en Annum sacrum, 1899– sostuvo:
“En estos últimos tiempos, especialmente, se ha seguido una política que ha tenido como resultado levantar una especie de muro entre la Iglesia y la sociedad civil. En la constitución y administración de los Estados se hace caso omiso de la autoridad de la ley sagrada y divina, con vistas a excluir a la religión de tener una parte constante en la vida pública. Esta política tiende casi a eliminar la fe cristiana de en medio de nosotros y, si eso fuera posible, al destierro de Dios mismo de la tierra” (n° 10).
En efecto, el Papa ya advertía cómo (a finales del siglo XIX) avanzaba la secularización. La misma secularización que proponen los obispos en su comunicado y que Yurman defiende. León XIII lo dice claramente:
“Cuando se descarta la religión (se refiere a la católica), se sigue necesariamente que los fundamentos más seguros del bienestar público deben ceder…” y entonces de ahí provienen “la multitud de males que desde hace mucho tiempo se han instalado en el mundo” (n° 11).
La doctrina teológica de la Realeza de Cristo da fundamento al Estado Confesional:
“Su imperio (el de Cristo) no se extiende solamente a las naciones católicas… abarca también a todos los que están privados de la fe cristiana…” (n° 3).
En el siglo XX, en la encíclica Ubi Arcano Dei Consilio (Pío XI), leemos que el Papa habló sobre “los derechos sociales de Jesucristo, que es el Creador, Redentor y Señor no sólo de los individuos sino de los pueblos” (n° 60). De nuevo, reiteremos para ilustrar aún más al lector: esto es el fundamento de la confesionalidad del Estado.
En este mismo documento, leemos:
“Desterrados Dios y Jesucristo de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que… hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido”.
Aquí el Magisterio de la Iglesia nos muestra que, históricamente, una vez que se repudia el fundamento divino de la autoridad humana, la consecuencia no es otra que la turbulencia, la intranquilidad y el caos para las sociedades.
En la encíclica Quas Primas, también de Pío XI, se condena a quienes niegan la autoridad de Cristo sobre el orden temporal. Leemos:
“erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio” (n° 15). En efecto, “a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor” (n° 15).
El párrafo 16 de este mismo documento contiene más argumentos: se refiere al campo de extensión de la Realeza de Cristo incluyendo “individuos y la sociedad”. Allí leemos que Cristo
“es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos”. Aquí el Papa cita Hechos 4, 12. Y sigue diciendo: “Sólo Él es quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones…”.
Señalemos asimismo el punto 2105 del Catecismo de la Iglesia Católica:
“El deber de rendir un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado. Ésa es ‘la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo’ (Vaticano II, DH 1c). Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan “informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive” (AA 13). Deber social de los cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les exige dar a conocer el culto de la única religión verdadera (…). Los cristianos están llamados a ser luz del mundo. La Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas [se cita aquí: León XIII, enc. Immortale Dei; Pío XI, enc. Quas primas]”.
Párrafo 2: “Estos conceptos han generado críticas desde diversos sectores, fundamentalmente católicos, que le endilgan desde errores conceptuales hasta la lisa y llana apostasía. Creo que hay exageraciones en algunas críticas”.
Comentario 2: Yurman afirma que, desde distintos lugares (sobre todo católicos), el documento de los obispos ha sido criticado y hasta cuestionado duramente. Como el autor no identifica a ningún crítico ni dice por qué la crítica sería exagerada, podemos aplicar el viejo adagio de la Lógica según el cual lo que se afirma gratuitamente se puede también negar gratuitamente.
Párrafo 3: “Hay que reconocer también -como dato revelador- que lo han festejado conocidos referentes de la política provincial de Santa Fe pertenecientes a partidos políticos abiertamente anticatólicos”.
Comentario 3: De acuerdo con el autor. Este dato constituye otra pieza de evidencia que apunta en una clara dirección. El documento de los obispos fue festejado por los enemigos de la Iglesia Católica, lo cual nos dice algo sobre su ortodoxia o heterodoxia.
Párrafo 4: “Ahora bien, conviene ir por partes y evitar caer en antagonismos o acusaciones que además de carecer de un básico sentido de caridad fraterna, pueden también incurrir en errores, no tanto de aspectos doctrinarios, sino de lectura de la realidad y de las opciones políticas que para un bautizado plantean nuestras sociedades ya secularizadas o en proceso de serlo”.
Comentario 4: Conviene decir que no todo antagonismo ni acusación está destinado fatalmente a “carecer” de “caridad fraterna”.
Por otro lado, si nuestras sociedades ya están “secularizadas o en proceso de serlo” es precisamente porque quienes debían oponerse con todas sus fuerzas a esta secularización (los obispos) están entregando en bandeja de plata las distintas piezas del orden temporal. No se puede repudiar la secularización en sus resultados y luego defenderla en un documento, aunque tenga firma de prelado.
Párrafo 5: “Una primera aproximación debe poner en contexto histórico la importancia que se le asigna a las constituciones escritas. Cierto es que en todas las épocas, las distintas civilizaciones se han asentado sobre el pilar, entre otros, de una norma que regule su vida política. Sin embargo, la idea de que tal norma fundamental debe materializarse en un texto escrito, llamado constitución, corresponde a un momento específico de la historia de Occidente signado por el triunfo del liberalismo político (siglo XIX). No se trata aquí de reducir el valor simbólico, o incluso pedagógico, que poseen las leyes positivas (es decir, las emanadas de la autoridad legítima), pero sí de cuidarnos de atribuirles poderes mágicos o sobrenaturales que claramente no poseen”.
Comentario 5: El mensaje para los católicos disconformes con el comunicado de los obispos sería el siguiente: “Tranquilos, es sólo un papel, no es tan importante. No le asignen poderes mágicos a un mero documento”. Yurman da a entender que quienes cuestionaron este comunicado participan inconscientemente de la errónea visión liberal respecto de las constituciones escritas (según la cual estos textos serían causa generadora de la sociedad).
Ahora bien, la negación de la catolicidad de Santa Fe –que proponen los obispos– y la secularización de la sociedad que el propio autor bien reprueba (párrafo 4) no son cosas distintas: son el mismo mal con diferentes grados. Por eso, el liberalismo político –que bien critica Yurman– es justamente el que inspira la negación de la catolicidad de Santa Fe en el comunicado que Yurman defiende.
O dicho en otras palabras: puesto que Yurman es tan antiliberal como para cuestionar la idea mágica de la constitución, con más razón debería reprobar que se supriman los vestigios del Orden Sobrenatural que todavía subsisten en esa constitución provincial.
En otro orden de cosas, no conocemos a ningún católico que atribuya “poderes mágicos o sobrenaturales” a papel alguno. Lo que sí conocemos es cómo funcionan las leyes en general, en la Argentina y en el mundo. Las leyes superiores de la pirámide constitucional imponen sus principios a las inferiores y enmarcan su hermenéutica, decidida para su aplicación fáctica. Su valor pedagógico no es discutible. Por eso, ningún católico puede aplaudir la propuesta de un documento secularizante. Para más críticas al liberalismo, los remitimos a este trabajo nuestro .
Párrafo 6: “Llama la atención que algunas críticas a la renuncia arzobispal al artículo 3 de la constitución provincial procedan de sectores que impugnan el actual sistema político de matriz demoliberal in totum por considerarlo absolutamente incompatible con la intervención, bajo sus reglas, de un católico bautizado que aspire a ser coherente con su fe. Bueno, si ese es el punto de partida del análisis, entonces lo que un texto constitucional (fruto excelso por antonomasia de ese sistema demoliberal) diga o deje de decir, debería tenernos absolutamente sin cuidado, tanto a pastores como a ovejas de la grey. Soy de la opinión de que los católicos debemos participar activamente en la vida política en general -no sólo partidaria- ello pese a que las «reglas de juego» no las hicimos nosotros, y no obstante todo lo incompatible que el régimen sea con la fe”.
Comentario 6: Yurman aquí se dirige a católicos “antisistema”: ¿A ustedes qué les importa lo que diga una constitución provincial si ustedes impugnan el sistema político en bloque? ¿A ustedes qué les importa que la constitución provincial deje de ser católica si ustedes no ingresan en el sistema demoliberal?
Devolvamos el argumento como en el ping pong: si un católico puede “participar activamente en la vida política en general” a pesar de que el régimen es “incompatible” con la fe (como plantea Yurman), entonces al propio Yurman sí debería importarle que la constitución provincial deje de ser católica.
El efecto de este planteo se debilita tan pronto advirtamos que nos desvía del asunto central: aquí no se trata de la coherencia interna de los críticos sino de la congruencia o no del comunicado de los obispos. Por tanto, el punto vertebral es si la supresión de la catolicidad de la constitución provincial es una medida correcta, o no. Ahí está todo.
Por otro lado, plantear que a los católicos antisistema no les debería importar nada las leyes de ese sistema es un gravísimo error de juicio. ¿Acaso por ser antisistema no importa si el Congreso aprueba el aborto?
Párrafo 7: “La idea que subyace a la adopción del catolicismo como religión oficial se supone que apunta a que las estructuras estatales se impregnen, en sus orientaciones y políticas por ejemplo, de preceptos procedentes de dicha religión. Pues bien, si miramos la realidad santafesina argentina y a riesgo de generalizar injustamente, occidental, los hechos hablan a las claras del colapso de la fe católica en las últimas décadas y de una secularización agresiva que campea a sus anchas”.
Comentario 7: Este es quizás uno de los párrafos más importantes del texto. Aquí Yurman –para poder defender el comunicado de los obispos– plantea que la catolicidad oficial de la constitución provincial no ha impedido que la fe católica “colapsara” como tampoco ha impedido la “secularización agresiva” de la sociedad.
El argumento sería: Ustedes defienden la catolicidad de este instrumento legal pero lo cierto es que esta “catolicidad oficial” no ha impedido que todo se vaya al cuerno.
El autor olvida que las buenas leyes y normas son causa necesaria pero no suficiente del Bien Común. Para que reine el Bien Común, una sociedad debe tener no sólo instrumentos aptos sino también hombres aptos. Los instrumentos aptos no son suficientes.
Los males que sufre la sociedad santafesina los padece, justamente, por no adecuarse a la catolicidad. La catolicidad de la constitución provincial no produce mecánicamente que “las estructuras estatales se impregnen, en sus orientaciones y políticas” de la religión católica justamente porque los textos escritos –para usar las palabras de Yurman– no gozan de “poderes mágicos o sobrenaturales”. El planteo se revela como un muñeco de paja.
Párrafo 8: “Por tanto, cabe preguntarnos si no corremos el riesgo de pretender una defensa nostálgica, divorciada de la realidad, de mantener una cláusula que pudo haber tenido vigencia décadas atrás, pero que ya no dice nada de la sociedad actual. En otras palabras, que el estado sea católico tendría sentido como coronación o corolario de una sociedad que lo fuera y lo exteriorizara en sus costumbres cotidianas”.
Comentario 8: Es imposible que este párrafo no gatille en nuestra mente los vocablos pragmatismo y relativismo. Aquí cabe preguntarse si las leyes deben reflejar a “la sociedad actual” o señalarle su deber-ser. Lo cierto es que no necesitamos una ley que nos recuerde cómo somos: lo vemos todos los días. Necesitamos una ley que nos recuerde que estamos llamados a ser mejores.
Por otro lado, no es cierto que el Estado Católico sólo tenga sentido “como coronación o corolario de una sociedad que lo fuera y lo exteriorizara en sus costumbres cotidianas”. El Estado Católico puede ser tanto la consecuencia de una sociedad católica como una de sus causas. Independientemente de esto, que dependerá de circunstancias históricas, señalemos aquí que el autor expresa una opinión contraria a los propios obispos: Yurman condiciona la catolicidad del Estado al hecho de que la sociedad sea católica, mientras los obispos santafesinos repudian esa catolicidad en sí misma.
Ahora bien, la mejor respuesta al Dr. Yurman se la ha dado León XIII en el precitado fragmento de Annum Sacrum, al que remitimos nuevamente (comentario 1).
Demos vuelta el guante otra vez: si una constitución provincial debe adecuarse “a la sociedad actual”, ¿sería mejor una constitución pagana para una sociedad pagana? ¿Qué tal una constitución anticristiana para la actual sociedad anticristiana? Como es de público conocimiento, Santa Fe (en particular, su capital Rosario) padece hoy el flagelo de las drogas y el narcotráfico. ¿Por qué no redactamos entonces –siguiendo este planteo pragmático– una constitución que legitime el consumo de estupefacientes, y el crimen organizado? ¡Eso sería la coronación que exteriorizara las costumbres cotidianas de una sociedad!
Párrafo 9: “La historia demuestra que en aquellas sociedades que oficializaron el catolicismo, o en el caso de los países escandinavos e Inglaterra con variantes escindidas desde 1517, ello no las preservó en nada del tsunami de la postmodernidad agnóstica en la que hoy están sumidas. Por el contrario, la Iglesia goza de mayor vitalidad en aquellos lugares en los que jamás contó con auspicio estatal (EEUU, Corea del Sur) o directamente sufrió persecuciones durante décadas (Europa oriental)”.
Comentario 9: El tsunami de la postmodernidad agnóstica en la que hoy las sociedades están sumidas tiene y tuvo, como tarea programática, suprimir la Catolicidad de los Estados, la promoción de la igualdad de las religiones y la reducción de la religión católica a un mero “agente histórico” del pasado. Yurman repudia con razón las consecuencias pero, sin darse cuenta, está haciendo una apología de lo mismo que deplora. Porque esa postmodernidad agnóstica que la sociedad sufre está íntimamente relacionada con el debilitamiento de los poderes temporales de signo católico.
Por otro lado, la mención a la Reforma Protestante (1517) y las relaciones con la actualidad que el autor pretende establecer son genéricas e imprecisas. La catolicidad de los estados favoreció la catolicidad de las sociedades mientras esas sociedades siguieron siendo católicas. Obviamente, cuando “Inglaterra y los países escandinavos” rompen con Roma y fundan sus propias iglesias nacionales, esos pueblos comienzan lentamente a dejar de ser católicos para recibir el influjo de un poder público protestante. Cómo será que estos datos favorecen la propuesta de los obispos de Santa Fe, no lo sabremos nunca.
Mención aparte merece el comentario sobre la vitalidad de la Iglesia en aquellos lugares donde no habría contado con apoyo estatal o fue perseguida. Pero el argumento es sesgado: la vitalidad de la Iglesia se dio, si bien de modos distintos, tanto en sociedades donde la religión católica era oficial como también en contextos donde el poder temporal no fue católico o incluso fue anticatólico. En definitiva, la vitalidad de la Iglesia Católica fue a pesar de la contra del poder temporal y no gracias a ese poder temporal adverso.
Párrafo 10: “Cuando el documento refiere a que «…la Provincia no es, ni puede ser, de ninguna manera ‘católica’» entiendo que alude al estado provincial y no a la provincia entendida como realidad sociocultural”.
Comentario 10: Aquí el autor realiza la interpretación más favorable posible de la frase del comunicado. No parece que el propio Yurman esté convencido de que sea malo que la provincia –entendida como realidad sociocultural– sea católica.
Párrafo 11: “El texto arzobispal es pasible de ciertas críticas, desde ya. Como cuando señala como temas a incorporar en las sesiones de la convención constituyente la «perspectiva de género» o el «respeto por la diversidad cultural o racial», categorías sumamente ambiguas que suelen utilizarse luego con fines en abierta oposición a al magisterio de la Iglesia”.
Comentario 11: De acuerdo con el autor, lo cual no puede sino suscitar en nosotros la siguiente pregunta. Ante las graves afirmaciones de los obispos, no queda más que repudiarlas o al menos ubicarse en contra. Ahora bien, si el mismo autor reconoce esto, la pregunta obligada es: ¿qué sentido tiene esta defensa? Nos parece apreciar en el artículo de Yurman un planteo zigzagueante, por momentos apresurado y hasta extraño.
Párrafo 12: “Cabe aclarar que otra cuestión distinta a la de la confesionalidad del estado es la de la presencia de lo religioso en el ámbito público de la sociedad, concretamente, de la simbología católica (desde el nombre de ciudades y provincias, hasta crucifijos e imágenes de la Santísima Virgen en sus distintas advocaciones, etc.) y en la que por supuesto que resulta no ya pertinente sino también urgente su defensa en orden a preservar la fe fundante que implica el matriz religioso que nos forjó como pueblos”.
Comentario 12: La simbología católica que el autor defiende es consecuencia de la confesionalidad del Estado que el autor no está defendiendo. De hecho, no faltan protestantes que cuestionan esta simbología como un vestigio de un respaldo que, en el pasado, el poder temporal dio a la Catolicidad (y lo es). O dicho en otras palabras: ¿por qué quedaría en pie un símbolo si no queda en pie el fundamento doctrinario de ese símbolo? Al cuestionar la confesionalidad del Estado, los símbolos quedan desprovistos de su fuerza y razón de ser.
Que un Estado reconozca a la religión católica como la fundante de un país o que tenga en cuenta que la mayoría de su sociedad es católica, es deseable. Pero eso no es confesionalidad del Estado.
Conclusión
Nos ha parecido importante ofrecer una réplica a los argumentos en defensa del comunicado de los obispos santafesinos por la entidad del tema en sí, especialmente porque aquí el error es propuesto desde la autoridad eclesiástica.
Esperamos con este trabajo haber contribuido a una sana reflexión al respecto.
Nuestra historia argentina es católica: la tradición, nuestras instituciones, nuestra cultura es católica. El mejor sentir del pueblo es católico, nuestros orígenes son católicos. Argentina nació católica.
La secularización de los instrumentos públicos (constituciones y todo tipo de leyes) siempre fue impulsada por los agentes de la Masonería. Esto es absolutamente indiscutible. Por eso, en definitiva, todos los estados son confesionales. Nosotros queremos que el Estado confiese a Cristo. Los Estados supuestamente “neutros” terminan por confesar o bien al Dinero, o bien a una Libertad que es Libertinaje, o bien al Estado, o cualquier otra realidad creada.
Nuestro deseo: que los argumentos aquí presentados sirvan para impulsar en todos los católicos –tanto argentinos como de otras patrias– a la lucha por un Orden Social Cristiano, que tenga a Cristo por Rey y a su Ley Divina como modelo inspirador y regla de la ley humana.
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2 comentarios
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El concepto de "estructuras de pecado", como señala la doctrina social de la Iglesia, y S Juan Pablo II en multitud de ocasiones, nos ayuda a entender cómo los pecados individuales, repetidos y acumulados, pueden cristalizarse en sistemas que perpetúan el mal. Este mismo principio puede aplicarse al análisis del cambio de un estado confesional a uno aconfesional o secular. Este tipo de transformación no ocurre simplemente por decreto o por la presión de grupos como la masonería, aunque puedan tener cierta influencia no determinante. En última instancia, un cambio tan profundo en la naturaleza de un estado refleja un proceso previo: la secularización de una parte significativa de la población.
Un estado confesional no se sostiene únicamente por leyes o instituciones, sino por la fe viva y operante de sus ciudadanos. Si esa fe se debilita o pierde su lugar central en la vida social, el estado inevitablemente refleja ese cambio. Esto es lo que hemos visto en España en las últimas décadas. No es que un grupo de élite haya podido, por sí solo, cambiar el carácter del estado; más bien, lo que ocurrió fue un cambio en el corazón cultural y espiritual del pueblo.
Por tanto, la masonería, por mucho que lo pretenda, no puede ser la causa principal de este proceso. Sin una población ampliamente secularizada, sus esfuerzos serían estériles. La verdadera raíz del problema está en el abandono de la fe por parte de un número creciente de personas, lo que refleja una crisis espiritual que trasciende las conspiraciones y nos invita a reflexionar profundamente sobre el testimonio y la evangelización que estamos llevando a cabo.
La situación en España:
La cuestión es que hay que partir de la realidad, no parece prudente tal y como está la situación que las naciones occidentales y España en concreto, tan secularizadas, sean confesionalmente cristianas. Porque eso sería más bien una imposición, y no partiría de la realidad supuesta de un
ambiente profundamente cristianizadas.
Cristo quiere ser libremente amado, no tiene que ser impuesto. Sería contraproducente dado el grado de secularización en España. Supongo que en Argentina será igual. Tenga en cuenta que en la comunidad de Madrid viven 7 millones de personas y van a Misa habitualmente 350.000.
Aunque está absolutamente claro que el ideal es que "·Cristo sea reconocido, no solo por la conciencia individual, sino también por todas las naciones".
PD.- Según el Censo Nacional de 2022, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cuenta con una población de aproximadamente 3.121.707 habitantes.
Un estudio de 2019 señala que solo el 12,9% de los católicos en Argentina asisten semanalmente a las celebraciones religiosas.
Repito, el ideal Cristiano no es lo aconfesional, pero con esos numeros de secularizacion el tema está claro.
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V.G.: Estimado "Punto 83...": Francamente no veo por qué la confesionalidad católica signifique algún tipo de imposición, o atente contra la libertad de cultos. Sobre este tema ha escrito precisamente hace unos años Daniel Iglesias este breve post. https://www.infocatolica.com/blog/razones.php/2103171143-libertad-religiosa-y-confesio
Estamos de acuerdo en que la raíz del problema es la falta de testimonio nuestra, de los propios católicos "de a pie", pero no creo que proponer, como pastor, que "bajemos las banderas" sea un medio eficaz para revitalizar las costumbres cristianas, sino todo lo contrario, porque es innegable que los "soldados" siguen ordinariamente a "los capitanes", y si éstos claudican porque ya no están tan convencidos de la causa...esto se nota, y tiene consecuencias: el entibiamiento y una fe "no militante".
Ahora, María Virginia, quisiera plantearte una cuestión interesante: si alguien despreciara públicamente el Catecismo Mayor, desafiara el dogma de la infalibilidad tal como lo precisa Lumen Gentium 25, y además cuestionara la validez de las canonizaciones de San Pablo VI y San Juan Pablo II, ¿considerarías que esta actitud bordea la herejía?
Me surge otra pregunta: ¿cómo explicas que, habiendo personas que han manifestado reiteradamente este tipo de posturas contrarias a la doctrina en portales como Infocatólica, ningún blogger haya cargado contra ellas con la misma contundencia con la que suelen atacar a otros más moderados? ¿Será que hay cierta tolerancia selectiva dependiendo de quién cometa las desviaciones? Me encantaría conocer tu opinión al respecto.
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V.G.: Estimado "Punto 83..." (por favor, sin ofender, ¿no podría ponerse un nick más...humano?).
- Al 1er párrafo: cada vez que se señala un error notorio en un personaje público -sobre todo si éste es miembro de la Jerarquía- se responde con la acusación de falta de caridad y de soberbia. Humildemente, pues, le digo que por el contrario, somos muy débiles, y necesitamos la guía y fortaleza de nuestros pastores, y cuando éstos desdicen la doctrina que profesamos, creemos que es nuestro deber de misericordia -con ellos y con nuestros hermanos- corregir el error señalándolo. No somos nadie, estamos seguros, pero como bautizados tenemos el derecho de pedir claridad como un niño llora para pedir alimento. Ellos, en cambio, faltan a la caridad cuando alimentan a la grey con golosinas, dejándola desnutrida.
- 2do párrafo: - ¿A cuál llama el Catecismo Mayor? Personalmente admito como Norte el de Trento, el de San Pío X y el de S. JPablo II. En cuanto a las canonizaciones, no, no los tacharía de herejes. teniendo en cuenta sobre todo lo volcado en este interesante art. del p. Olivera, por ejemplo:https://www.infocatolica.com/blog/notelacuenten.php/1806130853-canonizaciones-e-infalibilida.
- 3er párrafo: No puedo asumir la responsabilidad de todos y cada uno de los blogueros de este portal, por razones evidentes; ud. puede ver muy bien que dentro de la búsqueda sincera de ortodoxia, hay entre nosotros bastante diversidad, y cada uno, en conciencia, escribe o responde a lo que cree necesario y según sus posibilidades concretas.
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