(112) San Atanasio consuela hoy al Pequeño Rebaño...
¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios!
Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados.
Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz. (Is.40, 1.11)
"No sigáis la muchedumbre para obrar mal, ni el juicio acomodes al parecer del mayor número, si con ello te desvías de la verdad” (San Atanasio)
“¡Sí, hermanos y hermanas! Tenemos muchos motivos para dar gracias a san Atanasio. Su vida, nos muestra que «quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos» («Deus caritas est», 42).” (Catequesis de S.S. Benedicto XVI, 20 junio 2007)
En algunas ocasiones nos hemos manifestado contra la idolatría del número, que por diversos caminos se ha venido a imponer en las conciencias como única alternativa para discernir la validez de doctrinas, comportamientos, gestos y actitudes. Tendríamos que volver la vista una vez más al debate entre Pilatos y la muchedumbre deicida, para recordar que la voz de la mayoría puede ser inversamente proporcional a la Verdad, e incluso clamar por su crucifixión.
Los Padres de la Iglesia siempre nos marcan el Norte, como lo marcaron para muchos auténticos conversos, porque buscaban la Verdad. Así, por ejemplo, el beato Card. Newman confesaba “los Padres me hicieron católico”. Y en tiempos de zozobra, bucear entre sus líneas es como abrir los ventanales en medio de una densa humareda: ¡aire puro, por fin!
El Pueblo de Dios también necesita consuelo, fortaleza, y especialmente, certezas inconmovibles que frente a la “dictadura del relativismo”, lo confirmen en la fe verdadera; en la de su bautismo, único por el cual hemos sido hechos hijos de Dios.
Para ello nos han sido dados los sucesores de los Apóstoles. ¡Qué consuelo para las ovejas son los pastores fieles al Buen Pastor, que no miran sino el bien del Rebaño, aunque el mundo los repudie!…Ante los intentos del mundo de sojuzgar a la Iglesia, respondía firmemente San Atanasio: “De los obispos no se hará eunucos". Ojalá todos nuestros pastores hallasen en el santo patriarca de Alejandría un verdadero modelo a seguir, tanto como defensor de la disciplina y la doctrina, con no menor esplendor en el ejercicio de la caridad, por lo que San Gregorio Nacianceno decía que “ensalzar a Atanasio es ensalzar la virtud misma".
Pero lamentablemente, la numerolatría ha penetrado también en la Iglesia con el “humo de Satanás” que observara Pablo VI, y en esta neblina, algunos pretenden hacernos creer que para acercarnos a nuestros hermanos habremos de “disimular” todo lo posible las realidades fundantes de nuestra fe como la Encarnación, que la Revelación nos ha permitido conocer. Empiezan disimulando, y terminan apostatando -arrastrando a su grey-, con silencios cómplices y medias palabras para no contrariar a la “voluntad popular", sometiendo hasta la misma fe a la medianía tibia y políticamente correcta. Y de estas genuflexiones ante el mundo, tarde o temprano han resultado siempre muchos cismas y herejías en la historia de la Iglesia.
San Atanasio ha sido en cambio, como recordaba S.S. Benedicto XVI, “el apasionado teólogo de la encarnación del «Logos». Precisamente por este motivo Atanasio fue también el más importante y tenaz adversario de la herejía arriana, que entonces era una amenaza para la fe en Cristo, reducido a una criatura «intermedia» entre Dios y el hombre, según una tendencia que se repite en la historia y que también hoy constatamos de diferentes maneras.”
Así hoy, desde una perspectiva neoarriana, el falso ecumenismo les parece a algunos mucho más eficaz, pues “disimulando” la confesión de la naturaleza divina del Hijo, consustancial al Padre, Éste puede sentarse más cómodamente, en pie de igualdad, junto a los múltiples ídolos o “modelos” de las demás religiones, para “matear” amigablemente.
¿Es que no ha bastado la Encarnación del Verbo para “acercar” a Dios a nosotros? Para muchos no. Por eso creen que es preciso despojarlo de su naturaleza divina, para hacer así el diálogo interreligioso más “sostenible”. Hoy ciertos pseudoteólogos y obispos proclaman como el emperador Constancio, “en materia de fe, mi voluntad es ley"... La historia se repite, como sigue explicando BXVI en la catequesis que citamos en el acápite:
“…A pesar del resultado inequívoco del Concilio de Nicea, que había afirmado con claridad que el Hijo es de la misma naturaleza del Padre, poco después estas ideas equivocadas volvieron a prevalecer –incluso Arrio fue rehabilitado– y fueron apoyadas por motivos políticos por el mismo emperador Constantino y después por su hijo Constancio II. Éste, que no se preocupaba tanto de la verdad teológica sino más bien de la unidad del Imperio y de sus problemas políticos, quería politizar la fe, haciéndola más accesible, según su punto de vista, a todos los súbditos del Imperio.
(…) La idea fundamental de toda la lucha teológica de san Atanasio era precisamente la de que Dios es accesible. No es un Dios secundario, es el verdadero Dios, y a través de nuestra comunión con Cristo, podemos unirnos realmente a Dios. Él se ha hecho realmente «Dios con nosotros».
¡Qué regalo inconmensurable nos da Dios con sus santos! Compartimos entonces, con gran gozo, esta homilía del campeón de la ortodoxia, para quien redoblamos nuestra devoción en estos días, y que sin duda nos sigue alentando desde el Cielo a no bajar nunca los brazos ni los ojos de las miríadas de santos y mártires que nos precedieron, llevando la bandera de la Fe verdadera, aunque sean mayoría los que prefieran claudicar, buscando la puerta ancha. ¡Sursum Corda!
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La Verdad y el número
-Homilía de San Atanasio contra los que consideran al número como prueba de la verdad-
“De Dios debemos esperar la fuerza y las luces necesarias para combatir la mentira y el error y a Él recurriremos para obtenerlas. Él es el Dios de la Verdad, Él nos ha sacado del seno del error y de la ilusión, Él nos dice en el fondo del corazón: “Yo soy la Verdad", Él sostiene nuestra esperanza y anima nuestro celo, cuando nos dice: “Tened confianza, Yo he vencido al mundo.
Después de eso, ¿cómo no sentir compasión por los que sólo miden la fuerza y el poder de la Verdad por el gran número? ¿Han olvidado por consiguiente, que Nuestro Señor Jesucristo no eligió sino doce discípulos, gentes simples, sin letras, pobres e ignorantes, para oponerlos, con una misericordia totalmente gratuita, al mundo entero y que no les dio, como única defensa, sino la confianza en Él? ¿Ignoran acaso que les dio como instrucción a estos doce enviados, no el seguir al gran número, y a esos millones de hombres que se perdían, sino ganar a esa multitud y comprometerla a seguirlos? ¡Cuán admirable es la fuerza de la Verdad! Sí, la Verdad es siempre vencedora, aunque no esté sostenida sino por un número muy pequeño.
No tener otro recurso sino el gran número, recurrir a él como a una muralla contra todos los ataques, y como a una respuesta para todas las dificultades, es reconocer la debilidad de su causa, es convenir en la imposibilidad en que se está de defenderse, es, en una palabra, reconocerse vencido.
¿Qué pretendéis, en efecto, cuando nos objetáis vuestro gran número? ¿Queréis como en otro tiempo, levantar una segunda Torre de Babel, para tener a raya a Dios y atacarlo en caso de necesidad? ¡Qué ejemplo el de esa multitud insensata!
Que vuestro gran número me presente la Verdad en toda su pureza y su brillo, estoy dispuesto a rendirme y mi derrota es segura; pero que no me dé como prueba y razón nada más que su propio gran número y su autoridad: es querer causar terror y dar miedo, pero de ningún modo persuadirme. Cuando diez mil hombres se hubiesen reunido para hacerme creer en pleno día que es de noche, para hacerme aceptar una moneda de cobre por una moneda de oro, para persuadirme a tomar un veneno descubierto y conocido por mí, como un alimento útil y conveniente, ¿estaría obligado por eso a creerles?
Por consiguiente, puesto que no estoy obligado a creer en el gran número, que está sujeto a error en las cosas puramente terrestres, ¿Por qué cuando se trata de los dogmas de la religión y de las cosas del cielo, estaría yo obligado a abandonar a los que están apegados a la Tradición de sus Padres, a quienes creen con todos los que han sido antes que ellos, lo que se ha creído en los siglos más remotos, y confirmado además, por la Sagrada Escritura?¿Por qué, digo, estaría yo obligado a abandonarlos para seguir a una multitud que no da ninguna prueba de lo que afirma? ¿Acaso el Señor mismo no nos dijo que había muchos llamados, pero pocos escogidos; que la puerta de la vida es pequeña, que la vía que lleva a ella es estrecha y que son pocos los que la encuentran? Por consiguiente, ¿cuál es el hombre razonable que no prefiriese ser de este pequeño número, que entra a la vida eterna por ese camino estrecho, a ser del gran número que corre y se precipita a la muerte por el camino ancho? ¿Quién de vosotros, si hubiese estado en los tiempos en que San Esteban fue lapidado y expuesto a los insultos del gran número, no hubiese preferido e incluso no hubiese deseado ser de su partido, aunque él estuviese solo, antes que seguir al pueblo, que por el testimonio y la autoridad de la multitud creía estar en la verdadera fe?
Un solo hombre de una probidad reconocida merece más fe y más atención que otros diez mil que no cuentan sino con su número y su poder. Buscad en las Escrituras y encontraréis las pruebas. Leed el Antiguo Testamento, allí veréis a Fineés [nieto de Aarón, Éxodo 6,25] quien se presenta solo ante el Señor, solo apacigua su cólera y hace cesar la matanza de los israelitas, de los que acababan de perecer veinticuatro mil. Si se hubiese contentado con decirse entonces, ¿quién osará oponerse aun número tan grande que está unido para cometer el crimen? ¿qué puedo yo contra la multitud? ¿de qué me serviría oponerme al mal que cometen con voluntad plena? ¿habría obrado valientemente y habría detenido el mal que cometía el gran número? No, sin duda, el resto de los israelitas habría perecido y Dios no habría perdonado a ese pueblo gracias al celo de Fineés. Es necesario, por consiguiente, que se prefiera el sentimiento de un hombre con probidad, que obra y habla con la libertad que da la Religión, a las opiniones y a las máximas corrompidas de una multitud.
En cuanto a vosotros, seguid si queréis al gran número que perece en las aguas y abandonad a Noé, el único que es conservado; pero al menos no me impidáis salvarme en el Arca con el pequeño número.Seguid si queréis al gran número de los habitantes de Sodoma; en cuanto a mí, yo acompañaré a Lot; y aunque él esté solo, no lo abandonaré para seguir a la multitud de la que se separó para buscar su salvación.
No creáis, sin embargo, que desprecio el gran número; no, lo respeto, y sé los miramientos que hay que tener con él: pero es ese gran número que da prueba y hace ver la verdad de lo que afirma, y no ese gran número que teme y evita la discusión y el examen; no ese gran número que parece siempre dispuesto al asalto y que ataca con orgullo, sino ese gran número que reprende con bondad; no ese gran número que triunfa y se complace en la novedad, sino ese gran número que conserva la heredad que sus Padres le han legado y está apegado a ella.
Pero, en cuanto a vosotros, ¿cuál es ese gran número del que os jactáis? Qué decir de los individuos vencidos, seducidos y ganados por las caricias, los presentes, de los individuos enceguecidos y arrastrados por su incapacidad y su ignorancia, de los individuos que, unos por timidez y otros por temor, sucumbieron ante vuestras amenazas y vuestro crédito, de los individuos que prefieren un placer de un momento, aunque pecando, a la vida que debe ser eterna.
¿Así, por consiguiente, pretendéis sostener el error y la mentira por medio del gran número, y establecerlo con perjuicio de la Verdad, que un grandísimo número no enrojeció en confesar públicamente a expensas de su vida? ¡Ah, por cierto, hacéis ver la magnitud del mal y hacéis conocer la profundidad de la llaga, pues la desgracia es tanto mayor cuanto más individuos se encuentran envueltos en ella!”
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Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo.
7 comentarios
Es hora de laicos volver a formar cofradias, cenaculos, oratorios, y dar el combate sin dispersarse, ante el LOBO.
Tambien es hora de limpiar la Iglesia de tanto liberalismo, herejia, tibieza etc muchos se dan cuenta y estan seguros; esta proxima una purificacion de lo alto.
Volver a estar en el Amor encarnado, no en la creencia idealista del Amor, sino el Amor encarnado en las personas y vencer nuestro egoismo. Nuestra idea mas sublime es entrar de lleno y de rodillas ante Cristo Crucificado en el Amor que nos lleva a la Verdad y nos da Vida eterna. Los cristianos con el Logos encarnado, persona Divina y carne en su Humanidad,hemos recibido un regalo maravilloso. A Él que se nos donó, para nosotros. Él es Persona-JESUCRISTO- y llega a nuestro fondo humano y nos descubre nuestro ser. Por eso llegamos a conocernos en plenitud y de ahí descubrimos el Amor Redentor y Creador de nuestro Padre que nos amó antes de nacer. No somos ideas ,sino personas,acojamos el Amor y ahí el Amor permanece para siempre y pasamos de la muerte a la Vida eterna.
Al que no conoce a Jesucristo ,ámalo para que lo descubra, respétalo, en lo que hasta ahora es en su búsqueda . El Camino es de Jesucristo ya lo trabajará en la Verdad y en la Vida como regalo,en la familia con otras familias ,en pequeñas comunidades, en la Iglesia Madre y Maestra.
Muchísimas gracias, María Virginia. Que el Espíritu Santo te siga iluminando y que la Santísima Virgen María y San José te protejan siempre.
Sólo un obispo se rehusó a aceptarla: San Juan Fisher.
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V.G.: Muy oportuno comentario...
Que Dios te bendiga y lo haga con la Iglesia.
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